domingo, 25 de mayo de 2014

DECONSTRUYENDO A QUIQUE...








Del libro "Fogwill, una memoria coral" (Testimonios recogidos por Patricio Zunini)




Germán García: "en esa época, había mucha circulación de personas; la cuestión de reunirse en bares, esas cosas. Nunca nos encontrábamos especialmente; nos veíamos. Sería el año setenta, quizá. O setenta y uno. Si él escribía, o no o decía o yo no lo sabía. Era un época en la que él estaba muy en playboy, siempre tostado, venía de acá para allá, viajaba. Para el ambiente bohemio de La Paz desplegaba una imagen sofisticada. Conmigo tenía ciertos elementos en común: se dice que la rivalidad no se puede dar si no entre personas que tienen algo en común -uno puede poner la metáfora de los boxeadores, no boxean tipos de una categoría con otra-, pero no era algo particular conmigo sino que todas sus relaciones tenían algo de rivalidad. Yo al psicoanálisis lo uso lo uso cuando trabajo, pero si hubiera que decirlo clínicamente, Fogwill era un personaje más bien histérico, incluso en ese gusto por las intrigas. La histeria colabora con la circulación del deseo. Es seductora. Una vez me pagó para que le enseñara -en verdad era para discutir, no era para aprender nada- "La interpretación de los sueños" de Freud, que él quería refutar. Yo estaba bastante formado en esos temas y él me quería correr con una especie de positivismo lógico, muy clásico, que había aprendido estudiando sociología. ¡Quería discutir la teoría de los sueños de Freud! Así tuvimos unas tres o cuatro reuniones en mi casa. Simuló ser alumno mío, pero era para molestarme. Yo soy bastante retórico y no tenía problemas con la argumentación. Cuando me fui a vivir a España me mandaba sus libros y me los dedicaba: "a mi querida profesora".


Alan Pauls: "en ese momento él vivía en Santa Fe entre Agüero y Laprida. Me recibió en bata y calzoncillos, y charlamos en lo que era su estudio, un cuarto de tres por tres lleno de libros, pedazos de máquinas, lapiceras secas. Y, por supuesto, una de las primeras cosas que hizo fue tomarse una raya. Yo lo miré estupefacto y él me dijo que era un remedio para la sinusitis. Recuerdo, tiempo después, que mi mujer de entonces y yo comimos con él en un restorán en Corrientes. Hacía rato que yo había dejado de trabajar en la agencia. Era tarde a la noche y volvíamos caminando por Callao hacia Córdoba. Y en un momento nos dijo que iba a caer en cana. Así, nos dijo: "dentro de veinte días caigo en cana." Y yo, que no tenía idea de en qué estaba, le pregunté cómo sabía, y que -si lo sabía- por qué no se iba a la mierda. "¿Irme a la mierda?" ¡Ni en pedo! Dijo que iba a estar preso tres o cuatro meses y que en la cárcel iba a tener mejores condiciones posibles para hacer lo único que tenía ganas de hacer: leer y escribir. Me pareció increíble que para él lo primordial fuera que la cárcel le iba a dar las condiciones de vida de escritor que no encontraba en la vida cotidiana. Supongo que tenía ciertas garantías de que no la iba a pasar demasiado mal. Aceptaba muy bien la contingencia; el azar le despertaba unos reflejos increíbles."


Sergio Chejfec: "Fogwill era como un sabio de gabinete enciclopédico echado a andar por las calles. De una curiosidad permanente por todo, en especial detalles de la vida práctica y su cruce con la vida intelectual, para llamarla de cierta manera. Me llamaba la atención, siempre, su vasta cultura. Esto suena a lugar común, pero cuando digo vasta me refiero exactamente a eso, a una cosa muy amplia, no necesariamente letrada o erudita. Poseía un saber técnico específico, capaz de explayarse sobre navegaciones, lanchas, herramientas mecánicas, autos y modelos, materiales para la construcción, procesos de producción industrial, etc. y también te resumía la historia de los grupos económicos argentinos, las estrategias empresariales, los militares, políticos, gremialistas, etc. Siempre me sorprendió la extenso de su saber y curiosidad. Si le decía que me  iba a comprar una bici, me hablaba de los frenos Shimano. Hace un par de años se me ocurrió preguntarme  en qué lugar de la Argentina se toma menos mate. Porque es una cosa difícil de imaginar, uno tiende a creer que en todos lados se toma mucho, siempre mucho. Nadie de quienes estaban cerca supo responder. Pienso que es uno de esos datos que Fogwill hubiese podido darme de inmediato. Al fin de cuentas él tenía acceso a los escáneres de todos los supermercados. El país le resultaba legible."


Sergio Bizzio: "escribía aunque hubiera gente. Y al mismo tiempo que escribía, participaba de la conversación. Se le iluminaba la cara cuando escribía algo que le gustaba, y lo leía en voz alta, y cuando algo no le gustaba se la agarraba con los que estaban ahí: los echaba a todos. No recuerdo haberlo escuchado hablar nunca de lo que iba a escribir de lo que tenía en mente. Tampoco lo vi pensar. Nunca lo vi pensar. Digo: pensar en silencio. Me parece que pensaba escribiendo o leyendo o hablando, únicamente así. Pero bueno, todo el tiempo estaba haciendo algunas de esas cosas."


Martín Kohan: "mi primer contacto con Fogwill fue telefónico, por una nota que yo tenía que escribir. No recuerdo sobre qué era, pero se las arregló para decirme que había sacado la cuenta de cuánto había ganado con "la larga risa de todos estos años": hizo una ecuación de cuánto le llevó escribirlo y cuánta plata le había entrado. Eso era algo que yo sólo había visto con Mike Tyson, que, como noqueaba en el primer round, se podía hacer la cuenta de cuánto había ganado por segundo. En ese primer contacto asistí a la relación entre literatura y dinero que él planteaba de un modo brutal."


Daniel Guebel: "cuando le dieron el premio Planeta a Andahazi, Fogwill grita: ¡Esto es un escándalo! Termina la fiesta y me lo cruzo afuera: esto es un escándalo, vení Guebel, rompamos un vidrio, hagamos algo. Le digo: "Quique, tenés hijos, vas a ir preso, para qué mierda vas a romper un vidrio." "Por autopromoción", me contesta, "por los mismos motivos por los que hago todo".
Algo muy interesante en Fogwill era su negativa al chantaje moral de los depresivos. Una vez llegó un tipo abrumado porque lo había largado la novia y dijo que se iba a suicidar. Era un borracho y pastillero, probablemente. Entonces Fogwill le dice: "¿cómo pensás matarte?. El tipo le dice que se va a tirar de la ventana del departamento. "¿En qué piso vivís? "En el segundo piso". Fogwill le dice que es un tarado, que si se tira de un segundo piso se va a terminar partiendo una pierna y la mina se le va a cagar de risa, que si se quiere suicidar haga otra cosa, y le da una serie de consejos para matarse. "Y si no, no hagas nada: andá y recuperala". El tipo se va peor que como llegó. Yo le digo: Fogwill sos un hijo de puta". "Al contrario", me dice. Y tenía razón él."




Fabián Casas: "los últimos años me decía: "todo es para mis hijos". Era como un leitmotiv. Paradójicamente, con los chicos tenía un trato más o menos distante. Lo acompañé un par de veces a buscarlos al colegio y no me dio la impresión de ser súper cariñoso, pero él insistía en lo importante que era tener hijos. Supongo que era una expresión que tenía que ver con algo espiritual. Conmigo era muy intenso; siempre me preguntaba por qué mi mujer y yo no teníamos. El día que lo llamé para decirle que mi mujer estaba embarazada se largó a llorar. Fue algo muy impactante. Se puso a llorar, cortó, y un rato después me volvió a llamar muy emocionado. Siguió muy de cerca el embarazo. Durante ese tiempo nos llamó por lo menos una vez por semana para saber cómo crecía la beba."




Catón: "los últimos diez o quince años de su vida había puesto su ética en toda plenitud. Hacía natación, había dejado la cocaína, criaba a sus hijos más chicos. En el tiempo final, más allá de sus problemas con el tabaquismo, tuvo una vida bastante plena. Ese es el Fogwill que, por su propios medios, se desintoxica de la cocaína. Se convierte en un padre que les cocina a sus hijos, los estimula, los lleva y los va a buscar al club, a la escuela, a las clases de música. Es un Fogwill gozoso que disfruta de una nueva manera de la conversación, de la comida, de la amistad. El Fogwill que practica natación y que sale a correr por Palermo. El de la sabiduría y la generosidad. El que se vuelve maestro y transmite a las nuevas generaciones el oficio y la ética de la literatura. Ese es el Fogwill que más me gusta evocar: presentando y ponderando libros de jóvenes ignotos. Fogwill entablando conversaciones inverosímiles con los mozos y los empleados de banco. Fogwill leyendo en su sillón y tarareando la música clásica que escucha en la radio."










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