Vuelvo a leer "Los Pichiciegos". Escribe Quique en el prólogo: "aquella tarde, creo que fue el primer martes de mayo de 1982, al llegar a la casa encontré a mamá y a la empleada que la cuidaba pegadas al televisor y mamá me recibió gritando entusiasmada: "hundimos un barco!". Ni la imagen de decenas de ingleses violetas flotando congelados, que de alguna manera me alegraba, pudo atenuar el espanto que me provocaba el veneno mediático inoculado a mi familia.
Entonces, subí a mi pocilga, escribí la frase "mamá hoy hundió un barco", di por terminada para siempre mi fallida novela, cargué una nueva hoja en la máquina de escribir y doce horas después empezó a amanecer, y había completado la mitad del relato de "Los Pichiciegos".
Hoy, cuarenta años después, y mientras se escucha alegremente que la identidad se reduce a una cuestión de "pura voluntad" del propio ser, la novela resulta fundamental para pensar ese concepto: el de identidad. El de lo imaginario.
Se lee en la página 117/118:
"Sobraba el tiempo entre los turnos de cavar. Cavaban de mañana, para que el viento tapase el ruido de las rocas. Hablaban:
-Qué querrías vos?
-Culear.
-Dormir.
-Bañarme.
-Estar en casa.
-Dormir en cama blanca, limpio.
-Culear.
-Comer bien...te imaginás un asadito...!
-No lo podían creer. Verificaron:
-A tus viejos?
- Sí, y culear y bañarme -dijo el de los viejos, seguro que para no pasar vergüenza
-Vos, Tano?.
-Dormir en cama limpia.
-Y vos?
- Yo, estar bien, lejos, con calor.
En el calor todos estuvieron de acuerdo.
Uno dijo:
-Culear y ser brasileño.
-Qué!, Negro?
-Cualquier cosa. Pero brasileño!
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