domingo, 3 de febrero de 2013

FINAL DEL JUEGO...




Extraño el Selyrox -ese lugar que se llamaba a sí mismo hotel aunque se podría poner en duda su naturaleza- que me dio alojamiento en playa serena durante dos semanas. Estaba administrado por una familia de tanos que se insultaban mientras yo tomaba el café con leche en la sala de estar. Gritos del tipo "me volvés a tratar así y te parto la cabeza" eran habituales entre los miembros de la familia. Después venía la hija de la tana con la bandeja del desayuno y me atendía muy amablemente a los pocos minutos de haber vaciado su garganta de improperios hacia sus consanguíneos.
En realidad extraño estar allá en la costa. Tener el mar cerca. Estar en la playa con mis primos y hablar con ellos todo lo que no puedo hablar durante el año. Escucharlos y hacerlos reír. Extraño a mis amigos que viven allá: a nico y agustín, que los vi muy poco; a Romina, Germán y Diana, con los que compartí mis primeros días.
Fue realmente especial la primera noche. Nos encontramos en el bar del alfar que nos hizo amigos cuando todavía estábamos en el secundario. Y largamente comimos y bebimos hasta la hora de cierre.
Romina y Germán están viviendo su extraña vida de hippies en el barrio. Diana decía que no toleraba más vivir en Buenos Aires así que estaba pensando en venirse a Mardel. Los tres me miraron para ver si me sumaba al grupo de desertores de la ciudad de la furia. Querían ver si yo podía llegar a tener una intención parecida. Les dije que -en principio- ya no tenía la casa. Que -en caso de tenerla- podría considerar la posibilidad. Me seduce mucho la idea de vivir teniendo el mar cerca. Cuando estoy allá siento una libertad que -creo- excede el hecho de estar de vacaciones. Los días que estoy acá de vacaciones no me siento igual. Me siento encerrado; en cambio sabiendo que el mar está ahí nomás...todo es diferente.
Esa noche, para mí, fue la mejor forma de empezar el verano: nos conocernos hace muchos años y resulta reconfortante encontrar que la química sigue intacta.
Recuerdo especialmente la tarde-noche que fuimos con Diana a fumar a una playa alejada. La luna comenzó a alumbrar la playa mientras nos aleteaba en la cabeza los primeros efectos de la marihuana.
Me imaginé a un tipo caminando sobre el agua hasta llegar al punto en el que el mar se funde con el horizonte, con el cielo. Imaginé que todo era un gran decorado y que el tipo -como en Truman show- abría una puerta y salía del decorado para entrar a la vida real.
También, al caminar sobre la arena -que por efecto de  la iluminación de la luna en plena noche se veía verdosa- me sentí caminando en otro planeta.
Diana después se fue a Ecuador. Yo me quedé varios días más. Comencé a visitar seguido la carpa de mis primos. Es interesante ver las diferencias generacionales actuales entre alguien de 20 y alguien de 30. Su generación es una generación que genera subjetividades que me preocupan. Y es que, presos como están de las redes sociales y de los aparatos tecnológicos que las enhebran, no pueden (no saben) estar solos. Se trata de una generación que mayoritariamente se sostiene (que sus individuos se sostienen) con una -para mi gusto- asfixiante presencia del otro (de muchos "otros") que aparece -paradójicamente- como una virtualidad imprescindible.
Me alegra ver que mis primos -a diferencia de algunos de sus amigos- se mueven con un poco más de libertad en relación a este punto.
Las diferencias, en otros planos, aparecían de relieve cuando, por ejemplo, en la puerta de la Bodeguita (uno de los bares que más me gustan de mardel) estaba tomando algo Luis Salinas. "Ese es salinas, le dije a mi primo". Lo miró para después mirarme a mí con total cara de desconcierto.
Sin embargo, dicen que en los cruces está lo más interesante.
De este tipo de cruces es que pienso seguir nutriendo el año que comienza...




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