viernes, 31 de diciembre de 2010

LA ESFERA DEL DISCURSO...("LO DECIBLE Y LO PENSABLE")




Recuperando la voz (pero sin auto, sin nafta, y sin plata hasta la semana que viene), me dedico a trazar posibles cruzamientos entre dos libros: "Cómo se lee", de Daniel Link, y "El discurso social" de Marc Angenot.
El sujeto lee un objeto. Lo que llamamos lectura es sólo la puesta en correlación de dos series de sentido, una inherente al objeto y otra inherente al sujeto (acaso la escucha es otra cosa?). Si lo que aparece es sólo la serie de sentidos "que viene" del objeto y sólo del objeto, estamos ante una descripción. Si lo que se impone es la serie de sentidos del sujeto, estamos ante una interpretación. No se trata de "descalificar" la descripción y la interpretación, sino sencillamente de declararlas los límites de la lectura.
Reemplazando a la la palabra sujeto por la palabra Estado y a la palabra objeto por la palabra civilización, resulta natural que en las sociedades de control hayan optado por convertir en fuerza de trabajo a los intelectuales. En nombre de una cierta democrácia simbólica, el mercado es capaz de transformar en mercancía hasta el pensamiento crítico que osa levantarse contra la mercantilización y el desencantamiento del mundo.
En cuanto al pensamiento, al texto, lo cierto es que gran parte de la cultura del siglo XX, es decir la cultura que más nos importa, se reconoce como producida en relación con modelos más o menos estables y más o menos hegemónicos. En ese sentido, los géneros funcionan como un sistema de orientaciones, expectativas y convenciones que circulan entre la industria, el texto y el sujeto.
Toda nuestra cultura comienza en el siglo XVIII y es sólo a partir del siglo XVIII que podemos reconocer nuestra vida cotidiana, nuestra imaginación y nuestra desesperanza, como nuestras. Y es por eso que definimos los géneros en relación con la industria, el texto y el sujeto, tres categorías que sólo pueden entenderse en el contexto de nuestra modernidad.
Entendemos texto como cualquier enunciado en cualquier soporte, con una homogeneidad más o menos reconocible de acuerdo con patrones culturales heredados o adquiridos: una canción, una película, un video, son textos en el mismo sentido en que una novela lo es. La cultura industrial, podríamos decir, es el contexto de cualquier tipo de textualidad en la que se piense: desde las formas más experimentales hasta las formas más obedientes de la regla, la ley, la previsión.
Los géneros organizan la experiencia. Los géneros, en la cultura industrial, organizan la experiencia de las masas, su "vida cotidiana". La complicidad entre género, texto y cultura, entonces, garantiza la "legibilidad" de la vida. Cada género vendría a explicar una parcela de vida, a garantizar una lectura de esa parcela, a organizar la experiencia en relación con un tópico o aspecto de la vida.
Lo fundamental es que la hegemonía establece los límites de lo decible y lo pensable en unas coordenadas socio-históricas, por cuanto es imposible comprender la significación de cualquier objeto si no es a la luz de la interacción simbólica global. El poder legitimador del discurso social es también la resultante de una infinidad de micropoderes. La hegemonía funciona como censura y autocensura: dice quién puede hablar, de qué y cómo.

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