domingo, 27 de marzo de 2011

PERSONALMENTE...



Impresionado por la belleza de la canción "Personalmente" (ese tipo de canciones que existieron desde siempre y por siempre) de Las Pelotas, se me ocurre cruzar su letra con dos de las canciones que más me gustan del grupo: "Como un buey" y "Solito vas"
Entonces, al hacerlo, al entrar en el juego de la lucha eterna entre lo que se pide y lo que se puede, veo que todo es oro y todo es sal...




"COMO UN BUEY"



Sigue andando como un buey...
sigue siendo vos tu ley...
quien podrá decirte hoy...
que no alcanza lo que sos...

Es tan difícil como volver...
con un recuerdo ya esta...
y es que así quieres, solo así puedes...
no mires atrás, no mires atrás mas...

Persiguiendo, hay un sitio para vos...
vas a encontrar...
solo tienes que empezar...
o en el silencio que va detrás...
como escuchando el mar...

y es que así quieres...
solo así puedes...
no mires atrás, no mires atrás mas...

Sigue andando como un buey...
sigue siendo vos tu ley...
persiguiendo, vas a encontrar...
sigue andando como un buey...
vas a encontrar, vas a encontrar...
vas a encontrar...



"SOLITO VAS"


Una alfombra azul para nuestro rey...
rey de los que no tienen ni para comer...
al fin y al cuerno qué...
nunca se irán, esto es así...
siempre fue igual...

No existe un mago que te haga feliz...
no existe un hombre para servir...
no vale nada lo que vos decís...
pero no tengas miedo del arlequín...

Solito vas, solito vas....
Solito vas, solito vas...

Que caras más sonrientes hay en el cartel...
ríen de todas las cosas que nos van a hacer...
volvete globo que...
nunca se irán, esto es así...
siempre fue igual...

Y si lo seguís te vas a decir...
que bueno el amo, no va a fingir...
como muñecos de un final feliz...
durmiendo alegres el porvenir...
pero solito vas, solito vas...

Solito vas, solito vas...




"PERSONALMENTE"



Deja que ruede...
Como el aire entre las hojas...
Todo es oro, todo es sal...

Que llegará el día...
Que no quemen sus recuerdos...
Que se apagará el dolor...

Personalmente creo...
Que todo esto es una locura...
Personalmente creo...
Que todo esto es una locura...

Cómo es la vida...
Cuántas veces en el cielo...
Cuántas en la oscuridad...

Que sólo es el tiempo...
El que llevará tú vida...
A dónde quieras que estés...

Personalmente creo...
Que todo esto es una locura...
Personalmente creo...
Que todo esto es una locura...

Deja, sigamos remontando vuelo...
Deja, la luz siempre atraviesa el bosque...
Después es solo un recuerdo...
Después todo pasará...

Deja que ruede...
Llegará el día...
La locura...la locura...

jueves, 24 de marzo de 2011

VUELOS...




El golpe y la memoria
Por Mempo Giardinelli (Página 12)


Quién hubiera dicho que acabaríamos escribiendo sobre aquel golpe de Estado como de un acontecimiento lejano. Porque el ‘76 está acá nomás. Y sin embargo, tan lejos. Si parece cuento, ahora, que aquel 1976 fue el año del avión supersónico Concord y de las Olimpíadas de Montreal donde asombró al mundo una muchachita de Rumania (país comunista entonces) que se llamaba Nadia Comaneci.

Fue el año de la España de Adolfo Suárez, de la matanza en Soweto y el inicio del ocaso del apartheid sudafricano. El de la muerte de Mao y el fin de la Revolución Cultural china que devino madre del gigante actual. El año, también, en que Jimmy Carter sucedió a Richard Nixon.

Y el año en que murieron escritores fundamentales de mi generación: José Lezama Lima, André Malraux, Raymond Queneau, Agatha Christie, Dalton Trumbo y el mexicano José Revueltas.

En poco menos de tres meses de aquel aciago 1976, millones de argentinos y argentinas ya sabíamos que se venía la noche. Empezaba a gestarse una palabra símbolo de la época: “desaparecidos”. Y también empezaba la cuenta de lo que no se iba a olvidar jamás.

Aquel 24 de marzo del ‘76 ya está muy escrito, aunque quizá no suficientemente. Quién podría dar esa medida de suficiencia. Pero lo que nosotros, los de entonces, podemos y debemos hacer todavía es testimoniar lo que fue y ya no es: aquel gobierno ineficiente y genuflexo, las Tres A, el terror imperante y la violencia generalizada, incontenible.

Hoy sólo siguen vigentes algunas estupideces clasemediera y argentinamente eternas: “Cuanto peor, mejor”; o “esto no se aguanta más”.

Los que entonces éramos jóvenes, chicos y chicas como los que hay ahora y hubo siempre, en esencia sólo queríamos lo que siempre quieren los jóvenes: que el mundo en que viven sea mejor. Y también queríamos que la democracia en la Argentina no fuese el engaño condicionado que era entonces.

Han pasado 35 años –eso es por lo menos dos generaciones– y es cierto que todo se difumina en la memoria, pero no el dolor y el agravio. Por eso la memoria se sostiene, y ni se diga en nuestra sociedad donde tenemos pilares que cargan la memoria sobre sus espaldas, y sobre todo cuando no hay justicia, o tarda tanto, y no se puede perdonar porque no hay arrepentimiento. Si el dolor no tiene plazo de vencimiento, ¿por qué va a tenerlo el olvido?

La memoria no se rige por razones sino por emociones; la memoria no acepta reglas sino que es regla en sí misma. Es el único laberinto del que los humanos no sabemos salir. Por eso la mejor actitud es entrar y vivir allí. No mansamente sino activamente. Para que la memoria sea motor y no ancla. Para que sea maestra de vida futura y no temor a un pasado que paraliza.

Por eso hace 35 años, o más, que no hay olvido ni perdón. No puede haberlos porque el olvido es siempre razón de la mentira. Y los que proponen olvidos, aquí y dondequiera, como los que se “hartan” de la memoria, son unos mentirosos. Y si borran con el codo lo que alguna vez escribieron con la mano, son unos pobres mentirosos.

No está de más, me parece, decir esto en la actual circunstancia argentina. Después de todo, 35 años después del horror que se simboliza en esta fecha, sigue dependiendo de cada uno de nosotros el seguir forjando la esperanza.

VERDAD PARA MI...




Mientras veo por t.v el concierto de Plácido Domingo en el Obelisco (podría el tenor español cantar "Karma Police" o "No Surprises" de Radiohead?), pienso, de pronto, en que algo de lo que estoy leyendo ultimamente ("El mundo como supermercado" del francés Michel Houellebc) adquiere, definitivamente, el carácter de revelación.
Y es que de la lectura del libro -compuesto de entrevistas, algunos poemas y pequeños relatos- se desprende algo, una nimiedad de esas que me persiguen hasta salir de mi cuerpo.
Lo comparto: la poesía no es, claro, la única forma de conocimiento; sí la única forma de verdad, de verdad plena a la que se pueda aspirar en este mundo. De allí la imposibilidad de vivir, en comunidad, con ella.

DAR LA CARA...





Ese polemista incansable
por Beatriz Sarlo para La Nación


Es difícil borrar los recuerdos personales de esta despedida a David Viñas. Cuando regresó del exilio en 1983, aterrizó en Ezeiza sin un peso. Vivió unas semanas en la oficina de la revista Punto de Vista . A pulso, por escalera, subió ocho pisos la cama que alguien le había prestado, mientras gritaba: "¡Hermanita, allá vamos, como Cristo!". Tenía entonces más de cincuenta años (había nacido en 1927) y llegaba como un joven, sin nada, todo por delante.
Aunque, en realidad, detrás de sí había muchos libros, y uno fundamental para pensar la cultura en este país: Literatura argentina y realidad política , de 1964. Ese libro comienza en la revista Contorno , que fundó con su hermano Ismael en noviembre de 1953. La edición facsimilar, publicada por la Biblioteca Nacional en 2007, permite ver que esa revista fue un banco de pruebas del pensamiento político, de la crítica literaria y de la historia cultural de la generación de Viñas: en la primera página del primer número hay un artículo de Juan José Sebreli; escribieron en Contorno Noé Jitrik, León Rozitchner, Tulio Halperin Donghi, Ramón Alcalde, Carlos Correas y siempre, con su nombre o con diversos seudónimos, los dos hermanos Viñas. Contorno quiso ser una respuesta a Sur y lo fue para los que vinimos después, no porque atacara a Sur, sino porque leía otra literatura argentina, de otro modo.
El número 4 de Contorno , de diciembre de 1954, está dedicado a Martínez Estrada. David Viñas lo llama un "heterodoxo argentino". Definiendo a Martínez Estrada, Viñas se definía a sí mismo anticipadamente. Siempre fue un escritor nacional; siempre fue un heterodoxo. Hoy ya es posible decir que Viñas y Martínez Estrada son los dos grandes ensayistas ideólogos del siglo XX.
Literatura argentina y realidad política fue el libro de quienes comenzábamos a leer en los años 60. Inauguró temas: nadie que lo haya leído olvidará "La mirada a Europa: del viaje colonial al viaje estético" ni el ensayo sobre intelectuales y escritores profesionales en 1900. "Los dos ojos del romanticismo" sigue siendo uno de los grandes textos de la crítica y mucho más: una hipótesis sobre literatura e historia, ese par conceptual que nunca dejó de obsesionar a Viñas; una hipótesis sobre la mirada intelectual y la mirada estética, esas perspectivas que también lo obsesionaron siempre. Literatura argentina y realidad política fue una revelación. Durante décadas, esa revelación se repitió en las clases de Viñas, en Rosario, en Buenos Aires, en Dinamarca, en Estados Unidos. Un estudiante de medicina que lo había escuchado en Los Angeles me contó el efecto convulsionante de una conferencia suya: se entraba de un modo y se salía cambiado: abandonó la medicina para dedicarse a la literatura. No tengo dudas de ese poder iniciático y transformador porque muchos comprobamos su potencia. Traerlo a Viñas a la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA en los años 60 fue un programa de máxima que no se alcanzó nunca. Llegó a esa facultad con la democracia, en 1984.
Pero antes se podía escuchar a Viñas en los bares o en las reuniones de grupos políticos. Fugazmente, militamos en el mismo partido, para el que Viñas dirigió una revista cuyo título, por cierto, había sido idea suya: La Comuna . Viñas discutía como si invariablemente el desenlace fuera definitivo y en él se jugara todo. Tenía una visión totalizante de lo que una discusión ponía en juego. Violento y arrollador, era, al mismo tiempo, democrático: discutía con quien tenía adelante, escuchaba a quien se sentara a su mesa, no establecía jerarquías de interlocutores. Flamígero y horizontal, valga el oxímoron.
Fue durante toda su vida un hombre de izquierda. Su origen familiar era radical (léase esa sólida novela Los dueños de la tierra , donde hay pistas familiares) y ese origen le trasmitió saberes nacionales, lo hizo baquiano de las tradiciones, las herencias y los linajes desde el siglo XIX. Odiaba como si los personajes del pasado continuaran su vida en el presente. Nunca dejó de criticar a Lugones, como si fuera un contemporáneo. Su gran libro Indios, ejércitos y fronteras
(1982) fue al mismo tiempo una quebrada alegoría de los crímenes estatales del siglo XX y una denuncia de los del siglo XIX. Era partidario, siempre. Pero Tulio Halperin Donghi lo citaba con respeto. Hizo del partidismo el impulso vital de sus investigaciones: no fue el obstáculo que temen los débiles, sino la fuerza que permite ver más a los inteligentes.
Nunca pudo leer a Borges. En 1981 nos dijo a Carlos Altamirano y a mí en un reportaje que fue el primero que se publicó en la Argentina posterior al golpe: "A mí, Borges no me interesaba". Un insulto al sentido común literario, que Viñas pronunció impertérrito. Borges no le interesaba y tampoco le interesaba una parte importante (fundamental) de la literatura argentina del siglo XX. En cambio, entendió a Roberto Arlt y a Sarmiento. Este es uno de los enigmas que Viñas deja abiertos. Habrá que responderlo, porque no es justo ni perspicaz decir superficialmente: allí estaban sus límites. Más bien habría que admitir que Viñas tenía una mirada penetrante y estrábica. No hay que coincidir con Viñas para reconocer que ese "Borges no me interesaba" encierra una cuestión que tiene pliegues más atractivos que la adhesión ciega a un parnaso literario. En las palabras de Viñas no hay simplemente ceguera sino una discusión estética profunda. No es necesario coincidir para entenderlas.
Su literatura era sencillamente no borgeana. La gran novela (cada uno marcará la que considera su gran novela) fue Cuerpo a cuerpo , publicada en México en 1979. Allí colocó a un general del ejército, una guerrillera, un periodista. Pero es mucho más que un relato sobre un militar y la violencia. Viñas escribió esa novela experimental casi a los cincuenta años, como si se tratara de un proyecto de juventud enloquecida. Basta hojearla para descubrir un texto extremo, fuera del mercado, fuera del horizonte de los lectores: pura literatura, cuando la literatura es pura precisamente por no serlo, por tragarse todo: ideología, política, sexualidad, perversión, violencia. Pura literatura que busca contaminarse con todo. Fue hombre de teatro, guionista de cine. Se ganó la vida con la escritura, aunque no hablaba de profesionalismo jamás.
Las novelas de Viñas tienen el sentido de lo material. Maestro del detalle, capta los ademanes y los tics, persigue los cuerpos en sus convulsiones y recovecos. No es un escritor típicamente realista porque siempre desborda, siempre escribe más de la medida. Careció, en verdad, de medida. Con los años, sus novelas se hicieron más desmesuradas; se sujetaron menos a cualquier regulación; amplificaron los parlamentos de sus personajes o redujeron los diálogos a tres o cuatro palabras. Viñas era un realista que abandonó las técnicas del realismo. En sus comienzos, había leído a Dos Passos, a Hemingway, a Sartre y a Faulkner. Después vino un desmadre, un exceso, algo que fue su marca de escritura; pero conservó siempre, inalterable, el deseo de verdad histórica, esa tensión que no es representativa ni meramente estética sino ideológica.
Su muerte abre el capítulo "Viñas de la cultura argentina". Ignoro cuántos años pasarán antes de que ese capítulo se escriba. Como con Martínez Estrada o con Murena, puede haber momentos de oscuridad y grandes relecturas. Quienes lo conocimos, sabemos que la síntesis, tratándose de David Viñas, nunca fue sencilla. Producía admiración e inquietud; a veces, miedo; era posible pelearse con él y pensar que esa había sido la última vez. En un mundo de encontronazos mezquinos, las peleas de David Viñas siempre fueron generosas: discutía sólo por ideas. Desaforado, sus reacciones tuvieron siempre la nobleza de quien no calcula las consecuencias. Peleaba sin beneficio de inventario. Nunca administró su fuerza. En eso se pareció a Sartre. Un Sartre arrastrado por flujos de gasto personal infinito. También los une la idea de intelectual comprometido, esa fórmula que ya no se usa, que él mismo había dejado de usar, pero que lo definía bien porque algunos hombres (pocos) siguen pareciéndose a lo que quisieron ser en su juventud.
La última vez ha llegado ahora. Hace poco más de un año, lo encontré en un bar de la calle Corrientes y Rodríguez Peña. Nos habíamos alejado, y ambos nos abrazamos pensando (yo, por lo menos, lo pensé) que posiblemente la mayoría de las cosas presentes seguían separándonos, pero que valía la pena abrazarse porque nunca se sabe. Hoy ya se sabe. Quizás esta misma nota lo habría enojado a Viñas: "Hermanita, ¿en el diario de los Mitre?". Así llamaba invariablemente a este diario. La pregunta forma parte de lo mucho que nos separaba. Sin embargo, soy su alumna, de la manera infiel en que se puede serlo, de la única manera en que David lo habría admitido.

viernes, 18 de marzo de 2011

VIÑAS DE IRA...



A una semana de la muerte de David Viñas, este reportaje, hecho durante el primer menemato, da cuenta, tal vez, de un pensamiento cuya pérdida no se recuperará nunca más.

Las astucias de la servidumbre

Domesticación o barbarie

En una época ­pienso en Contorno, para poner un ejemplo- hubo grandes polémicas culturales en la Argentina. ¿Qué pasa ahora? Da la sensación de que ya no hay debate, de que circula una especie de cortesía en el mundo intelectual, de que nadie quiere irritar a los otros.

­¡Ah, eso! La cautela, la cautela. Parecería que cierta cosa polémica (y esto ya lo verifiqué en España) es algo así como barbarie. ¿Qué es lo que se ha postulado y logrado aquí: una especie de domesticación del intelectual. Ya no es civilización o barbarie; es ser domesticado o bárbárbaro. ¿Está claro? Si de eso se trata, postulo una especie de barbarización del espacio intelectual. Digo, ¿no? Lo que subyace es temor a las secuelas, a...

¿Perder espacios?

­...Puede ser, desde ya... perder espacios... aparecer como excesivo, perder la calidad de intelectual televisivo, de intelectual más o menos mimado. Y esto quiere decir privilegios. Privilegios indudables, ¿no? Entonces, es mejor entrar en el juego presuntamente irónico...


­... elegante
.

­Por un lado. Y por otro, quizá, considerablemente, un miedo a que la cosa se exacerbe y que de la simple polémica intelectual se vaya al reconocimiento de, digamos, la guerra civil permanente. Es decir, en última instancia, no llevemos esto a zonas más graves. Yo creo que tenés razón vos: ahí aparece la cortesía. Paremos la mano, porque esto es empezar a tirar pálidas, es exacerbar la discusión, es hablar de cosas que, mejor, dejémoslas para más adelante. Ya. Está bien: enfriemos la cosa, seamos lo suficientemente educados y civilizados como para que esto no parezca algo de mal gusto.

­El mal gusto es una categoría gue hoy también se maneja con frecuencia ¿no?

­¡Ah... y cómo! Un periodista que asistió a un debate del que yo participé y que se hizo posteriormente a la representación teatral de Angelito, la obra de Cossa, después escribió en su diario: "David Viñas, enojado...". ¿Cuál era el enojo, a ver? ¿Hablar en tono alto? Y, mirá, viejo, yo tengo esta voz, qué le voy a hacer. ¿O decir que, bueno, que, efectivamente, la izquierda argentina es inepta y todo lo que quieras, pero es capaz de tomarse el pelo a sí misma en una obra de teatro? Que yo sepa, eso no lo hicieron los radicales. Ni, mucho menos, los peronistas. Ahí está: ése era el enojo. Está enojado, dicen, tiene mal gusto, está fuera de lugar. Cuando yo creo que, precisamente, el lugar del intelectual crítico... es estar fuera de lugar. Decir las cosas que no se dicen. ¿De qué estamos hablando aquí? ¿Qué es Menem? ¿A quién representa, concretamente? Porque él es mucho más explícito cuando va, por ejemplo, a la Sociedad Rural. En los años '60, hubiéramos dicho: es un funcionario que está al servicio de la Sociedad Rural y de las otras corporaciones. Hoy no. ¿Qué es lo que hay que decir? Por ahí aparece, pero siempre en paños tibios ¿no? Hablan, a lo sumo, de escandaletes. Una crítica en estado coloidal. Como leche cortada. Lógicamente, cómo vamos a pasar a paños calientes. Desde ya. Paños calientes: nos quemamos. Pues bien, así como hay que postular que el intelectual crítico está fuera de lugar, hay que postular que el intelectual crítico se quema. ¿Ante quiénes se quema?, habría que preguntar. Ahí aparecen el cinismo, las racionalizaciones fraudulentas, toda esta especie de idelogía del light ¿no?

¿Qué pasa con el intelectual que se quema? ¿Hay riesgo de sanción?

­Inevitable, hermana. Entonces no te invitan más porque, lógicamente, sos alquien que tiene mal gusto. Creo que es un poco esto. Y cautela en función de la defensa de determinado tipo de cosas. Porque, se sabe, acá tenemos modelos, sin necesidad de echar mano de Sartre. A mayor heterodoxia crítica, mayor riesgo de sanción. Eso es Rodolfo Walsh. Está claro.


­Que no tiene prolongaciones hoy. Digo: Rodolfo Walsh.


­Y claro... porque aparece la muerte ¿eh? Y de eso la gente no quiere hablar. Desde ya. Aparece esa zona inquietante en la que Rodolfo Walsh metió la mano. Muy simple. En lo esencial es esto. Cómo operan los intelectuales críticos argentinos en su relación con la muerte. A eso me refiero cuando hablo de la falta de tragicidad. Parecería que hoy la consigna es: calmémonos. Un enfriamiento respecto de la pasión, de la exasperación, de la dramaticidad que predominó en el espacio social, en general, y en el campo cultural durante los años setenta. Hay todo un proceso de folklorización, de trivialización, un corrimiento nítido, ¿no?, de aquello que evidentemente puede ser inquietante e incómodo. Parecería que este procedimiento es casi paradigmático. Cuando las papas queman, cuando las cosas se ponen calientes, es decir, cuando hablar de determinados temas te puede sacar llagas en el paladar, mejor optar por eso, ¿no? Calmémonos. Tengamos sentido del humor. Lo light. Pero, ¿qué es esto? ¿De qué están hablando? Una parodia. Que, además, me aburre mucho.

¿Parodia de qué?

­ En vez de pensamiento crítico, lo que hay es una postulación de etiqueta. Ya. Seamos educados. Está bien. No hablemos de la muerte.


­¿Por qué hay tanto temor, entre los intelectuales, a caer en el discurso moral? Parecería que ponerse en ese lugar es descalificante
.

­¡Ah, bueno, ya!.. porque es un discurso que trae aparejadas decisiones, tomas de posición y rupturas. Hasta en la facultad, cuando defienden una tesis, he escuchado decir: "Yo de esto no afirmo si está bien o está mal"... Viejo, jugate, decí. ¿A ver? ¿O vos, a la salida del cine, no decís "esta película es un desastre" o "qué bien está"? Ahí emitís juicio de valor, ¿no?, pero cuando se trata de juzgar la cotidianeidad de la política y de la cultura de este país ¿ahí te inhibís? No entiendo por qué esa escisión. Para mí, siempre los dualismos fueron sospechosos. Emito juicios de valor al salir del cine, pero cuando tengo que decir que el señor Menem me parece un miserable opto por ser cuidadosísimo. Y ya. Está bueno. Parecería que el moralismo trae aparejado riesgo, ¿no?, por lo menos de Giordano Bruno para acá, o de Tupac Amaru para acá. "Este es un moralista", dicen. ¡Joder! También ése es un juicio. Yo leo en el revés de la trama, ¿no? Todo juicio, de hecho, es un test proyectivo. ¿Usted desde dónde habla? ¿Desde la amoralidad? Es decir, usted no tiene juicios de valor, usted come mierda o come habas, lo mismo le da, digo, para hacer juicios de valor sobre los ustemas. ¡Por favor! Al que denuncia que el general Harguindeguy apañaba a los verdugos, hay que decirle: "Pero usted es un moralista". ¡Hola! parecería una especie de corroboración de una práctica neutral, ¿no? Mejor me dedico a describir. Describo infinitamente la descomposición, lo que está mal, las infracciones, de la A a la Zeta. Y paro ahí. No hago juicios de valor. Infracciones. Toda una colección. Pero, ¿y qué?. ¿Qué se infiere de todo eso? ¿Dónde se inscribe? ¿Cuál es el contexto? Digo: no hay capacidad de reflexión. De reflexión crítica, entendámonos. ¿Para qué sirve toda esa montaña de datos sobre la corrupción? Empirismo, anecdotismo: hasta ahí llega la cosa. ¿En qué estamos? No hay capacidad de abstraer, de teorizar. Se anecdotiza la corrupción. Puro folklore. El problema no es el señor... ¿cómo se llamaba?... Vicco. Ni los ilícitos de Zutano o Perengano. El problema es plantear una hipótesis de trabajo. Porque, ¿cuáles son los ejes de todo eso, la estructura que lo hace posible?

[...]

Pero si el signo de la época es la domesticación de los intelectuales, como vos decías, la falta de crítica... ¿entonces qué?

­¡Ah, bueno! Es que ésta es una situación que se ha reiterado a lo largo de la historia. ¿O vos creés que es una novedad esto de los inteletuales englutidos? ¿A ver? Hagamos un repaso. Digo: para no caer en una sensación milenarista, ¿no?. En este país, para no abundar, podríamos hablar de Lugones. ¿Si? También era un intelectual proveniente de la izquierda que fue englutido por el sistema, con el señor Quintana o con el señor Uriburu. Quiero decir: ni tanto ni tan poco. ¿Y Sarmiento? Hablemos de Sarmiento, el intelectual crítico de 1840 y 1845 que , en el año 1879, se convierte en un defensor de los aspectos más reaccionarios del sistema instaurado con motivo de la campaña del desierto. ¿Eh? ¿Qué tal? Y en ese momento, no nos olvidemos qué significó el pasaje de la Revolución Francesa a la Restauración. Cómo fue vivido eso por los intelectuales críticos franceses. ¡Otra que la Unión Soviética! Para seguir con el recorte argentino: ¿y Marechal? ¿Cómo era visto Leopoldo Marechal en el año 1946, cuando estaba al frente de... creo que era la subsecretaría de Cultura... por gente que había sido amiga de él antes del '45?. Digo, para relativizar ¿no?. Hablar de esa época. Ahí hubo intelectuales como José Gabriel, César Tiempo y otros más, que se pasaron con armas y bagajes al peronismo institucional, no al peronismo aguerrido, ¿eh? No, no, no: a ocupar ciertos lugares muy jodidos, muy represivos. ¿Quién se acuerda de la etapa represiva de Marechal y de los profesores que fueron echados de la universidad cuando él era subsecretario de Cultura? Ahora es una especie de santo. No sé de qué. ¿Quién se acuerda de cuando escribía en Sol y Luna, una revista de ultraderecha, y de sus manifestaciones fascistas en esos años? ¡Ja! Estas cosas hay que tenerlas en cuenta. Abdicación de intelectuales críticos ha habido siempre. Digo, para no perder el tino, ¿no? A Marechal, finalmente, yo lo conocí en Cuba. Las vueltas del mundo... ¡Joder!

Dice, pregunta Viñas. "Las vueltas de la vida", murmura, mientras va hasta la biblioteca y saca un ejemplar de Sol y Luna, donde enseguida podrá verse que, entre articulos de elogio a Mussolini, hay una nota firmada por Leopoldo Marechal. "Yo me pondría bueno y diría: un hombre confundido", exculpará después, cuando se le señale que todo eso parece dibujar la trayectoria de un oportunista. "Un hombre confundido. Quiero decir, idas y vueltas, ¿no?" Ahora se va a acordar de otras desolaciones, de la década infame, del general Justo y la corruptela de esos años. "Que era como la de ahora. Desde ya: parecidos y diferencias, ¿no?, porque entonces estaba Lisandro de la Torre en el Parlamento, y ahora ¿a quién tenemos? Quiero decir: ¿quién ocupa ese lugar?. ¡Pavada de diferencia!. Y no era un revolucionario, ¿eh?, era un hombre que venía del conservadurismo, socio del Jockey Club y toda la historia... ¡Imaginate! Pero armó, otra que escandalete, un escándalo bíblico en el Parlamento. Y cuando le ofrecieron la presidencia de la República, se plantó y dijo: No, viejo, no".


Ya es de noche. Afuera, detrás del ventanal del piso 13, la ciudad es casi una abstracción. En el mundo, encerrado ahora en el departamento de Córdoba y Montevideo, sólo parece existir la voz de Viñas, sus manos que van y vienen por el aire, cortando palabras, anticipándolas. Se podría hablar largamente del espectáculo de esas manos que no descansan nunca. Pero ya Viñas se ha internado en otra zona, en otras rugosidades de la historia. Pliegues oscuros donde caben la dictadura y el exilio. Y toda la locura y el dolor. Ahora Viñas se está acordando de los hijos, de sus muertos: María Adelaida y Lorenzo Ismael. "Los chicos..."­dice, y no puede seguir, y yo tampoco quiero seguir. Y apago el grabador. Después, mucho después, me va a contar que a María Adelaida la secuestraron a fines del '76, y que al varón se lo llevaron en el '79, cuando él, Viñas, estaba exiliado en España, en un pueblito llamado El Escorial, donde caía la nieve y en donde él, Viñas, se daba la cabeza contra el muro tratando de entender. "¡Qué ferocidad, hermana! Me llamó una mujer desde la Argentina, una tipa infernal de la que prefiero olvidarme, y me tiró por teléfono: 'Mataron a tu hijo'. ¡Imaginate! Pero, pará, ¿quién sos vos? ¿Qué me estás diciendo? ¡Vaya a saber qué desquite o qué desplazamiento había ahí... cómo alguien puede...! Eso fue bestial. Y de ahí todas las locuras, vieja, todas las locuras, de las cuales vos habrás ligado algún fleco, presumo... Ya antes había sido lo del Mundial, ¿no? Esa fue otra que para qué te voy a contar. Mirame a los compatriotas en la Plaza Mayor de Madrid, los exiliados, eufóricos con el campeonato de fútbol en la Argentina. ¡Joder! Ahí había que tener una capacidad muy fuerte para no tirarte al Manzanares o al río más próximo. 0 pegarte un tiro. Qué se yo... Ahí estás en una perspectiva crítica, minoritaria, marginal. Desde ya. ¿Qué vas a hacer, no?. Y después vino lo de la guerra de Malvinas. ¡Otra! En ésa, la izquierda también se metió. Yo estaba en México, entonces, y lo viví muy intensamente. ¡Paaaa!... Te encontrabas con sociólogos de izquierda, como Pepe Nun, que me dijo en su casa: 'David, no pierdas el tren'. Yo le contesté: 'Pepe, ¿y vos tomás el tren para dónde?' Mirá, viejo, esto se cae de la mata, es una manipulación escandalosa y tan evidente. Pero, ¿de qué me estás hablando?."

Años vertiginosos, dice. "Despiadados". Y viene en su recuerdo un libro de Alberto Girri: El tiempo que destruye. O que pone a prueba, reflexiona. "Sobreviví", dice, como concluyendo. Antes, mucho antes, ha hablado de los días en que no quería irse, de la gente que lo eludía por la calle, que se cambiaba de vereda, de voces anónimas que insultaban por teléfono "judio de mierda", de amigos que aconsejaban: "Andate, viejo, no queda otra. ¿O te creés que se van a olvidar de que fuiste asesor de La Patagonia Rebelde? Andate. Ya." Se fue. Julio del '76. En España y en México, un cuerpo desmaterializado, distanciado. "Como el de las putas, ¿no?, que se distancian de su cuerpo". Las manos, nerviosas, trazan un círculo en el aire. Lo cierran. "No hablemos más". Dice que de eso no hablemos más.

­¿Qué pasó cuando volviste del exilio?

­ Eso fue en el '83. Y... al volver, tenés que dar examen de ingreso, ganarte espacios, toda esa putada. Desde ya. Tenés un capital simbólico, que es más simbólico que capital. Digo, ¿no?. Y en el otro extremo, Grondona. Imaginate. Grondona en la televisión, donde no hay nadie no digamos crítico, sino levemente rezongón. Hace poco me invitó un muchacho que está en radio, al mediodía, y tiene un apellido portugués. Me empezó a hacer preguntas, pobrecito, yo me daba cuenta. El creyó que iba...que iba de peteneras el asunto. Y empecé a hablar, pero simplemente como hablás en un café, con un minimun de... qué se yo... de estilos tuyos. Pobrecito. Prácticamente decia "ajá, ajá"... y miraba todo el tiempo el reloj como pensando "saquémonos de encima este señor". Y bueno: ahí me las den todas... Desde ya, hay desplazamientos, hay nuevas solicitudes, gente que viene y que por ahi reemplaza a los auditorios consabidos. Elegis tu público. Está claro. El estilo es el hombre al cual uno se dirige ¿no?, la mujer a la cual uno quiere seducir. Ese es tu estilo ¿si? Y optás. Digo, en función del campo de posibilidades que tenés a partir de una determinada práctica, muy concreta, la práctica crítica. Ese lugar, ¿no? No sé si todos los días, pero con mucha frecuencia existe la tentación o la propuesta de reconversión, de instalarte en el sistema. Y... si se trata de acomodarse, por ahí alguna cosita podés ligar. Te jugás a esa mano. Ya. Perfecto. Un mes, dos meses. Al tercer mes, te decís: ¿qué carajo estoy haciendo yo acá?

Al tercer mes. O al cuarto. ¿Se habría hecho esa pregunta Viñas si no hubiera renunciado a la Guggenheim? Se presentó a la beca, se la dieron y después la rechazó. Alboroto en el avispero cultural y chismorreo en los cafés. "Che ¿y a Viñas qué le pasa? ¿Se volvió loco?". Muy pocos aplaudieron el gesto. Ahora, cuando recuerda el episodio, su voz se va instalando en la cólera:

­Mirá, vino a verme un periodista de un diario y me dijo que no entendía. ¡Inolvidable! Estaba ahí, sentado en ese sillón. ¡Qué no entendía! Le dije: "escuchá, es un acto simbólico, yo no tengo otra posibilidad, yo no estoy diciendo que todos los tipos que recibieron una beca son unos perversos. Desde ya que no. Ademas, me seduce. ¡Hola!, son 25 mil dólares. ¿Sabés lo que eso significa para alguien que ni siquiera es dueño del departamento en que vive?. El fulano siguió. "Pero vos, ¿qué? ¿Te considerás un héroe?", me preguntó. Y yo ahí le digo: "No, mirá, vos me confundís con Garibaldi, yo no juego al héroe. Simplemente es una actitud de un intelectual crítico. ¿Entendés eso?". ¡Qué iba a entender! No era un hecho aislado, no era que de pronto me había picado una ... una tarántula y resolvi tirar 25 mil dólares por la ventana. ¡Nooo! ­dice Viñas, truena, y es un león enjaulado caminando de un lado al otro, topando el aire­ ¡Nooo!... "Y si me apurás un poco, mirá fue un homenaje a mis hijos, se me cantó renunciar porque mataron a mis hijos. Y sí. ¿Querés que me ponga en esos términos? ¿Sabés lo que es que te hayan matado a dos hijos?", le dije al tipo que me vino a ver. ¿Sabés qué significa eso? Hay gente que no entiende, viejo. Ahora, si no entendés, querido, qué se yo, que Dios te ayude. Un homenaje a mis hijos. Me costó 25 mil dólares. Punto. ¿Querés que te muestre las fotos de mis hijos para ver por qué? ­grita Viñas, se ahoga y manotea el aire, las venas del cuello a punto de estallar.

Ha pasado el vértigo. Hay un clima raro ahora, una densidad, un cansancio infinito. Viñas ha vuelto a sentarse, se ha hundido en el sillón, la cabeza echada hacia atrás, los ojos cerrados, la boca amarga. Hay algo frágil en ese rostro habitualmente poderoso. Algo desamparado. Por un largo rato nadie habla. Al fin le pregunto en qué momento decidió renunciar, si hubo un hecho puntual y él contesta que sí, que en el momento en que le otorgaron la Guggenheim salió un artículo de Petras sobre la capitulación de los intelectuales críticos y el papel que habían jugado, en este repliegue, las grandes becas. "Y ahí, no. Me pasé la película de Rodolfo Walsh y dije: no. Fue una réplica, si querés, a lo que decia Petras. Cuando me invitaron a presentarme, por sugerencia de Ricardo Piglia, yo había dudado bastante. Lo fui a ver a Ramón Alcalde, el tipo que intelectualmente respetaba más, y le pregunté: Ramón, ¿qué hago?, ¿acepto o no acepto?. El me respondió: Mirá, dentro de las becas internacionales, ésta es la más irreprochable. No te van a exigir ningún condicionamiento y a vos, que no tenés un mango, te va a venir muy bien". ¿Sabés para qué quería yo la beca?: para terminar un libro que estoy haciendo hace como cinco años y que se llama Erdosain o los intelectuales argentinos. Ese era el proyecto. Desde Lavardén, que fue el primero, hasta Walsh, con una modulación hacia el presente. Grondona y eso. Bueno. Ya. Alguna vez lo terminaré. Ahora, hermana, decime: ¿yo estaba loco, no? ¿Cómo iban a entender mi renuncia cuando las conciencias críticas de este país se habían mandado a guardar? Digo, ¿no?, para poner la cosa en foco.

Para poner la cosa en foco, traigo de vuelta el tema de la domesticación intelectual y le pregunto por los escritores jóvenes:

­¿Qué pasa con los nuevos, David? ¿Cuál es la marca?

­Y... ahí te encontrás con la trivialidad más absoluta. Lo que hablábamos, ¿no? de las luces del centro , la fugacidad del clip, de la historieta. La movida española y toda esa pavada. Desde ya. Yo no he leído los libros de éstos que han aparecido ahora, pero a veces leo lo que escriben en la contratapa de algún diario. Y bueno. ¡Pobrecitos! Yo diría: está bien, querido, viví tu vida, qué se yo, ¿cuál es tu delirio? ¡La movida española! Déle usted. Pero esto pasó siempre, ¿no?, este tipo de gilada, por lo menos. Para no hablar de Aristófanes para acá, o de Moliére para acá, decís: yo a esto me lo sé de memoria. Está bien, viva usted su vida, señor, estamos en otra, usted tiene espacio, accede a la corte, yo no tengo espacio, no accedo a la corte, yo soy un anarco que anda por el mundo. Déle. Yo estoy en otra. Lo que pasa es que... menos mal que no estamos en el siglo XVII, ¿no?, estamos en el XX y quizá sea más complejo el asunto. Pero por lo menos no me van a quemar, por ahora, como a una ...vieja loca y más o menos bruja. Por ahora. Corrés otros riesgos. Desde ya.

[...]

­Hay como una pérdida de sentido, ¿no?, una sensación de inutilidad. Digo: para el que postula una reflexión crítica en una época como ésta.

­¡Pero cómo! Desánimos, interrogaciones sobre para qué corno el esfuerzo intelectual. Desde ya, todo eso está ahí. El sentido te lo tienen que otorgar los otros, no hay vuelta de hoja. Ahí está la dimensión comunitaria, el punto de partida para la reflexión. No sé de otra. Lógicamente si sos ateo, ¿no? Ahí está la única recuperación posible del sentido. Los otros. Es decir, cómo te manejás en la dimensión personal. Cómo te sostenés, exigís, recomponés, en la relación con otra gente. Es una práctica intelectual que no es fácil. Desde ya. ¡Y cómo!. Digo, ¿no?, porque cuestiona, precisamente, la fragmentación y el borramiento de esa dimensión comunitaria. Y ahí las tenes todas en contra. ¡Joder! Porque la mano, del otro lado, viene muy fuerte. Bueno. Ya. Pero imaginate lo que son las modas. Cuánto duran. Habrá que ver...

Dice, y clava los ojos en la noche, más allá del balcón, donde se abre la ciudad y empieza el mundo; donde están los otros. "No es fácil", repite, con la voz ausente. "Pero hay que hacerse cargo, ¿no?, hacerse cargo".

­ ¿Y eso qué significa?­pregunto, y por alguna razón intuyo que éste será el final del reportaje­. ¿Qué quiere decir hacerse cargo? ­ La solitudine, hermana. Estar solo. Y pensar de vez en cuando en el suicidio. Si un intelectual crítico no piensa en el suicidio, por lo menos una vez al año, entonces no es un intelectual crítico. ¿Está claro?.

BELLEZA DISTANTE...





Mientras veo "The fighter" y disfruto con la actuación de Christian Bale, pienso en el Discurso del Rey (que todavía no vi como bien saben mis seguidores) y en los premios Oscar y busco en la web la nómina de ganadoras de años anteriores:

2010 El discurso del Rey (The Weinstein Company)
2009 En tierra hostil (The Hurt Locker) (Summit Ent.)
2008 Slumdog Millionaire (Fox Searchlight / Warner Ind.)
2007 No Country for Old Men (Miramax)
2006 Infiltrados (The Departed) (WB)
2005 Crash (Lions Gate)
2004 Million Dollar Baby (WB)
2003 El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey (New Line)
2002 Chicago (Miramax)
2001 Una mente maravillosa (Dreamworks / Universal)
2000 Gladiator (Dreamworks / Universal)
1999 American Beauty

Mi sospecha se confirma: con la excepción de la genial Belleza Americana (ese faro), se premiaron películas impúdicas (Gladiador, El señor de los anillos, Una mente brillante), algunas decentes y quizá algo más también, pero ninguna que haya marcado un antes un después en la historia del séptimo arte.
Habrá que buscar en el festival de Cannes, seguramente, aquello que, desde hace rato, no se encuentra en la industria hollywoodense.
Busco repatriar mi dvd. Busco un símbolo de paz.

lunes, 14 de marzo de 2011

LO QUE HAY DEBAJO...





Haruki Murakami
Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (fragmento)


"¿Por qué me gustan las medusas? No lo sé. Las encuentro bonitas. Antes, mientras las miraba, he pensado una cosa. Escucha, lo que nosotros vemos es sólo una pequeña parte del mundo. Damos por hecho que esto es el mundo, pero no es del todo cierto. El verdadero mundo está en un lugar más oscuro, más profundo, y en su mayor parte lo ocupan criaturas como las medusas. Eso nosotros lo olvidamos. ¿No te parece? Dos terceras partes del planeta son océanos y lo que nosotros podemos ver con nuestros ojos no pasa de ser la superficie del mar, la piel. De lo que verdaderamente hay debajo no sabemos nada."

DE NEUROSIS Y OTROS DEMONIOS...





Mientras descubro, una mañana, que el cuerpo de una cucaracha que había crujido hasta morir bajo la suela de mi zapatilla, no se encuentra en la cocina ("sus compañeras retiran el cadáver", me advirtió mi peque, y ahora empiezo a creerle), hago un recuento de mis experiencias cinematográficas en este primer tramo del año.
Lazos de Sangre, el Cisne Negro, Temple de Acero, El Rito, Desconocido, En un rincón del corazón y Conocerás al hombre de tus sueños, son las películas, estrenadas en lo que va del 2011, que tuve la oportunidad de ver. Aún tengo pendiente a la ganadora del Oscar (El discurso del rey), como también "El Luchador", película que le reportó su primer (y merecidísimo) premio de la academia al multifacético Christian Bale.
De todas las películas mencionadas, el cisne negro, lazos de sangre y la última creación de Allen, son las que mejor sabor de boca me dejaron.
Y es, una vez más, el gran Woddy sigue mostrando que una película no del todo lograda de su producción le sigue sacando varias cabezas de ventaja a las mejores producciones de cualquier otro.
"El hombre de tus sueños"...es otra pieza más (trágica, cómica, dulce, ácida) de ese rompecabezas neurótico que son los sueños y las pesadillas con el que el mítico director articula el presente en relación a los fantasmas (propios y ajenos) que salen a pasear por allí.
Y hay que ver con qué amabilidad se nos presentan los demonios de nuestra existencia (los límites a aquello que deseamos)cuando son conducidos por la mano amistosa del pequeño neoyorkino...

martes, 8 de marzo de 2011

EL OFICIO...







Tomás cosas del cine y los llevas al teatro?


En general se hace una separación, hay una curiosidad instalada en la gente que se interesa por la actuación. La gente que ve y que son espectadores comunes, puros, por decirlo de alguna manera, intenta indagar un poco en que si el actor es diferente en teatro, en cine, en televisión. Pienso que la actuación es una sola y por supuesto que cada lugar tiene, no voy a decir reglas porque no están establecidas así, pero sí cotas que permiten que un actor pueda desenvolverse conociendo el mundo que cada registro propone. Entonces, como no hay reglas sino mundos que se manejan de manera diferente, que tienen su particularidad, está en cada actor entender esas particularidades que se proponen.

No tengo una preferencia marcada, sí durante mucho más tiempo hice teatro solamente y después empecé a conocer la televisión y el cine. Porque vengo de Rosario, donde la televisión no tiene desarrollo y el cine tiene pero esporádicamente. Entonces mi formación básicamente es teatral, después empiezo a conocer las particularidades de la televisión y del cine.

Uno como actor creo que tiene que estar ávido de conocimiento a lo que propone cada uno de estos mundos, y va adoptando conocimiento de cada una de estas particularidades. Después, uno puede empezar a hacer una especie de combinación, que no es siempre tan consciente, desarrollar la creación de un personaje en relación a las particularidades que cada mundo establece. Con esto quiero decir que uno en teatro sabe que tiene todo un mundo que es el escenario, donde se va a desarrollar la historia o se van a desarrollar los momentos que tienen la pieza que uno haga y sabe que tiene como ámbito de recorrido lo que lo encuadra, el metraje que tiene el escenario. En televisión y en cine eso está acotado al espacio que da la cámara para que uno tenga movimiento. Esto, dicho así parece muy esquemático, cosa que no es, o por lo menos que yo no considero que sea así. Lo que sí digo es que uno como actor tiene que ver de qué manera desarrolla el crecimiento del personaje que está haciendo conforme a esa particularidad.

Se dan actores que tienen una mayor eficacia en teatro y trasladados al cine hay un registro mas grueso de lo que sería la expresión. No considero que sean actores que no puedan hacer ni televisión ni cine, sino que se quedan más en lo que es el registro de una vieja escuela teatral que tendía a que las expresiones sean grandilocuentes porque uno tenía que llegar con su proyección de la voz y con su gestualidad a la última fila. Cosa que se decía mucho o que se dice todavía en la formación de algunos maestros que propulsaban esta idea. Idea que uno puede cuestionar, pero cuando no existían la televisión ni el cine estaba el teatro con su grandilocuencia. Algunos actores no entendieron este paso, entonces uno ve que están corridos de eje en relación a las actuaciones demasiado teatrales. Son muy de trazo grueso.

En lo personal a mi me fascinan la televisión y el cine, por lo que proponen por su particularidad, inclusive la publicidad en donde todos esos mundos se condensan en una especia de azafrán o de veneno en frasco chico y que puede tener una potencia extraordinaria.

¿Vos por qué llegaste a la televisión: por una cuestión de fascinación o mas bien económica?

No sabía cuanto tiempo podía pasar para que Rosario tuviera un desarrollo en la televisión y me vine para acá por una cuestión curiosa. En relación a forma de vida sí sabía que no quería ser docente y que esa sea la fuente de mi ingreso económico, porque nunca consideré que estaba preparado para transmitir experiencias de actuación. No me había dedicado al estudio para ser docente teatral, quería saber de qué manera podía sustentarme económicamente con mi profesión. Entonces, fue una combinatoria de ambas, una cuestión curiosa de saber mezclado en saber cómo iba a sustentar mi actividad como fuente de ingreso.

¿Hoy seguís pensando lo mismo, que no podrías dar clase?

Sí, siento que no me preparé para eso. Sí puedo (de hecho lo hago) ir a algunas escuelas a contar experiencias. A veces, esa curiosidad de los alumnos lleva a que sepa que hay cosas que puedo comentar, pero no que pueda transmitir el conocimiento de manera tal que eso pase a otro y que ese otro pueda nutrirse con eso que le puedo dar como ejercicios. Por lo menos por el momento.

¿Cuándo elegís los papeles en televisión, en función de qué lo haces?

Depende un poco el deseo que tenga en el momento. Por ejemplo, ahora estoy viendo si hago una comedia o si vuelvo a una tira diaria de las 10 de la noche que tiene rasgos más dramáticos. Durante todo este año decidí no hacer tira diaria porque tenía ganas de incursionar en el unitario y fue lo que hice. No es tampoco que haya una enorme posibilidad. Tiene que ver con que durante tres años seguidos hice tira diaria, dos años de comedia y un año en la tira de las diez de la noche. Digamos que la de las nueve es la más costumbrista y la de las diez tiene un poco más de pretensión y de dramatismo o de profundidad; esta como tabulado esto. Elijo en relación a eso y a la oferta que tenga. Este año decidí no hacer tira, consideré que la gente podía estar un poco cansada de verme todos los días. Creo que sí, que la gente se cansa. Hace poco hice un unitario que lo siguen dando, "Criminal". Hice un personaje que era muy atractivo, que me resultó muy atractivo componer y que tenía poco que ver con otros que había hecho en unitarios.

¿Qué es lo que tomas de la televisión que te resulta fascinante?

Me parecen fascinantes muchas cosas de la televisión. Me parece fascinante como uno se entrena en su capacidad de concentración para plasmar lo que uno considera que es conveniente para la situación que va a actuar. Por ejemplo, hay una cantidad de cuestiones técnicas que uno tiene que tener en cuenta y a su vez estar muy atento con lo que quiere actuar. Entonces me parece que la capacidad de concentración es enorme y cómo uno puede disociarse. Por un lado, está lo que uno considera que es más conveniente actuar y por otro lado están cincuenta personas a los gritos, acomodando luces, riéndose, poniendo las cámaras. Uno puede ir saltando permanentemente, en un momento un es Luis Machín y en el próximo es Rodrigo Roca, en dos segundos de diferencia. Ese paso me resulta fascinante. Cómo uno puede colocarse rápidamente en la ficción y actuar con efectividad.

Después, todos estos pruritos que existen. Yo me he desarrollado básicamente en el teatro y hay muchos actores que consideran que la televisión es Satán, que es lo que no se debe hacer. A esos actores yo les diría “a ver si lo podes hacer”. No actúo en televisión para hacer teatro o para que la gente me conozca. Hago teatro desde que tengo dieciséis años, el teatro también me fascina, es un mundo que yo no abandoné desde que tengo dieciséis años hasta ahora, ni la televisión ni el cine lograron alejarme.

Pero no pienso en qué me aporta la televisión para el teatro o viceversa. Pienso en cómo hacer para actuar cada vez más, que es lo único que yo se hacer. Creo que es algo físico y psicológico. Sé que no puedo estar muchos días antes de que yo actúe, conozco esto de mí. Tengo que asirme de todas las posibilidades que tenga para actuar porque sé que eso me da salud y se que eso me permite seguir siendo en el mundo real una persona confiable. Trato de ver como congenio todo para poder permanecer en la sociedad, es una cuestión de pulsión.

¿Tenés alguna preferencia hacia alguna corriente teórica?

Nunca fui un gran teórico ni un gran lector de teoría de la actuación. Sí hice la Escuela Nacional en Rosario, tengo título terciario de actor nacional, pero nunca fui una persona muy curiosa de los aspectos teóricos que escribieron otras personas a propósito de la actuación. Tengo como mi propio pensamiento, es algo muy personal. Pero digo que no es una cosa que yo pueda trasmitir mucho, porque no hay una metodología instalada sino que responde a cuestiones que tienen que ver más con el azar.

Y en teatro ¿tenés alguna preferencia con respeto al trabajo con texto o en base a improvisación?

Por suerte la improvisación tuvo mucho que ver en mi formación, siempre me parece un punto de partida muy potable para la construcción. Desde allí el actor debe, a partir de su personalidad y de su poética personal, hacer que el personaje adquiera una dimensión con una potencia única y ese personaje lo puede hacer solamente determinado actor. Por ejemplo, con Ricardo Bartís tuvimos un proceso de formación de prácticamente dos o tres años de "El pecado que no se puede nombrar". Hubo un año y medio de buceo de las potencialidades de cada uno de los actores y después se introdujo el texto de Arlt a las particularices de cada uno.

En el caso de "La caja" fue todavía más allá, aunque es anterior al "Pecado...". En "La caja" no hay ningún autor atrás, lo único que surge como idea es trabajar con una caja de cartón y una cinta. A partir de allí y por decantación se fueron hilvanando los momentos que se consideraban más potentes, más poéticos, situaciones en donde se multiplicaba el en sentido de la escena y se disparaba a lugares muy disímiles. "La caja" surge de la pura improvisación y una vez que se armó la pieza no se basa en la improvisación. Hoy sabemos dentro de qué carriles pueden correr los personajes, cuando nos salimos de ellos sabemos que nos estamos yendo a otros territorios.

Esa forma de creación me resulta muy atractiva porque me permite una enorme libertad. Cuando aparece el texto en general las que más me gustan son las adaptaciones, como en el caso de "El pecado que no se puede nombrar" que de alguna manera puede considerarse una adaptación. O "Lástima que sea una puta", que nosotros hicimos una versión que se llamaba "Dios perro", que se trabajó mucho desde la persona que la adaptó y de nosotros como actores.

Los trabajos que son con textos ya concebidos me gusta en realidad que se puedan romper y que haya cierto juego de cintura con el autor y que esté más del lado de la actuación y no desde su soledad como autor poniendo los puntos y las comas, como es el caso de Griselda Gambaro. Hice una obra de ella donde pedía que se respete absolutamente el texto, no había posibilidad de correrse. Son formas. Ingresé en esa forma y tenía que ver como hacía para poder actuarla. Eso es un trabajo aparte, si uno acepta determinadas reglas cómo hacer para que no nos resulte engorroso tener que actuarlo. A mí se me das a elegir me atraen mas las experiencias como "El Pecado..." en su momento.

¿Y con "El niño proletario"?

Bueno, ahí estamos hablando de un autor muy particular, Osvaldo Lamborghini. Con Bartís hicimos un recorte porque estaba dentro de lo que se llamaba el Teatro proletario de cámara, que era distintos textos del mismo autor. "El Niño proletario", si lo hacíamos como estaba no bajaba de los 45 minutos. Hicimos un recorte de los momentos más importantes del relato. Duraba 9 minutos, lo que tarda en consumirse un cigarrillo sin pitarlo demasiado. Eso fue una elección al principio, arbitraria, y después fuimos viendo que el tránsito de la narración de esa persona estaba completo.

Después había una decisión de actuación y de forma de contarlo que fue probado en su momento y se tomó la que se consideraba mas conveniente. Tampoco es que había una enorme cantidad de posibilidades. Consideramos que el texto tenía una potencia impresionante por sí mismo. Desde el principio me di cuenta que a ese texto no había con qué darle, que tenia una contundencia propia. Por supuesto que había una decisión mía de contarlo de alguna manera. Había que tener mucho cuidado con lo que se actuaba, yo elegí algo más hierático, cerrado, gélido. Con muy poca gestualidad, que estaba mas bien dado por el tono en que se lo decía.

Era muy impresionante, me resultaba muy impresionante lo que se producía en la gente. Hubieron unas diez personas que se descomponían en sala en distintas funciones. Llegó un momento en que mis compañeros me hacían chistes, me decían “a ver a quién tirás” o pensaban que yo les daba unos pesos para que se caigan. Alguna vez Bartís tuvo que sacar a uno de la sala para darle agua, en Barcelona se calló un hombre, acá siempre eran mujeres.

¿Te encontraste con personajes que padecías?

Siempre trato, cuando no consigo afinidad con la dirección, de conseguirla con los compañeros. En el caso de "Lo que va dictando el sueño", de Gambaro, con quien yo tuve muy buena relación, teníamos bastante diferencia con Laura Yusem, en cuanto a la concepción de la obra. Entonces me costaba actuarla, más que nada toda la primera escena, que me parecía de una ingenuidad pasmosa. No hubo manera de cambiarla, porque tampoco había una decisión de la autora de resignar algunas cosas o de modificarlas. Ella consideraba que era una escena onírica con mucha poesía y yo consideraba que era muy pobre. En general, cuando esas cosas pasan trato de que haya más afinidad con la gente con la que uno tiene que actuar todas las noches.

¿Cuál es tu relación con el público? ¿Te afecta la cantidad de gente?

Pueden haber treinta personas en una sala de quinientas y ser un público muy receptivo y puede estar llena y ser un público poco receptivo. Pero yo actúo para mí, no pensando en que tengo que agradarle a la gente; si le gusto mucho mejor. Entonces soy muy riguroso con la actuación y con los ensayos, porque todo eso me da placer a mí. Si lo ve más gente mejor, y si le gusta mucho mejor. Pero no actúo con la conciencia de que tengo que agradarle a la persona que me está mirando. Uno en televisión, con ese ojo que te mira, son millones de personas, si uno se va a poner a pensar en ellas te puede ser anulatorio.

Ahora que estamos haciendo giras con "Ella" sí hay una cuestión de números para cubrir los gastos, pero es otra cosa; a la hora de actuar estoy ahí actuando. No hay una dependencia permanente. Con esto no estoy diciendo que me encierro y ya está, claro que hay momentos que tienen una receptividad mayor. Uno no puede negar que está el otro, pero trato de que eso no se haga vicio de actuación. Cuando uno sabe que hay determinados momentos en una pieza en que la gente se ríe, si no pasa el actor tiende a tratar de llevarlos para la risa. Lo que trato es que la compresión de lo que se va a contar tenga la efectividad que uno considera que tiene que tener porque la obra lo impone y no porque la gente lo impone. Los actores tendemos a tener una respuesta inmediata de lo que estamos actuando, pero eso va en detrimento cada vez mayor de la pieza. Para eso tiene que estar la figura del director que señale cuales son los momentos en donde hay que volver a lo que hacia. El tema es que la risa es lo que confirma generalmente lo que muchos actores piensan está bien. Y eso es un error.

Y ¿Cómo director como te ves?

La verdad es que no. Por ahora la docencia y la dirección no despiertan una gran curiosidad. Cuando me aparecen visiones de dirección trato de correrme de eso porque más bien me impide actuar, me pongo demasiado crítico de lo que estoy haciendo. Uno siempre tiene como un ojo que lo ve, como una especia de juez que lo va reclutando para un lado o para el otro. Está bien que uno lo tenga porque es lo que lo hace mantenerse en eje, pero si ese ojo es demasiado fuerte en el momento en que está actuando es muy pernicioso para poder seguir. Hay una mirada más de la totalidad.

La totalidad en la actuación tiene que referirse al momento en que uno está con el otro actor. Esta escena es esta: vos ahí preguntándome, el grabador y yo contestando. Esta es la escena, no estoy pensando en que hace mucho calor, que tendría que haber prendido el aire, que se me están quemando las plantas con el sol, eso forma parte de todo esto que seria la totalidad del momento. Si pienso en todo esto voy a distraerme y no voy a tener la efectividad que creo debería tener para actuar lo más potente.

lunes, 7 de marzo de 2011

EL PODER DE LA PALABRA...





Veo, en 6-7-8, a Martín Kohan debatiendo sobre la polémica generada, en los últimos días, sobre la designación del nobel Mario Vargas Llosa para la inauguración de la próxima feria del libro.
Martín Kohan escucha a Barragán (que cada día que pasa incrementa mi antipatismo hacia su figura) sostener que no había que ir a la feria a comprar los libros del peruano liberal, porque, según él, están construidos con el lenguaje del dinero y la prepotencia de mercado.
Absurdamente, o no, tal exhortación arrancó un aplauso de los presentes en la tribuna.
Vuelto el silencio pertinente, toma la palabra el autor de -la gran- Ciencias Morales para advertir los peligros de inducir a la "no lectura" como, asimismo, los peligros (tanto intelectuales como políticos) de buscar silenciar la palabra de Vargas, y no poder escindir su ideología política de su narrativa.
"Lo mismo se hizo con Borges y por eso no se lo entendió" sostiene Kohan, para agregar: "de lo que se trata es de separar política (o realidad) de ficción o literatura, no porque no tengan nada que ver, sino, justamente, porque tienen mucho que ver, y es de esa forma ( y no de otra), de la mejor forma que se puede pensar y analizar el mundo que nos rodea y nos constituye.
La conveniencia política también es evidente. Censurar a Vargas Llosa es justamente, servirle la mesa (a él y a su grupos soporte) de que se sienten en la silla de los marginados, de los defensores de la libre expresión que son censurados por los gobiernos subdesarrollados -tanto en lo materia como en lo simbólico- del populismo tercermundista.
Da placer Martín Kohan. Me da placer recordarlo frente a mí, como docente, moviendo sus manos frenéticamente, parando la clase sobre realismo para preguntarle a una alumna dónde compró su bolso (Kohan tiene una fijación con la marca adidas, que según él, es una de sus tantas taras, una de sus tantas obsesiones inofensivas que le permite seguir funcionando socialmente).
Da placer saber que, en la tv, también, casi milagrosamente, uno puede encontrarse con alguien así.