Un amigo -más internatura que yo, desde ya- me cuenta que, a
través de facebook, se está organizando una reunión (la primera en doce años)
de ex-alumnos.
Parece ser que, luego de un intento fallido hace algunos
años, alguien no pudo soportar con su sólo cuerpo la nostalgia de los años
felices compartidos allá en el tiempo, por lo que encendió la mecha y tiró el
explosivo en la red de redes.
Mi amigo me comenta que ya hubo varias adhesiones a la
propuesta y pregunta si estoy interesado. Lo pienso…y sí, estoy interesado.
Ahora sí tengo la curiosidad que no tuve durante todos estos años. Y es que,
por una cuestión de la edad que me acaba de saltar encima como un gato (los
treinta), me resulta interesante registrar qué es lo que permanece y qué es lo
que ha cambiado en mis compañeros. Es una edad en la que uno está en viaje; en
tránsito hacia algún lugar: para algunos más, para otros menos desconocido.
Me miro en el espejo y miro a la gente de mi edad y me doy
cuenta que –prestando atención a los rasgos, y con un poco de imaginación- se puede
ver –en una misma cara- tanto al adolescente que se esfuma como al hombre que
asoma. Y eso sucede porque el rostro –como los deseos y temores que circulan
por nuestras cabezas- se encuentra en pleno tránsito, en pleno movimiento. Hay
algo de ese viaje inicial que se conserva y hay –también- algo que se perdió en
el camino y que aparece –entonces- como ausencia irremediable.
Y esto –creo- nos
pasa ahora: a los 30; no a los 40 o 50. En 10 años tal vez no resulte tan rica
la experiencia; no por lo menos en los términos en los que planteo su
atractivo: alrededor de la idea de “viaje”, en el cual uno –por haber sido un
incipiente compañero de ruta en algún momento- puede detectar lo que permanece
y lo que aparece en el otro.
Sin marcas de reconocimiento (que en un principio se
localizan en las caras y los cuerpos, desde ya), vendríamos a ser –por lo
menos durante la primera reunión- señores y señoras: perfectos desconocidos que
jamás hicieron las locuras que tantos dolores de cabeza causaron a muchos durante el secundario. Que jamás
fueron inmortales por un puñado de años.
Para volver –por una noche- a mi inmortalidad, es que me
interesa participar del evento.
Participar del 11N de la 46 A.
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