Fragmento (borrador) de "La tierra sobre los
pies" (mío, no de Schmidt)
Se preguntó, hasta el cansancio, si era una buena persona.
Quería sentirse tranquilo consigo mismo, quería ir al cine -sólo, o con un
amigo, o con su novia- y, al momento de entregarle la entrada al chica antes de
ingresar (o al chico), en ese brevísimo intercambio entre una mano que
recibe una entrada y una mano que la corta en dos para devolver una mitad
e indicar amablemente el ingreso a la sala, en ese brevísimo momento, al
mirar fugazmente a la chica (o al chico) de la puerta de la sala, sentirse
una buena persona. No sólo "sentirse" sino también percibir
que la chica (o el chico) estaban recibiendo esa sensación, estaban
sintiendo su sentir, y no sólo eso, sino que -sin conocerlo en
absoluto- se permitían soltar un leve brillo en la mirada, un leve ademán
que excedía la mera indicación de que ya podía ingresar a la sala. Era
algo más: era la afirmación (secreta, sin palabras, cómo funcionan los
secretos compartidos), de que -efectivamente- era una buena
persona.
Quería ir al bar y, mientras el mozo lo miraba al
momento que le pedía algo -generalmente un café doble con crema- observar
un breve mueca en la cara de ese hombre, un leve movimiento en los
labios, algún destello en la mirada, que le dijera que sí, que
se quede tranquilo, que era una buena persona, que no había porqué dudar
de ello. Que, sin realmente conocer qué carta le quedaba, tenía
todo a favor para aceptar el truco en la tercera mano. ¿Pero qué carta le
quedaba?
Su carta. Porque el sí era una buena persona. No como el
otro, "ese sí que no es una buena persona" se dice. Y se
convence...por un rato.
Pero la pregunta cae (como cae todo) mientras hace cualquier
otra cosa. Por qué pensar no es hacer. Pensar, en el mejor de los casos, es
prepararse para hacer, en un "no tan mal caso" es escribir algo que
alguien pueda leer y lo pueda poner a hacer: es decir a pensar como paso previo
al hacer. Y -en el peor de los casos, que suele ser el pastor habitual que
libera las ovejas al sueño- pensar es sólo pensar. Y cuando pensar es sólo
pensar...bueno, ya sabemos lo que pasa.
La pregunta que cae, ese vaso que se apoya mal sobre la
mesa, que viaja rápido hacia el piso para romperse y mojarle los pies descalzos
es la siguiente: ¿qué es ser una buena persona? ¿Quién expide ese certificado? ¿A qué precio? ¿Por medio de qué tipo de examen?
Descubrió lo obvio, esa evidencia que -por tenerla pegada a
los ojos- no podemos ver. Hay que despegarla, hay que poner bolsitas de te
caliente sobre en los párpados manchados de pus y después,
primero borrosamente, después con claridad, empezar a ver algo de lo que pasa.
Y lo que pasa da terror: no hay institución alguna de bien
público capaz de evaluar la escala de macanudismo o de bonhomía de un fulano
cualquiera.
Se divirtió pensando en una especie de examen. Un múltiple
choice para ser más precisos.
Varios puntos. Cada punto -desde ya- con varias
opciones. A cada opción le correspondería un puntaje
diferente. Pensó en las categorías: padre/madre. Esposo. Vecino.
Compañero de trabajo. Ciudadano (qué difícil esa!).
Del cruzamiento de los puntajes obtenidos en cada categoría
del choice saldría una puntaje general, según el cual un 7 sería un buena
persona, un 8 una muy buena y un 9 una excelente. El 10 siempre quedaría
vacante porque el 10 (lo sabía desde el colegio, cuando un profesor de dibujo
-mientras dibujaba con tiza un auto de carrera en el pizarrón- el 10 era sólo
para el que nos mira tomar sol desde arriba. Y qué pasaba con los que no
aprobaban? Los que sacaban 4, 5 o 6 debían ser puestos en observación...ir por
la calle cómo van los que se anotan en la escuela de manejo: con un cartel que
diga "cuidado, principiante".
Y los aplazados?... No eran necesariamente delincuentes,
claro. No por lo menos de acuerdo al actual código penal. Apedrearlos en plaza pública
parecía demasiado. La muerte cívica era demasiado también (aunque,
sin dudas, no los hubiera afectado demasiado, dado que muchos de ellos vivían
una muerte civil sin que nadie se dé cuenta). Se dio cuenta -otra vez- de una
evidencia: los aplazados no se presentarían a examen: nadie quiere que le digan
que es un burro si puede evitarlo.
No era estúpido. Se dio cuenta enseguida que su proyecto era
más digno de ser presentado en un café-concert que en el ministerio de educación
de la provincia. Es verdad, también se reían cuando un ignoto Rocky Balboa retó
a duelo al gran Apolo Creed, y ya sabemos todos qué tuvieron que hacer con sus
burlas, con tantas palabras recién saliditas de las brasas que
arrojaron sobre el semental italiano.
Al pensar en las categorías, el agua que mojaba sus
pies se vuelve un hielo que los quema, que lo hace querer correr
hacia la tierra tibia. A embarrarlos para poder seguir caminando. Para que no
queden inutilizados por su loca ilusión de pretender vivir de su cabeza. Y de
la cabeza.
Se enlodó. Sólo, como siempre, como aprendió a disfrutar.
Estaba claro que uno no puede ser interrogado sobre su propia bondad. Son los
demás, los otros, los que deben decir si uno es una buena persona o no. Sin
embargo, si los demás tienen la potestad para decidir si uno es bueno o
no...entonces los demás empezaban a definir "qué era uno".
Le dio terror, otra vez el hielo bajo los pies, que
aparecieran "otros", "muchos otros" (como aparecen los
autos en bandada, en cuestión de pocos minutos, mientras el día sale de su noche
mansa para indicarle a la gente que debe abotonarse en las autopistas que
conducen al centro de la ciudad), que no certificaran su calidad humana. Que
vieran en él una simple prolongación de la noche que -el puto día- les acaba de
arrancar de sus almohadas para ponerlos de patitas en la calla. A trabajar, que
es un día nuevo bajo el sol, como dijo alguno, y se fue a dormir.
Siguió cavando. Algo más sobre "el uno". Algo más
relativizador del uno. Y a él no le gustaba relativizar. Él quería levantarse una
mañana, y mientras se ponía las medias (sacudiéndolas siempre un poco, para que
el negro de la tela sea puramente negro, descubrir que la tierra era
redonda. Pero no. Y no “no” porque no. No porque las cosas suelen ser más
complejas de lo que parecen, dijo otro, descubriendo ya no la redondez de la
tierra, sino la de sus propios pensamientos, y se dispuso a fumar un pucho,
mientras se sacaba las medias (ahora sí con una mezcla negra y gris permitida
para cualquier oficinista que hace guardia mental de 9 a 17 horas.=
Lo relativo era el uno. Uno no es sino en relación. Pero
cómo?...No hay nada que uno lleve en su bolso siempre -siempre- a todas
las relaciones? Quería creer que sí, quería aferrarse al esencialismo que
refresca la cara a la mañana. Una crema aplicada con manos femeninas
en la intimidad del baño. Frente al espejo que, gracias, a dios no habla con
nadie. Tenemos mucho para aprender de los espejos: se limitan a
mostrar sin decir. Los buenos amigos, los pocos buenos amigos, son los que
adquieren esa extraña habilidad que tanto necesitamos.
Si uno es "en relación", podía hacer papel
picado con su esforzado modelo de múltiple choice. Adiós beca en el
ministerio.
Le gustaba pensar como dijo otro más: uno contiene
multitudes, pero no quería quedarse con eso. No es que uno contenga multitudes,
sino que la subjetividad está hecha de un sólo cuerpo hecho de miles
de filamentos. Y contar los filamentos...bueno, contar algunos es
necesario. Pero contar muchos es un pasaporte directo a la locura.
Tuvo que detenerse. No porque quisiera detenerse, sino
porque la trampa -sola, solita- se había activado.