Reventado. Así estuve esta semana (y todavía no estoy
recuperado) por las placas en la garganta que me generaron una fiebre
espantosa, además de los típicos síntomas: debilitamiento, malestar general,
dolor muscular, etc. Sucedió así: en la madrugada del lunes desperté temblando,
tiritando de frío a pesar de tener la estufa prendida a pocos metros de la
cama, y teniendo que hacer un esfuerzo terrible para poder levantarme e ir al
baño.
Desde ya que, una vez notificados en la oficina, me consigo
un turno - en realidad me lo consigue mi enfermera número uno, desde ya-
en un centro médico cercano a casa. Caminar esas 4 cuadras fue como correr una
maratón. Tenía miedo de caerme por la calle.
Me atendieron casi a las 2 horas de haber llegado al lugar
(los beneficios de los turnos que da IOMA). Lo de las 2 horas hubiera resultado
anecdótico de no ser porque, en el plasma instalado en la sala de
espera, estaban pasando un programa que -teniendo 36,5 como manda todo
manual- ya me sube la temperatura, al punto que no lo tolero más de 5
segundos: casados con hijos. Si al consultorio llegué con 39 de fiebre, tener
que soportar ese programa me llevó -con total seguridad- a los 40 y
monedas ( para los que no lo saben -y yo me desayuné ahí
mismo, el programa dura, literalmente, toda la tarde, es decir que pasan
varios capítulos uno atrás de otro, que el espectador cautivo -como fue mi
caso- lo recibe como una especie de seguidilla de trompadas de Tyson).
Finalmente me atiende un dr. petiso muy parecido al
intendente, al punto que -tal vez delirando por la fiebre- pensé por un segundo
que era el mismísimo Díaz Pérez. Si era, habría que decirle que vuelva a la
intendencia, no sea cosa que el fantasma de Manolo se haga presente mientras él
juega al Dr. cureta.
Y lo cierto es que si como intendente cualquiera parece
sanear un poco lo radioactivo que se había vuelto el Municipio bajo el reinado del viejo
carcamán, como médico este muchacho deja bastante que desear; en su afán por
despacharme, alternó una revisación que se le limitó sólo a controlar la
respiración, con algunas preguntas mínimas de rigor. Ni siquiera me tomó la
fiebre! Eso sí, me dio un montón de cajas de antibióticos que tengo que tomar
de acá a una semana. Ah, y lo más importante, me dio un certificado para el
trabajo en el que consta que tengo un estado febril que requiere, como
mínimo, 48 hs. de recuperación. Grande Dr. Pérez! Las 48 hs. se
cumplieron hoy, y la fiebre y el malestar bajaron pero no se fueron, así que
fui por la revancha con mi clínico amigo.
Hoy, y esto sí tengo que remarcarlo, al verme sentado en la
sala de espera (me habían dado turno para las 2, y a las 2 resulta que tengo 5
pacientes adelante), me hace un hueco en la agenda. "No voy a demorar mucho"
le adelanta a la secretaria ("eso seguro", pienso yo).
Paso. Nada de tomar la fiebre (no perdió el tiempo la
primera vez, para qué hacerlo ahora?), ni de auscultar el pecho, ni controlar
la presión, o el peso o nada. Que para hablar un poco está la medicina. Así que
tuvimos un amable intercambio de minuto y medio, por el cuál conseguí lo que
fui a buscar: otro lindo certificadito que me mantenga protegido a mi
cuerpo de las fauces tribunalicias. Y lo conseguí: otras 48 hs.
De a poco empiezo a sentir nuevamente las ondas cerebrales. Muy de a poco. Al principio quería leer de todos modos, pero muy rápidamente desistí del intento. Quedaba la tv por cable de mi madre devenida enfermera personal. Después de haber pasado un par de tardes enteras viendo cualquier cosa -y cualquier cosa es cualquier cosa- ahora (que siento que el cerebro poco a poco se empieza a oxigenar otra vez), se me hace más presente que nunca el texto de Fogwill en el que se pronuncia en contra del aborto. Sobre todo la parte en que dice algo así como: "Se dice que los fetos no tienen conciencia; pero tampoco tienen conciencia las señoras gordas que miran toda la tarde televisión, y no por eso hay que matarlas.
Con perdón de Quique, estas últimas tardes fui una de esas señoras gordas. Pero que se quede tranquilo, porque las tardes plagadas de horas destructivas de t.v pasarán, la fiebre bajará como baja la marea y mi silueta y mi sexo volverán a ser los de antes.
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