Una delivery de incongruencias al servicio de la dama que cuelga del hombro de la cartera o de la billetera en la que duerme, junto a roca y belgrano prensados, el caballero suburbano.
domingo, 22 de junio de 2014
MONSTRUOS CONOCIDOS...
No teniendo más nada para comentar acerca de las actuaciones de Argentina en el mundial (no sólo por la pobreza de las actuaciones sino porque la cara de Sabella antes, durante y después de los partidos hacen que uno ya no quiera pensar en más nada) y procurando simplemente saber la fecha y hora del próximo partido, del mismo modo que los presos -en su imposibilidad de ser libres- sólo atinan a tener presente el horario de su próxima comida o de su próxima salida al patio para recibir una visita. Prefiero, entonces, hablar de un muchacho en el que hacía muchos años no pensaba y que no hubiera pensado de no ser porque un amigo -mientras comíamos el viernes pasado por la noche en un bar desolado en Adrogué- lo recordaba.
El que ven ahí arriba se llama Patricio. Pato. Fuimos compañeros de colegio durante toda la primaria y la secundaria. Estando todavía en primaria -tendríamos unos diez años- una vez trajo al aula algunas historias que había escrito. Recuerdo una en la que todos nos reímos -sobre todo el maestro, que dejó de lado su clase para leerlos a todos la historia- con su final hilarante : un ladrón, que había entrado a robar en una casa, era reducido por una vieja que se defendió exitosamente del intruso...con una tuerca!
Ya en el secundario, Pato se nos reveló como lo que era (¿lo que es?): un verdadero monstruo. Nadie tiene registro de él estudiando. Todos, en cambio, tenemos un registro muy preciso de él como un pequeño barrabrava; un pibe que mientras todos nosotros sufríamos los fines de semana tratando de estudiar para los exámenes de lengua o biología, él estaba en la cancha de Temperley, alentando al celeste. No iba con un primo, un tío o algún otro familiar mayor (como lo era en mi caso en cada domingo que iba a la cancha a ver a Lanús). Él no. Si no tenía con quién, iba solo. Y se fundía con la barra. Se peleaba con los hinchas. Corría de la policía. Tiraba piedras los domingos, para luego ir los lunes a rendir y sacarse 10. Un diez que le importaba muy poco, desde ya. Nada le importaba. Su boletín combinaba las notas más altas con la más alta cantidad de amonestaciones (razón por la cual jamás se lo consideró como posibilidad para llevar la bandera en los actos escolares). Desde ya, que eso tampoco le importaba en lo más mínimo.
Para decirlo de una vez: si Pato fue (¿es?) un monstruo fue porque a la edad en que el interés de los varones pasa por hacer de la apatía generalizada frente a todo el único modelo posible de vida -y la masturbación intensa la única fuente de placer- él, en cambio, "entendió" lo que otros -yo por ejemplo- entendieron de muy grandes: que uno no está en el mundo para encajar en los deseos programados por los otros (los padres, las instituciones), sino que el mundo está presente para encajar en nuestros propios deseos. Pato, fue, no tengo dudas, un nietzscheano muy precoz.
Al día de hoy tengo su imagen corriendo por la avenida con un cartel de Mc Donalds, mientras el empleado de la caja salía desesperado a pedirle que lo devuelva. Minutos antes habíamos organizado una guerra de comida contra otro colegio.
Un amigo me contó que una vez -un sábado por la madrugada- lo vio sentado, solo, tomando un vino en un bar de la estación de Temperley, leyendo un libro de Herman Hesse. Mientras que el resto de nosotros, adolescentes, nos juntábamos en un bar "bien" a tomar algo antes de ir al boliche (en ese momento casi no existía "la previa", del mismo modo que casi no se veían celulares, y si se veían eran los movicom-ladrillo), Pato se iba, solo, a los 16 años, a tomar un vino a un bar de borrachos, mientras leía a Herman Hesse.
Las veces que me tocó ir a algún lugar con él, lo padecí. Nunca fuimos amigos -mi sensibilidad estaba más cerca de la de otros compañeros- pero teníamos los mismos gustos musicales (ahora que lo pienso, no tengo dudas de que alguno de mis cds de los redondos que actualmente di por perdidos quedaron en su casa), por lo que fuimos a varios recitales con algunos compañeros en común.
Recuerdo especialmente la vez que fuimos a ver a Divididos al Luna Park. Pato y el resto de los chicos venían en el tren desde temperley. Yo subí en escalada. Habíamos quedado en el primer vagón. Subo y me encuentro con una imagen tremenda: Pato estaba en cuero (era pleno invierno), tomando fernet de una botella de plástico cortada. Los otros chicos me miraron como diciendo "ya lo conocemos, es así.", mientras que el resto de los pasajeros miraban horrorizados la situación. Para cuando bajamos del subte, él ya estaba borracho, y no tuvo mejor idea que arrancar un cartel mientras gritaba por Divididos. Recuerdo que una señora me dijo: "por estas cosas es que no queremos a la gente del rock". En el momento traté de disculparme con la señora (con mi educación de siempre) y ensayé algún tipo de justificación por el accionar de mi compañero, algo tan ridículo como "discúlpelo, tomó mucho".
Otra situación: cuando íbamos a boliches (especialmente cuando íbamos "al eterno" en adrogué), era frecuente el hecho de volvernos 4 en un mismo remís. Pagaba el último -que siempre era yo, claro- y el resto, a medida que llegaban a sus casas, me iban dando algo de plata. Esa noche Pato había tomado mucho -lo cuál no era ninguna sorpresa, porque, mientras nosotros tomábamos como "chicos", él tomaba como "hombre"- y el remisero, durante el viaje, se burló de él. No sé si se burló de algún comentario, no sé si fue que se burló de lo que dijo o de "cómo" lo dijo (Pato era tartamudo, tal vez porque su cerebro funciona a una velocidad mucho mayor que su lengua), pero lo concreto fue que, al momento de bajar, le dio un portazo terrible al auto. El tipo lo insultó de arriba a abajo y nosotros quedamos dentro, tratando de disculparnos por lo que había hecho nuestro compañero por el tiempo que durara el trayecto hasta nuestras casas, pero sabiendo que -fatalmente- el tipo se iba a cobrar revancha con nosotros a la hora de cobrarnos el viaje. Lo odiábamos cuando nos exponía de esa forma, pero sabíamos que no tenía sentido hablarle al respecto. A lo sumo, había que alejarse.
Terminamos el secundario con una fiesta memorable. Copamos la plaza de Temperley armados hasta los dientes de pirotecnia. Esa noche tuve la impresión -poderosísima- de que la ciudad entera (el mundo tal vez) era nuestro. Una sola noche en mi vida tuve la sensación con la que, tal vez, Pato se iba a dormir todas las noches.
Nunca más lo volví a ver. Estudió para ingeniero agrónomo en la Uba. Cursaba con un amigo mío, por lo que -en los cumpleaños- siempre le pedíamos a mi amigo que nos contara alguna historia nueva de Pato. Todos queríamos saber si había dejado de hacer "locuras". La respuesta: claro que no. Nos contó mi amigo que una vez, siendo Pato ayudante en una materia, había ido a una fiesta y había tomado tanto que perdió la orientación y no sabía cómo volverse a la casa. ¿qué hizo? lejos de desesperarse (si hay una cualidad que tienen los "monstruos" es que no se desesperan en situaciones en las que cualquier otro lo estaría), se fue a dormir a una plaza. Como si fuera un linyera, se fue a dormir a un banco de plaza, para levantarse al otro día e ir a la facultad a dar clases.
Pato se recibió en el 2005 de ingeniero agrónomo con diploma de honor. Fue becado como investigador para ir a estudiar a la universidad de Nebraska. Se casó hace poco con una italiana y. si no me equivoco, actualmente está trabajando en África donde, según parece, está depositado el futuro de la producción de alimentos destinada a cubrir las necesidades de las futuras generaciones de seres humanos.
Pienso en Pato y pienso en Fogwill, es decir, pienso en los locos, o pienso en los monstruos, o pienso en los genios.
Y no puedo dejar de pensar que la historia de la humanidad -hoy como ayer- se decide en la lucha que libran los locos contra los hijos de puta y que -en esa guerra- si tuviéramos que renunciar al mandato nietzscheano y optar por alguno de los bandos, todos nosotros preferiríamos quedar en las manos de un puñado de locos (y rogar que esos locos no devengan hijos de puta). No puedo dejar de pensar, también, que los monstruos son entidades inclasificables, que su condición de monstruos implica -justamente- la fuga a toda forma clasificatoria que pretenda capturarlos. Incluso de la forma clasificatoria que acabo de enunciar.
A nosotros, al resto de los mortales, sólo nos queda desarrollar las propias potencialidades sin dejar de disfrutar -en la medida de lo posible- de esos seres singulares que, muy tempranamente, se descubrieron arrojados al mundo, condenados sólo a su propio vitalismo y sin nada que los amarre a ningún lado.
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