sábado, 17 de septiembre de 2011

ESTADOS DE LA IMAGINACION...




Todos los estilos musicales tienen su lista de prejuicios. Hay un manual del
folclorista, otro del tanguero, otro de jazzero, otro del rockero. Los
cuatro son un plomo.Los músicos que más
admiro se han cagado en las fronteras todo el tiempo. Eso es, precisamente,lo que aprendí de ellos. Nadie te va a ametrallar por salirte del artículo
48 bis, tarado. ¿Por qué no se puede hacer esto o aquello? Si tenés alguna
buena razón, te escucho".

Es verdad aunque usted no lo crea: el atildado Pedro Aznar también puede
hablar así. La técnica para comprobarlo es simple: basta con preguntarle,
tras una larga charla sin estridencias, qué opina de los prejuicios. Es
evidente que lo sublevan. "El manual del rockero dice que el músico que
estudia es frío. Inciso que repiten los que tienen miedo de ser los
ignorantes de la clase. Tontos: también se puede ser brillante con la
intuición. Pero el manual del jazzero dice que el que no estudia es un
pelotudo. Otra boludez. No jodamos. Dejemos por una vez de lado las grandes
verdades".

Aznar, de 50 años, está sentado en su departamento de Belgrano: un living
recargado de objetos pero en perfecto orden. Buenos discos, buenos libros,
buenas películas, buenas pinturas; máscaras de Indonesia, jazmines sobre la
mesa, premios. Un piano que no pudo tener de chico: "Entonces estudié
guitarra; nada mal, el instrumento de Los Beatles". Un contrabajo que, de
tanto en tanto, recorre con movimientos exquisitos. Una imagen de Buda.
"Aunque me provoca pudor decirlo, soy budista. A veces paso meses sin
meditar: hacer música es mi forma de conectarme con un estado de consciencia
mayor, que trasciende el pequeñito ego personal. Hacer música es otra forma
de trance".

Su ropa, como de costumbre, denota mesura: camisa azul, pantalones grises,
zapatos de gamuza impecable. Las agujas de un reloj clásico giran en su
muñeca. El año se termina, y él está por hacer algo inusual: tomarse
vacaciones. "Fue un año intenso. Tocamos mucho: acá y afuera. Aznar canta
Brasil nació por una convocatoria para un concierto temático. Ensayamos 25
canciones en poco tiempo; hicimos un disco doble y un DVD. Además se reeditó
mi libro de poemas Prueba de fuego, y estoy terminando otro, Dos pasajes a
la noche. Y se relanzó Caja de música, el disco en que musicalicé poemas de
Borges".

Un ejemplo de que te atraen los desafíos de alto riesgo...

Sí. La perfección de Borges mete miedo. Siempre aclaro, un poco en broma, un
poco en serio, que la responsabilidad fue de la Secretaría de Cultura de la
Ciudad. Ellos me convocaron para este trabajo. Les dije: ustedes se hacen
cargo. Jamás habría encarado algo así solo; no me habría animado. Pensá en
quién lo hizo: Astor Piazzolla. Es un terreno para transitar con muchísimo
cuidado.

¿Cómo lograste atenuar ese sentido de la responsabilidad?

Traté de no pensar en el tamaño de la figura de Borges: ni en su cultura ni
en su erudición asombrosas. Tomé sus obras completas y seleccioné poemas.
Los pasé por computadora y trabajé sobre hojitas sueltas, como si hubiera
sido el letrista colaborador de un tipo común. Me quité el peso del libro.
Las obras completas de Borges en la mano te queman los dedos.



¿Es cierto que María Kodama te habló de un encuentro Borges-Mick Jagger?


Sí. Me contó que un día ella estaba en el hall de un hotel con Borges y se
les acercó Jagger a saludarlos: le dijo a Borges que era un admirador suyo.
Y Borges le respondió que a él le gustaba lo que hacían los Stones, que los
había escuchado. Jagger, que había ido como cholulo, se quedó pasmado.

Volvamos a tus desafíos. Traducir a grandes compositores brasileños,
"reambientar" sus letras en Buenos Aires, hacer arreglos sobre sus canciones
podría haberte pesado también...


Estoy más acostumbrado a "dialogar" con músicos. Siento que estamos en el
mismo barco. Me encanta versionar temas ajenos: lo hago con libertad pero
también con respeto; me obliga a usar todo lo aprendido en mi carrera: lo
musical, lo poético y lo lingüistico.


Al comienzo de tu carrera subestimabas, de algún modo, las letras...


No sé si las subestimaba; estaban fuera de mi percepción. Me parecía que el
lenguaje musical era suficiente, que las palabras le hacían perder algo. En
realidad, era yo el que se perdía algo. La canción es un mundo múltiple:
involucra lo musical y lo literario.


Tampoco confiabas en tu voz.


Me daba recelo cantar. Cantar es exponerte totalmente; mostrar tu alma. Yo
lo hacía, pero no en público. Mi viejo, violinista, me aconsejaba que lo
hiciera. También Pat Metheny. "Cantás con belleza. La voz es el más personal
de los instrumentos", me dijo. Quedé sorprendido: yo me pensaba como
bajista, como compositor, no como cantante.

"Quiero conmover con la música, no hacer experimentos matemáticos", dijiste
hace poco. ¿Sentís que te consideraron un músico frío, académico?


Hace muchos años, sí. Prejuicio de los que no entendían mi estética. Llevó
un tiempo que pescaran lo que hacía. Además hubo un cambio profundo en mi
carrera, sobre todo en los últimos diez años. Me siento muy diferente al que
era en los 80: igual, aunque no sea correcto decirlo, hice trabajos
adelantados a su tiempo.

En Seru Giran te trataban como a Lionel Messi en Barcelona: con cariño y
esperanza. ¿Te pesaba tocar a los 18 años con íconos del rock nacional?


La suerte estuvo de mi lado; fui bendecido muchas veces... En Madre Atómica,
Alas, Seru Giran y en Pat Metheny Group me rodearon músicos talentos y
generosos. En la primera etapa de Seru Giran, del 78 al 82, no me di cuenta
de lo que pasaba. Tal vez a los cuatro nos pasaba lo mismo. Al principio no
tuvimos el éxito que esperábamos. En un festival en el Luna nos tiraron
pilas; en el primer Obras no nos fue bien. La falta de aceptación nos ayudó:
tuvimos que sudar la camiseta. Ese escollo fue bueno en lo personal.

¿Por qué en lo personal?

Porque tenía 18 años, con sus ventajas y desventajas. Era un pendejito
arrogante, con una mirada musical estrecha. Pero también era un torbellino:
una gran patada en el culo, en el buen sentido, para tipos tan consagrados
como Charly García, David Lebón y Oscar Moro. Pensarían: ¿qué le pasa a este
pendejo? Yo tenía en promedio diez años menos que ellos y los desafiaba todo
el tiempo. Por la música que escuchaba, por lo que estudiaba, por los temas
que traía. Ellos eran mis referentes: si les hubiera rezado a sus bronces,
no habría logrado nada. Por suerte, nos desafiamos los unos a los otros:
logramos grandes cosas. Las fichas nos cayeron después de la separación. Por
eso volvimos a reunirnos en el 92.

En ese regreso sacaron un buen disco, pero la imagen que quedó de la
presentación en vivo fue más bien amarga...


Coincido: el grupo, por razones que no voy a analizar públicamente, no
estuvo a la altura de las circunstancias. Sólo lo estuvo el público. La
expectativa era muy grande y nosotros cuatro habíamos crecido como músicos,
pero sólo quedó un buen disco, muy honesto; no un disco tributo.

Ya hablamos de los prejuicios. ¿Existe en el rock la idea de que excesos son
propicios para el género?


El rock no inventó los excesos: llegó unos cuantos millones de años tarde.
Hasta los animales saben qué comer para lograr ciertos estados de
consciencia. Suponer que la droga es el único camino de la creatividad
figura en el manual del rockero: punto 54, apartado B. Me cago en eso. Yo he
ampliado mis estados de consciencia sin ingestas. Y también hice el
experimento de probar sustancias para subirme al escenario. Sentía que
tocaba maravillosamente; recién después me daba cuenta de que había hecho
una porquería.

La droga te provocaba una especie de autoindulgencia musical.

Sí, pero pavota. Tocaba una nota y creía que había inventado la pólvora.
Igual, aclaro que no estoy en contra de la ampliación de los estados de
consciencia, e incluyo los estados místicos. Si algún puritano pone el grito
en el cielo, problema de él. Hay una amplia literatura al respecto, los
invito a visitarla. Lean a Aldous Huxley y Timothy Leary; después
conversamos.

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