domingo, 18 de diciembre de 2011

HACIA UNA ÉTICA DEL PLACER...





A dos semanas de finalizar el año, comienzan -como no podía ser de otra manera- las reuniones (de amigos o de compañeros de trabajo) para despedir el mismo.
A los miembros del poder judicial ( del fuero laboral del Departamento Judicial de Lomas de Zamora), el rey de los abogados laboralistas los agasaja con un almuerzo en un restaurante conocido en la zona.
El año pasado -mi primero como integrante de la "familia laboralista judicial", concurrí a dicho evento y la pasé muy bien.
Este año decidí no hacerlo. Sucede que enterarme de algunas particularidades del abogado-anfitrión en cuestión no me hizo ninguna gracia. Entre otras cosas, el rey soborna peritos para que -en los juicios de accidentes en los que interviene como abogado- en lugar de hacer la pericia como corresponde, los médicos vayan a su estudio y den su conformidad con el grado de incapacidad que él cree conveniente determinar.
Otra característica de nuestro anfitrión: suele acosar a sus empleadas.
Según se sabe en tribunales, ambas prácticas -sobornos y acosos- son sistemáticas en nuestro anfitrión. También sus almuerzos de fin de año para todo el mundo lo son.
En lo que a mí respecta, es más que suficiente. Me bajo de los encuentros culinarios promovidos por este sujeto.
"¿Vas al almuerzo el viernes?", me había interrogado una de mis compañeras unos días antes. Le digo que no. Me pregunta si es porque ese día tenemos partido. Le digo que no es sólo por eso, sino también por cuestiones ideológicas. Me mira y dice: "buehhhhh", y sigue de largo para seguir al resto sobre su asistencia al restaurante. Ese bueh no fue algo pasajero. Fue definitivo. No volvió a preguntarme sobre el tema. No avanzó sobre mi "negativa ideológica". No le generó ninguna curiosidad mi planteo. Sobre este punto las posibilidades son varias: o bien no le interesa mi persona ( algo que viene demostrando hace tiempo y -en ese caso- su pregunta inicial sobre si asistencia o no al almuerzo se trató de una mera formalidad), o bien sospecha que puedo tener argumentos que la movilicen a pensar algo diferente con respecto al evento gastronómico que nos convoca para estas fechas.
Cada uno tiene muchas formas de justificar lo que hace o deja de hacer en su vida. En este caso, si mis compañeros manejan la misma información que manejo yo con respecto a este abogado, la justificación más triste es, probablemente, la acertada: van porque comen rico (y gratis, obvio)y porque, fundamentalmente, la pasan bien. PASARLA BIEN. En eso consiste todo. Y si es gratis, mucho mejor.

Más justificativos (conscientes y no tanto):

1)"Vos te pensás que este tipo es el único que hace estas cosas!?...y además, ir al almuerzo no me hace su amigo o cómplice, yo voy porque la paso bien y punto.
2) "el tipo no es santo de mi devoción, pero no va a dejar de hacer las cosas que hace porque uno deje de ir al almuerzo o no. En todo caso se debería, si se tuvieran las pruebas, hacer una denuncia en el colegio de abogados. Yo voy porque la paso bien y punto.
3) "los almuerzos ya son un clásico, forman parte de nuestro statu quo....por qué las cosas deberían cambiar de un año para otro....si la pasamos siempre bien!!!" Yo voy porque la paso bien y punto
4) uh, no seas tan moralista...quién es uno para juzgar a los demás? Yo voy porque la paso bien y punto.

De más está decir que estos argumentos se caen a pedazos antes de llegar a ponerse de pie.
Mi postura no es heroica ni mucho menos. Entiendo que en el ámbito del trabajo -esa actividad que permite y habilita nuestra existencia- uno tenga que ceder o hacer la vista gorda ante determinadas irregularidades (por no hablar lisa y llanamente de ilegalidades) que ya tienen amplio consenso como práctica habitual en un determinado medio, pero de ahí a sentarse a comer ñoquis mientras un animador hace gracias hay una distancia que -al parecer- muchos no alcanzan discernir. El placer -seguramente- tiende a enturbiar la mirada crítica sobre los demás y sobre la forma en que participamos del mundo que nos rodea. Simplemente, decido postergar el "placer" de un rico plato de comida gratis y la diversión de un animador entretenido y privilegio el placer de rechazar aquello que no corresponde aceptar. Diferir la "ética del placer", pos de un satisfacción de otro orden. ¿O es que acaso estamos todos tan mal que no podemos diferir cualquier instancia de placer que nos acerquen a la mano?
Me preocupa avanzar en ese sentido. Ese "buehhhhhhhhhhh" de mi compañera retumbó en mi cabeza mucho tiempo. Vuelvo a pensar en el placer y ahora agrego otra palabra: límite. Dónde está el límite al placer? Mis compañeros de trabajo manejan la misma información sobre este abogado y aún así van gustosos a sentarse al banquete que les prepara. Supongamos que el año que viene se enteran de que el tipo fue más allá de sus actos de corrupción habitual y también mas allá en el acoso habitual a sus empleadas e intentó violar a una en su oficina. Es un caso extremo pero sirve, justamente, para evaluar los límites. En ese caso, también irían a su banquete?
¿Se trata, entonces, de ser tolerante con los demás al darse cuenta que sus límites muchas veces no se corresponden con los límites propios? Y,al mismo tiempo...¿cómo sostener (obligadamente, claro) pactos de respeto y confianza con gente que muestra límites diferentes a los propios? ¿O será que, tal vez, la única vía posible de relación sea a través de una máscara de carnaval?

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