lunes, 19 de marzo de 2012

EL SENTIDO FABRICADO...





"Los mejores libros se escriben sin fórmulas"

MARTIN KOHAN (BS. AS. 1967, DOCENTE, CRÍTICO Y ESCRITOR)



"Quienes se aplican, eventualmente con esmero, a fabricar una literatura-que-gusta-a-todo-el-mundo, parecen encontrarse, tarde o temprano, con una especie de punto ciego que los pone tensos o rabiosos. Aun cuando logren dar, como a menudo lo logran, con la fórmula que les procura la dicha de agradar a todos, acaban por tocar un límite que es acaso inexorable: no gustan a quienes no gustan de la literatura-hecha-para-gustar-a-todo-el-mundo. Pueden haber dado con alguna de las fórmulas que garantizan una aprobación generalizada, pero a pesar de eso, o por eso mismo en realidad, no gustarán a quienes descreen de la literatura hecha con fórmulas de garantía general. Así es que habitan, ufanos, un cielo de plácemes: mimados por los jurados, beneficiados por los editores, alentados por las campañas de prensa, adquiridos por los compradores de libros, rozan esa utopía, la de gustar a todos, y casi podría decirse que en efecto la alcanzan. No obstante, y por definición, no gustan a quienes prefieren una literatura que, para gustar, corre el riesgo de no gustar. Es decir una literatura que, en lugar de acatar reglas de eficacia comprobada, se exponga a un intento que, si sale bien, es porque también podría haber salido mal. Faltando ese riesgo, el resultado no sería ni bueno ni malo, sino tan sólo correcto (o incorrecto), como cuadra a cualquier ejercicio de mera aplicación de reglas.

Los escritores que uno prefiere (tomemos, para acotar, tan sólo a los argentinos y tan sólo a algunos que han surgido desde mediados de los años ochenta: Sergio Chejfec, Alan Pauls, Juan José Becerra, Gustavo Ferreyra, etc.) admiten esa posibilidad: que incluso esos libros suyos que a uno más le gustan, a otro puedan no gustarle, y que eso sea verosímil, y aun probable, y hasta necesario. Y es que ninguno de ellos se aboca a la medianía de la aceptación promedio. No prometen, como tantos otros productos de compra y venta, una satisfacción garantizada. Arriesgan en su escritura, en vez de acatar las discretas instrucciones que asegurarían un resultado a conformidad.

Hay un ingenioso texto de Julio Cortázar, "Tema para un tapiz", que propone la siguiente situación: un general consigue, con astucia y con paciencia, que distintas fracciones del ejército enemigo se vayan pasando paulatinamente de su lado. Por fin obtiene que se pasen todos. Todos, menos uno. A ése no lo convence. Su gran ejército, integrado por miles, sitia ahora a ese magro ejército, compuesto por uno solo. Pero ese uno no se pasa. Lo presionan, lo esperan y no se pasa. El general entonces se exaspera, se obsesiona, se desespera. Con ése pierde la batalla.

Todo afán de unanimidad tropieza, de alguna manera, con escollos así. Por lo tanto, de esa misma clase de obcecada ofuscación participan aquellos que, seguros de tener que gustar a todos, no pueden concebir que no vayan a gustarle a alguien. No es que se depriman o que se mortifiquen, como podría pasarle a cualquier otro, no es que se fastidien, no es que se apenen: es que no lo pueden creer. Les resulta inconcebible que exista alguno al que sus textos puedan no interesar. No les cabe, y entonces ante la adversidad se entregan, febriles, a conjeturar diversas conspiraciones, con una combinación variable de paranoia y vanidad.

Sueñan (o deliran) conjuras plurales: la de los académicos, supuestamente aquejados de elitismo; la de los críticos, supuestamente resentidos por no ser escritores; la de los otros escritores, supuestamente envidiosos del prestigio de rankear en los top ten; la de fantasmales camarillas, logias o sectas que en secretas alianzas se aplican al desmedro.

No se sabe qué es lo que obtienen de estas masculladas presunciones: si algún alivio o más agobio. De cualquier manera, si acaso es cierto que la falta de debates literarios es digna de lamento, parece difícil distinguir, en estos términos, qué es lo que se discute y en todo caso para qué."

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