sábado, 28 de julio de 2012

"TODOS SON MIS HIJOS"




Los temas de conversación durante el almuerzo familiar dominical habían sido más que amenos: calidad de vinos en relación a su precio, platos recomendables para un principiante (quien escribe, por supuesto) en las artes culinarias, actores de prestigio frente al teatro comercial, etc...
Sin embargo, estando mi padre presente, las cosas nunca pueden ser del todo amenas. Lo ameno se establece cuando se reconoce al otro como un par y no como un inferior. Un par no necesariamente es un otro igual a uno ni en edad, ni en ocupación, ni en cultura general, ni en poder adquisitivo, sino -justamente- en el respeto que le corresponde por la simple cuestión que es un otro: otra persona. Y si es una persona, de movida, tengo que escucharlo y tengo que tener la expectativa de que algo de lo que pueda ofrecer  me puede resultar beneficioso al propio esquema de las cosas. Resulta, entonces, una densa tarea la de hacer abstracción de todas esas condiciones para posicionarse frente al otro. Mucho más difícil parece la idea de hacer abstracción de los propios condicionamientos que llevan a una persona a no respetar a sus interlocutores por el sólo hecho de ser personas.
Al hablar de gustos en vino, también se puede querer marcar la diferencia y ubicarse por encima del otro, degradando su magro paladar; tan sólo que la jugada resulta muy brusca y -en consecuencia- incompatible con cierto estado de inteligencia del "agresor".
Los hechos sin abstracción: mi primo abandona la mesa por un rato, permaneciendo en la misma el resto de la familia. Mi padre, luego de una pregunta de rigor formulada hacia la pareja de mi prima sobre el estado "uruguayo" de las cosas, y sin que nadie le de pie, comienza su arremetida contra el gobierno argentino.  Frases del tipo: "acá es tremendo el autoritarismo y la corrupción que hay", formaron parte, durante un rato, de su playlist. No es lo que dice (nada que no se escuche en cualquier reunión en la que se hable de política), sino el cómo. En la mesa todos lo escuchaban hablar con la seguridad (igualmente ilusoria pero más atendible) del tipo que vivió las cosas "desde adentro" y que -cansado de su lucha solitaria para sacar a la política de su agujero negro- decide (ya iniciando su etapa jubilatoria) dinamitar verbalmente desde afuera lo que no puedo reformar desde el llano con la fuerza de su juventud. Increíble pero habla con esa seguridad, y no con la seguridad (más atemperada) del tipo que realmente es: el que no sólo de joven jamás se interesó realmente por nada, sino que ahora, ya grande, se abandona a su sillón  buena parte del día a ver televisión.
Mi prima, que se había ido por unos minutos, vuelve a la mesa con una consigna de su hermano: "deciles que no hablen mal del gobierno mientras no estoy presente". Tarde. Mi padre ya había tirado munición gruesa, ante lo cual nadie respondió más que con un mínimo moderamiento en la densidad de la carga. Mi participación fue escueta, sugerida por la intervención de la mujer de mi primo. Curioso: fue la única que atinó a interrumpir el discurso monopólico para preguntarle a otra persona: "vos que pensás?". Pregunta simple pero, curiosamente, algunas personas jamás la  hacen en una reunión.
De regreso mi primo -con evidentes ganas de desmontar la estructura que suponía armada en su ausencia- aprovecha para tomar alguna de las últimas sentencias emitidas que aún quedaban flotando sobre la mesa, para comenzar el enfrentamiento.
Lo que mi primo no sabe -o no sabía, dado a la poca frecuencia con que ve a su tío- es que hay ciertas batallas que resulta preferible evitar. Lo que sí sabe -como sabemos todos- es que los años tienden a cristalizan definitivamente todo aquello que antaño se presentaba en un aspecto viscoso.
Mi padre se está poniendo grande (que un hijo se haga hombre implica, naturalmente, que un padre se haga viejo), y -desde su "temprana vejez"- parece lanzar un grito potente: "tal vez ya no sea su padre, pero todos son mis hijos"
No sólo sus hijos biológicos;  también su sobrino, su hermana, su ex pareja, lo son.
Enfrascados en la discusión -la que seguí atentamente cual espectador de obra teatral- no podía evitar sentir un poco de pena al ver la incapacidad de mi padre para escuchar que le dijeran (con calma para peor) cosas totalmente  opuestas a su forma de ver las cosas. Mi primo toleró una y mil veces sus interrupciones, y cuando alcanzaba a tomar realmente la palabra, su interlocutor se levantaba y le daba la espalda.
Finalmente, mi padre -recordando que todos son sus hijos- le lanzó una frase, con el objetivo de disolver la fiebre adolescente de mi primo oficialista: "se ve que tenés el discursito bien aprendido". En ese momento no me reí, pero me vino a la mente una escena muy graciosa: mi primo y el resto de la familia sentados a la mesa con guardapolvo, y mi padre sentado a la cabecera dando clases de civilidad y conducción política con sobradas  credenciales intelectuales,  obtenidas luego de dedicarse toda la vida a vender ropa de mujer durante el invierno y amasar pizzas en el verano.
"Vos no sabés nada de política" le dijo mi primo un poco después, en un lógico -y a mi gusto demoradísimo- contraataque. "Dejá, dejá",  le decía mi padre moviendo de costado la mano con total condescendencia, "no se puede hablar con alguien que no acepta las críticas".
Mi primo acababa de decir una gran verdad: mi padre no entiende nada de política. Me alegra darme cuenta que -aunque un poco tarde- después de haberme interesado, estoy empezando a entender algunas cosas, las suficientes como para darme cuenta la veracidad de la afirmación de mi primo. En este punto también quiero hacer la diferencia con mi progenitor.
Pero -por sobre todas las cosas- en el punto que más quiero marcar la distancia es con respecto al título de esta entrada: "todos son mi hijos". Es triste ver que una persona no puede sostener sus vínculos sociales, si no es en esos términos.
En los hechos: terminada la discusión, aclarado que mi primo "no es un hijo", la reunión, para mi padre, debe terminar. Se debe ir. Roto el contrato de filiación, no hay nada más que hacer.
Quedamos los hermanos: pobres huérfanos por rebelión propia, según su imaginario; contentos por gustarnos la canción de Pappo, en el mío.





No hay comentarios:

Publicar un comentario