sábado, 15 de septiembre de 2012

A LOS MAESTROS, CON CARIÑO...




La sala destinada en el centro cultural recoleta para verlo a él, a Fernando Vallejo, estaba repleta. Con mi amigo habíamos llegado temprano al lugar, por lo que nos aseguramos una ubicación para escuchar la entrevista al escritor colombiano. Martín Kohan y Josefina Ludmer también se hicieron presentes entre el público. Mi admiración por el primero es absoluta: es el único escritor que conozco que resulta fascinante tanto al momento de leerlo como al momento de escucharlo. No se pierde nada en el desplazamiento de una forma a  otra, sino que un tipo de discurso viene a complementar la riqueza del otro. Y después (¿o antes?) está su humor, claro, ese humor que lo pone por encima del promedio de los académicos, que no dejan de ser cráneos bastante prolijos en cada una de sus intervenciones públicas (académicas o no). Al verlo sentado entre el público, no pude menos que lamentarme en voz alta por ser Ariel Schettini (un orador titubeante hasta la exasperación) y no él, la persona encargada de entrevistar al invitado de honor.
Llega Vallejo, saluda a los presentes con sonrisa cálida, y comienza la entrevista. Los temas se suceden pero el tema es sólo uno: la vida miserable que somos capaces de desarrollar los seres humanos, guiados por "bribones" de la peor estirpe (los políticos, desde ya) y condenados a desaparecer por la explosión de un mundo sin paz, bajo un cielo sin Dios. Pertenecemos a una especie que se levanta todos los días para morir un poco más, para acercarnos un poco más a la confortable nada de la que nunca debimos haber emergido.
Al momento de las preguntas de los presentes, una mujer -tal vez intentando irse con una mínima ilusión de la sala- le pregunta si tiene algún tipo de esperanza en algo o en alguien. "Claro, desde ya que tengo una esperanza: en un tiempo me voy a morir", sentenció el colombiano.
Vallejo se va a morir. Se quiere morir. Dice tener anotados en una libreta los nombres de sus enemigos muertos. La confrontación -con la iglesia, la ciencia, los intelectuales, los políticos- fue su motor de su espíritu a través del tiempo. Sus palabras son como sus libros, aunque está claro que el escritor -como todo escritor- no dice todo; hace un recorte en el que no evidencia qué es lo que lo sostiene aún en pie, escribiendo y viajando, mientras sus adversarios se desvanecen en el aire huracanado de sus pensamientos.
La otra mesa que despertó nuestro interés fue la que reunió a Daniel Link, María Pía López y Horacio González en la librería eterna cadencia, rodeada de bares de lo más tentadores en una tarde noche calurosa como la de ayer, ubicada como está en el corazón palermitano de la ciudad.
Si estos nombres resultan atractivos por su propio peso (verificable tanto académica como mediáticamente), la figura que los convocaba (Rodolfo Fogwill, al cumplirse dos años de su muerte), lo era aún más.
A González se lo veía muy cansado, sin fuerza en la voz, como cumpliendo un compromiso pautado en su agenda (que seguramente no incluía el masivo cacerolazo de la noche anterior que -tal vez- malogró sus horas de sueño). Link, por el contrario, leyó un poema de Fogwill que le llevó varios minutos: una joyita para todo navegante de las palabras que flotan en la red con la esperanza de llegar a algún buen puerto. Pía López leyó fragmentos de los Pichiciegos -esa novela que narra con una ferocidad literaria implacable la guerra de malvinas desde la perspectiva de un grupo de desertores al ejército nacional- poniendo énfasis en la postura que asumida por Fogwill frente a sus propios textos: la del hombre que se presenta como el sobreviviente a mundos psicopaticos en los que se fabrican irreversiblemente las subjetividades del mundo que nos rodea.
Concluido el pasaje "literario", el moderador propone a los integrantes de la mesa que cuenten alguna anécdota personal en relación con el homenajeado.
Horacio González, tal vez en su mejor intervención, señalo que Fogwill solía ir a correr alrededor de la biblioteca nacional, y que -para descansar- subía a molestarlo: "vos vas a ir preso" le decía Fogwill.
Link y María Pía coincidieron en que siempre sintieron un profundo terror a encontrarse con él. Entonces Link -genial- le advirtió a la socióloga: "vos hacías bien en temerle, porque él te hubiera querido coger, como quería con cuanta mujer se cruzara en su camino. En mi caso, cuando se enteró que en una editorial me habían pedido que prologara un libro suyo que estaban por editar, me dijo: "vos, más que prólogo, vas a escribir un trólogo"
Recordé mi propia anécdota con Fogwill (relatada recientemente en este blog) y  sentí lo mismo que sintieron ellos: era un tipo fuera de todo parámetro y son muy pocos los que pueden saber cómo ubicarse ante lo extraño. Finalmente lo extraño desaparece, y aún así -aún siendo una ausencia- esa inadecuación continúa flotando en el ambiente.
Link concluye: "era insoportable, estaba loco, pero tengo que decir que fue el tipo más inteligente que conocí en mi vida y -a pesar de todo- un buen tipo."
Nos vamos. Mi amigo -luego de una breve cena- debe volver a la casa: lo espera su chica ( la mejor forma de denominar a una mujer a la que no se le puede poner la etiqueta de novia o amante). A mi me espera -en un teatro en once- un tributo sinfónico a los redondos.
Pocas veces sentí en un recital algo parecido a lo de anoche. El piano, el coro y el quinteto de cuerdas se encargaron de ponerme literalmente la piel de gallina mientras interpretaban sus versiones de "Vencedores Vencidos", "Nuestro amo juega al esclavo", "Juguetes Perdidos" y la infaltable "JiJiJi"
No podía evitar cantar en voz baja mientras escuchaba la música, del mismo modo que no pude evitar lamentar el hecho que ninguno de mis amigos pudo venir al show conmigo.
Fin de una jornada redonda entonces: caminando por corrientes, sólo y con la mirada humedecida, me preguntaba cómo alguien puede escribir:

Mucha tropa riendo en las calles...
con sus muecas (rotas,cromadas)...
y por las carreteras valladas...
escuchás caer tus lágrimas...

Nuestro amo juega al esclavo...
de esta tierra que es una herida...
que se abre todos los días...
a pura muerte, a todo gramo...
-Violencia es mentir-

Formidables guerreros en jeeps...
los titanes del orden viril...
¿Qué botines esperan ganar?..
si nunca un perro mira al cielo...

Si hace falta hundir la nariz...

en el plato lo vamos a hacer,
por los tipos que huelen a tigre...
tan soberbios y despiadados...
-Violencia es mentir-.




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