martes, 25 de diciembre de 2012

LITERATURA Y MEDICINA...




"Práctica Médica y Práctica Literaria"
de "Los libros de la Guerra" (R. Fogwill)

Hay médicos que escriben y escritores que curan. Nunca falta un doctor que descarga las tensiones de sus guardias y consultorios procurando escribir. Como uno de ellos, Louis-Ferdinand Destouches -Celine- que entre recetas magistrales y certificados de defunción firmados en blanco, dejaron papeles escritos sin los cuales la historia de la literatura universal no sería la misma. ¿Sería mejor? Quizás sí. O peor. ¿Cómo saberlo...? No se puede saber. La historia, a diferencia de la medicina y la literatura, no permite la experimentación.
Pero esta nota venía dedicada a registrar algunas relaciones entre la medicina y la literatura, no a especular acerca de las relaciones entre la historia y la experimentación. Vuelvo al punto inicial: hay médicos que escriben y escritores que curan, y hasta hay literaturas capaces de enfermar. Dos ejemplos: el culto de la consunción, la palidez, la languidez y las febrículas vespertinas propicias a la imaginación que inauguró la literatura del romanticismo -por una parte- y el stress, el desencanto, la rabieta y el compromiso que preconizaron las letras del existencialilsmo por otra, tienen correlatos fisiognómicos, postulares, motrices, alimentarios, sexuales y respiratorios que promueven diferentes estilos de vivir y de enfermar entre sus fieles lectores.
Al mismo tiempo, hay literaturas capaces de curar, o de prevenir enfermedades. La difusa enseñanza budista contenida en la obra narrativa de Borges, adecuadamente dosificada a lo largo de una vida de relecturas, es una buena profilaxis contra la prisa, la solemnidad, la lealtad a los valores colectivos y toda clase de excesos emocionales -amor, fe, fútbol, patriotismo-, que configuran una suerte de enfermedad profesional de los habitantes de las grandes ciudades.
Los modos de vida burgueses y señoriales, que a falta de mejores ejemplos en nuestras familias, podemos aprender leyendo a Proust o a Thomas Mann, componen una verdadera escuela de modales, hábitos de alimentación, y hábitos locomotrices, sexuales y de administración del sueño y del dinero que no sólo previenen contra muchas enfermedades, sino que ayudan al temprano diagnóstico de otras, porque leyendo las maneras de dormir, de comer y de amar de los cuerpos escritos por aquellos autores, el público aprende a mirar y sentir sus propios cuerpos de una manera más objetiva y metódica que la que le inculcaron sus padres, aunque hubiesen sido médicos, o profesores de literatura.
Pero ésta es una columna destinada a revisar algunas relaciones entre la medicina y literatura, no entre la literatura y la enfermedad. Hay médicos que escriben y escritores que enferman.  O curan. La terapéutica del siglo XX ha de haberse sentido muy lista al inventar los placebos -esas nadas que curan- sin advertir que desde el otro lado del mostrador, los pacientes traían siglos de práctica en la invención de enfermedades falsas que los llevaron derechito a la tumba. El mecanismo ficcional de producción de síntomas -esas asmas, gastritis, lipotimias y reumas imaginarios- es un acto literario. La "literatura médica" es literatura, pero también puede entenderse como literatura -como sistema dramático o como sistema narrativo-  toda la institución terapéutica: la trama hospitalaria, la historia clínica, la ambientación y la escenografía de las salas se componen como obras. Reconociendo estos dos componentes literarios del sistema de salud, se advertirá qué ventajoso sería para los profesionales no perder nunca de vista a la buena literatura: la medicina, arte de curar, no puede sostenerse sin un arte de convencer que cura y el arte de convencer a quien la medicina no cura de que la culpa es suya -de él- y no de la medicina, son géneros derivados de las técnicas de persuasión, y la literatura es el laboratorio que crea y ensaya esas técnicas que después sirven a todas las instituciones sociales, incluida la medicina.
Confesaré que estoy bien convencido de que la literatura tiene muchísimo que enseñar a la ciencia y a la práctica médica. Porque así como las cadenitas íntimas de la materia viva guardan codificada la totalidad de las posibilidades no sólo de la célula , sino de cualquier miembro futuro de su especie, la literatura lleva codificado todo el patrimonio genético cultural de la especie humana y todas las posibilidades del futuro cultural de la especie humana. Es un saber que no es transmisible, es un saber en acción que sólo puede ser ejercido, no adquirido. Leer es ese saber, y leer literatura es participar de ese saber codificado.
Leer, llenarse de literatura, es lo mejor que pueden hacer los médicos y los investigadores médicos. Ignoro qué podrán hacer los pacientes, pero me atrevería a aconsejar a los doctores que toda vez que prescriban guardar cama a sus pacientes, les prohíban mirar televisión y les receten leer literatura. Los doctores deben saber que la televisión enferma: el tubo de rayos catódicos y sus imágenes desfasadas del ciclaje de la energía nerviosa humana operan sobre el metabolismo cerebral. Algún día tendremos muestras comparables de lisados de corteza cerebral de televidentes y lectores y estoy seguro que algo se observará, y auguro que ese algo que revelará la espectografía o la microscopía electrónica será una buena nueva para el futuro de las letras.
La televisión es un medio totalitario: emite un mensaje inapelable e irreversible. La actividad de la lectura se parece a curar: leyendo el hombre piensa, se mueve, elige, imagina, duda. La lectura se parece a la vida. La pasividad de la televisión se parece a la muerte: mirar televisión  es traducir la energía destinada a vivir en energía destinada a comprar cachivaches o ideas.
Parodiando a un anciano taxidermista, me atrevería a postular que el año dos mil nos encontrará juntos de una vez, o separados como siempre."

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