martes, 3 de septiembre de 2013

EL QUE TIENE SED...




Minutos antes que terminara el seminario advertí el error que estaba por cometer. Pero también advertí que el error había sido preparado (un poco a las apuradas, es verdad) y esa preparación, aún defectuosa, aún desprolija, merecía su mínima chance.
En esos minutos finales, mientras la voz de Damián Tabarovsky se iba apagando en la sala ( apagando, a su vez, a la voz póstuma de Fogwill) reduje las chances de mis cuentos. Di por sentado que no le iban a gustar nada. La fantasía de recibir un mail del tipo: "che está bueno esto, si tenés más material podrías pulirlo un poco y se podría llegar a editar", desapareció antes de entregarle la carpeta. Fui sincero cuando lo encaré: "prefiero que vos me digas que no te gustan a que me digan que soy un fenómeno en un taller literario para viejas".
Esa expectativa, pensándolo ahora, una semana después, también empieza a diluirse. No leí nada de Tabarovsky, pero -después de escucharlo en este seminario- me di cuenta que los cuentos y relatos que escribí no es que no le van a gustar porque les falte trabajo y les sobre algún que otro error del orden sintáctico/ortográfico. Ese no sería el problema; el problema es que son "textos de derecha". Sin haber leído su "Literatura de Izquierda", tan sólo con haberlo escuchado en el seminario, queda claro lo que es, para él, la literatura de derecha: la literatura que busca un efecto concreto en el otro, la que busca una emoción en el lector y para ello se vale de artificios cuyo efecto ya fue probado: generar cierta tensión, alguna vuelta de tuerca en la trama, algún juego de la imaginación, etc.
Tabarovsky carga las tintas especialmente contra Cortázar y Abelardo Castillo. Es justamente por esos dos escritores (que fueron mi puerta de entrada a la literatura cuando terminé el secundario) que empecé a escribir. Recuerdo la misma emoción  al leer "El que tiene sed" como la que tuve al leer "Bestiario": desesperación por llamar a mis amigos para obligarlos a leer esos libros. La novela de Castillo, de hecho, es (junto con "La virgen de los sicarios" de Vallejo) el libro que más veces regalé.
Si no me escribís, Damián, ya sé por qué es. Debería haber entendido que mis textos son hijos de textos en los que vos no reconocés más que una obturación en el campo literario (y el campo literario es el campo desde el cual se diseñan los sueños que se distribuyen en la cultura), por lo que elegí mal a mi crítico.
A quien sí reconoce Tabarovsky es a Fogwill, desde ya. También a Libertella, a quien nunca leí. Entonces pienso mi relación con Fogwill y me doy cuenta que lo admiro pero que no puedo -no ahora y probablemente nunca- escribir ese tipo de textos. La diferencia con Castillo y Cortázar es evidente; mi admiración por ellos me llevó a escribir, a decir "yo puedo hacer algo así." Mi admiración por Fogwill es superior; ahí digo "yo no puedo hacer algo así".
Cuando leo a Fogwill me doy cuenta que me faltan varios años de formación para poder entenderlo realmente.
Lo cierto es que a la edad en que un jugador de fútbol ya está pensando en un futuro retiro, la vida creativa está jugando sus primeros partidos (diferencia salvadora entre el cuerpo y el alma)
Por lo tanto, espero que mi próxima década -la que irá de mis 30 a mis 40- sea mi década ganada.
Ganada a la derecha o a la izquierda de Tabarovsky.

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