Una delivery de incongruencias al servicio de la dama que cuelga del hombro de la cartera o de la billetera en la que duerme, junto a roca y belgrano prensados, el caballero suburbano.
jueves, 29 de diciembre de 2011
DEL 2011, LO MEJOR...
Melancolía, la última película de ese planeta llamado Lars Von Trier, baja los decibeles con respecto a su antecesora (la traumática pero aún así irresistible "Anticristo"), sin dejar de ser una prueba más de la abrumadora sensibilidad e inteligencia del danés para crear un mundo (en este caso dos) posible.
Este fue el año de "Melancolía", entonces, pero también de la alemana "Sin escape", de la portuguesa "El extraño caso de angélica", de la norteamericana "Blue Valentine" y de una pequeña joya nacional: "El estudiante".
Fue, también, el año de las novelas "Cuentas Pendientes" de Martín Kohan y "Doberman" de Gustavo Ferreyra, los ensayos de Beatriz Sarlo, Christian Castillo y Martín Caparrós, y, por sobre todas las cosas, el año de un libro capital que marcó muchas de mis noches: "conversaciones con Emile Cioran".
En la tv se sigue cumpliendo la regla: un programa valioso (generalmente un unitario)por año. De más está decir que se trató de "El puntero", en donde, un vez más, se reafimó aquella extraña definición dada por Cecilia Roth sobre Julio Chávez cuando decía: "nosotros somos personas que trabajamos de actores, pero cuando Julio trabaja está haciendo otra cosa..."
En este caso, esa "otra cosa" se vio acompañada por un brillante Rodrigo de La Serna.
A nivel musical (probablemente este 2011 quede en nuestra historia vernácula como el más acaudalado en cuanto a visitas internacionales), la experiencia U2 y -obviamente- la experiencia Pearl Jam, constituyeron mis experiencias sensibles.
Fue un año de poco teatro "serio" ("Los padres terribles", "Las estrellas nunca mueren" y "Los hijos se han dormido") y mucho banfield teatro-ensamble.
Llega el 2012. Si hay un final de partida -por momentos me emociona esa posibilidad en tanto realmente hermana de verdad a todos y a todas en un mismo punto ciego- me encontrará en ese estado de gracia propio de la música de las palabras, los gestos y los acordes que pintan el cuadro por el que -silenciosamente- me deslizo.
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