jueves, 12 de abril de 2012

PSICOANÁLISIS HOY...





Entrevista al psicoanalista Eric Laurent...

¿Usted sostiene provocativamente que la humanidad quiere curarse del psicoanálisis, ¿por qué?

L: Durante un tiempo, esta voluntad de silenciamiento se debió a que el psicoanálisis era subversivo porque tocaba los pilares de la civilización, la familia y los ideales en general. Se intentó hacerlo callar en nombre de proteger los intereses de la civilización cuando la civilización misma se transformó incorporando sus aportes. La cultura permisiva y hedonista actual, la liberación sexual, son los resultados de la difusión del discurso analítico. Silenciar al psicoanálisis ahora sería subversivo a este nuevo orden. Sin embargo, hay algo del psicoanálisis que continúa siendo un obstáculo para la humanidad. El psicoanálisis se resiste a encontrar una norma de vivir común a la humanidad, una norma tolerante, multiculturalista, abierta a todas las experiencias. En términos de Lacan, no hay relación sexual, es decir, para todos. El camino hacia la satisfacción sexual es un camino particular. No puede resumirse dentro de las normas.

En su carácter de nuevo delegado general de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, ¿cuál es la situación actual del psicoanálisis en el mundo?

L: Una particularidad del psicoanálisis de la orientación lacaniana es hacerse cargo de la situación del psicoanálisis en general, tal como lo hizo Lacan. Consideró que hubo una crisis durante los años 60 que consistía en la aceptación de los psicoanalistas de reducir su disciplina a una técnica psicológica entre otras, a una pequeña pedagogía del sentimiento perdido de la vida. El psicoanálisis verdadero era un más allá de la técnica, era el descubrimiento del inconsciente como el efecto de la lengua sobre lo vivo. El hecho de que el hombre sea un animal que habla transforma su animalidad de manera que no puede gozar sin pasar por las huellas que dejó la lengua en él. La crisis del psicoanálisis fue agudizada a partir de la ofensiva de Lacan de tratar de extraerlo de esta perspectiva técnica. La civilización avanzó y la ola de fondo, la tecnicización, ha conquistado otros terrenos en nombre del significante amo de la época, la utilidad. Las terapias cognitivas o conductuales tratan de convencer a los seres humanos que pueden considerarse a sí mismos como máquinas o autómatas, que pueden reformar defectos de costumbres y refrenar su goce pulsional con disciplinas que se pueden transmitir. El aparato técnico de la civilización, que incluye tanto las terapias conductuales como las cámaras de vigilancia, es un gran sueño utilitarista. La crisis del psicoanálisis debe repensarse a partir de la definición de Lacan. Hay dificultades porque, finalmente, el psicoanálisis no es una teoría, es una práctica. El discurso analítico consiste en mantener una práctica de discurso, digamos que da un lugar a esta perspectiva del inconsciente estructurado como un lenguaje.

En Ciudades analíticas, afirma que hoy la civilización es perfectamente compatible con el caos, con la ausencia de límite. ¿Es posible continuar hablando de la universalidad del complejo de Edipo?

L: La concepción de Freud supone que todo lo que se puede nombrar de la experiencia, de la sexualidad, tiene un horizonte, el juego con la interdicción, y el representante de la interdicción, de la ley, es el padre. La expresión figurativa “matar al padre”, entonces, suponía ir más allá de las prohibiciones de la ley que vienen a desconocer las exigencias pulsionales. Freud vivía en una sociedad victoriana donde la prohibición era central. Ahora, por el contrario, vivimos en una sociedad permisiva en la cual no hay ninguna interdicción. ¿En nombre de qué prohibir? Los límites actuales son los límites del orden público, no del orden privado. En nombre del bienestar público se prohíbe fumar, por ejemplo. En este contexto, la idea del padre como sostén de la ley se transforma. Para Lacan, el padre como portador de la interdicción es el nombre del límite de lo que se puede nombrar dentro de la experiencia pulsional de la sexualidad. Como dice Lacan, citando a San Pablo: “Sin la ley, no hubiera conocido el pecado”. El padre, entonces, es el portador del puro poder de la nominación. El representante de la interdicción, que es un hecho de lengua, designa para Lacan la función paternal. Esta puede ser transmitida a otros dispositivos discursivos; por ejemplo, al discurso curativo y educativo. En este sentido, lo universal, aquello que pertenece a todas las formaciones sociales humanas, es que hay goces prohibidos, hay prohibiciones que hacen un límite. El lema “gozar sin prohibición”, difundido por los fanáticos de la liberación de fines de los 60, no es sino la muerte. Para que exista un lazo social, no se debe dejar a un sujeto morir de su adicción al goce, se necesitan prohibiciones, y eso es parte de la función paternal.

Desde Freud se sucede una tradición que define metafóricamente el inconsciente como una ciudad: para Lacan es Baltimore al amanecer, para usted, Bilbao, según su Blog-note del síntoma. ¿Es posible trazar una cartografía del psicoanálisis?

L: Me gustaría hacerlo. Tomar ejemplos de estos monstruos en los que se han transformado las grandes ciudades del mundo, que son ellas mismas síntomas de la civilización. Cuando se observa la deshumanización de las ciudades modernas, se puede hablar de lagos, por ejemplo, como la proliferación de algo que no tiene ni centro, ni ubicación, ni urbanización. Como Lacan dice de Baltimore, una ciudad es un espacio humano donde la naturaleza ha desaparecido. Hay sólo urbanización. Hacer la cartografía de las ciudades implicaría tratar a cada una como un síntoma, como la topología muestra lo imposible de habitar una ciudad. Bu enos Aires es un síntoma. En este nuevo mundo hecho de inmigrantes, es el síntoma del producto del interrogante sobre la identidad: ¿qué es ser un argentino?

Lacan y yo, o la vida como una novela...
¿Conoció usted a Lacan?


L: Comencé mi análisis con Lacan durante los años 60. Era un joven intelectual perdido entre múltiples identificaciones. La patología de mi identificación era una identificación lábil. Hubiera podido dedicarme a muchas cosas. Había un efecto casi generacional de dirigirse a Lacan, pues cruzaba este amor al saber renovado que se denominó estructuralismo, y la reformulación del proyecto freudiano, comentada por Althusser. Asistí, entonces, a mi primera entrevista. Le conté a Lacan que estaba en contra del psicoanálisis porque pensaba que no era completamente correcto políticamente desde el punto de vista del marxismo, que probablemente no me iba a tomar porque era tan solicitado… Él me dejó hablar, sonrió y me dijo que yo no tenía ni idea de lo que decía. Mi síntoma era esta ambivalencia de la demanda, no sabía cómo pedir algo. El analista, por supuesto, no pasa su tiempo contradiciendo o discutiendo con el paciente. Le hablé sobre mis múltiples identificaciones, y concluyó con una frase inolvidable: “Cada uno acaba por escribir su vida como una novela. Usted podrá hacer de su vida una novela. No necesita el psicoanálisis para eso. Lo que éste realiza es comparable al cuento: la contracción del tiempo permite descubrir efectos de estilo, particularmente determinantes en la forma corta. Hacer de su vida un cuento, entonces, es distinto de hacer de su vida una novela”. Él percibió que mi modo de presentarme era novelesco. Insistir sobre el hecho de limitarse, de encontrar el estilo, el significante, fue todo el trabajo del análisis de Lacan.

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