Una delivery de incongruencias al servicio de la dama que cuelga del hombro de la cartera o de la billetera en la que duerme, junto a roca y belgrano prensados, el caballero suburbano.
martes, 24 de abril de 2012
CONSIDERACIONES SOBRE LAS AUSENCIAS...
El velatorio de hoy, fue -tal vez- el menos traumático que me tocó vivir. Fue la crónica de una muerte anunciada; se sabe: el que avisa no traiciona, lo que no quita que el avisado pueda ser traicionado a último momento, no por la persona que lo interpela al pie de su extinción, sino por emociones propias que confiaba haber domesticado durante el tiempo en que se prolonga el proceso de despedida.
Mi tío se fue apagando según las órdenes que le dictaba su enfermedad. Lo había notado desmejorado en la cena de fin año, pero no se me pasó por la cabeza que en pocos meses ya no quedaría palabra por pronunciar. Mi tío siguió ese dictado, tal vez, sin chistar, tal vez sin oponer demasiada resistencia al asalto final (para qué oponer resistencia, además, si se cree que no hay nada para defender?)
Se me ocurre una definición de la sabiduría: "saber, a tiempo, qué es lo que hay que defender"
Esos meses posibilitaron -para mis primos- una laboriosa recepción para la llegada de este día.
Pienso, ahora, en los velatorios, en mi presencia en ellos. El primer velatorio del que tengo registro fue el de mi abuelo materno; al cáncer de próstata se le sumó haber tenido hepatitis poco antes de morir: su semblante amarillo fue algo que me expulsó inmediatamente mi vista y mi cuerpo de las cercanías del cajón. Mi primer experiencia en un velatorio contó, entonces, con ese plus de espanto para un chico de 14 años.
Al año siguiente fue el velatorio de mi abuela: su viuda. Murió de un ataque al corazón. Nos había prometido a mi hermano y a mí llevarnos al mundial de Francia.
En ese velatorio lloré porque me burlaba mucho de mi abuela. La hacía enojar mucho riéndome de sus bigotes. Sentí mucha culpa con esa muerte.
Varios años después falleció mi otra abuela. Se apagó suavemente, casi sin levantar la voz. Ahora que lo pienso, no tengo una imagen desoladora de su velatorio.
Algunos años después -estando ya promediando la carrera en la facultad- falleció el padre de la que -hasta ese momento- había sido mi mejor amiga de la infancia. Tuvo una descompensación muy fuerte a raíz de su diabetes y, después de varios días de internación, finalmente murió. Lloré mucho esa vez. Incluso más que algunos familiares. Después descubrí que, más allá del dolor que me generaba la muerte del padre de mi amiga, mi verdadero llanto era por motivos personales. Descubrí que llorar en un velatorio es, para muchas personas, la oportunidad de ir a llorar a un lugar donde su llanto no tendrá que ser explicado: todos pensamos que la causa de las lágrimas es una sola.
Eso se ve claramente en "El club de la pelea" en la que el protagonista, sin tener ninguna enfermedad ni adicción, va a este tipo de grupos a compartir su dolor, dolor que no tiene nada que ver con el dolor que se expresa entre esas personas, pero que -al no poder canalizarse por otras vías- termina mezclándose con el dolor que lo rodea.
Las experiencias traumáticas fueron, como no podía ser de otra manera, aquellas en las que la muerte toma por asalto la vida de una persona. En los dos últimos años el hermano de una amiga y el amigo de un amigo se mataron en accidentes de tránsito. No hay palabras para describir lo que se vive en esos velatorios. El dolor es tan potente que pareciera inflar los cuerpos de los presentes y bastaría con un fuerte abrazo para hacerlos explotar.
En el caso de hoy, sentí tristeza tener recuerdos fragmentados de mi tío. Recuerdo, si, que era la única persona "grande" que me interesaba escuchar. En muchas reuniones familiares terminó pasando que, de golpe, me encontraba sentado al lado suyo. Me hablaba mucho y casi siempre me resultaba interesante lo que me decía. Tenía una voz suave y serena. También recuerdo como se reía con comentarios irónicos que yo decía al pasar. Y a mi me gustaba poder hacer reír a una persona que, generacionalmente, me pone a varios mundos de distancia. Lo tomaba como un desafío y me daba mucho placer ver que podía conseguirlo.
Eso es todo. Me hubiera gustado poder recordar más. Poder recordar con precisión algunas palabras. Pero no lo recuerdo. Sólo me recuerdo escuchándolo y haciéndolo reír. Supongo que buscaba hacerlo reír, también, para darme un descanso.
El tío Ricardo se fue y, a diferencia de mi último tío en partir, sé que algo tengo de él. Me pregunto si él se habrá llevado algo mío.
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