martes, 24 de abril de 2012

UN VIEJO CUENTO NUEVO...




EL OTRO CIELO

Perdí la noción del tiempo. No recuerdo cuando me trajeron. Tampoco sé si algún día me dejarán ir. Me mantienen en una pequeña habitación en cautiverio. Estoy aislado, solo. Mis horas se pierden en el laberinto de los días, y mis días –sin excepción- son una nube gris que lo cubre todo, que me oprime la cabeza, y que, lentamente, se desploma sobre el horizonte de lo posible.
Hace mucho que no veo el cielo. De chico era capaz de pasar toda una tarde tirado sobre el pasto del jardín de la casa, con los ojos vidriosos, llenos de un azul profundo.  Ya no; me dejaron sin cielo, y al quitarme el cielo, Julio, también te quitaron a vos. Sólo queda tu ausencia flotando sobre mi cama.
El cuarto no tiene ventana. El contacto con la realidad está sólo en mi cabeza. Estando encerrado, la realidad   es una ilusión: me rodea pero no me toca. Yo tampoco puedo tocarla, ni sentirla, solo proyectarla a través de los muros que delimitan mi existencia. Los latidos de mi corazón son débiles, como pequeñas gotas de lluvia que humedecen el pecho. Débiles son también las voces que escucho del otro lado de la puerta. Al parecer, mis captores no se ponen de acuerdo. Murmuran, siempre murmuran antes de entrar. Yo no tengo siquiera la posibilidad de hacerlo. Sólo puedo pensar en vos y en nuestro propio cielo.
Y entonces toda mi vida era eso, Julio. Es eso: una sombra espesa bordeando la puerta de la habitación, los ojos claros de la noche durmiendo entre las sábanas, el sueño esquivo del ángel que se apoya en mi almohada, el insomnio clavado en el techo, la historia inconclusa de un diálogo ajeno, un traje ocasional con un hueco en el lugar del corazón, las arañas desfilando por las paredes, una ausente brillante, el llamado inaudible de un hombre distante que –desde una cama de hospital-  dice las palabras jamás dichas (“te quiero”), una mesa que jamás será para dos, las velas tiritando de frío, un café frío volcado sobre el cielo, una mancha en la foto familiar del comedor, montañas de cigarrillos besando el cenicero, unos labios de papel arrastrados por el viento, una voz, muchas voces de metal atravesando una pantalla, el guiño de la puerta de calle, una cucaracha resbalando en la cerámica del baño, un sobre con bollitos de dinero, un rapto de  pasión en la noche, un estampida de estrellas en la madrugada azul, un fuego que baña los alrededores de la casa, o un hombre buscando una llave, buscando una salida, buscando algún colectivo o un tren, algo o alguien que lo envuelva y lo lleve hacia un momento frente al mar, hacia una plaza en primavera, hacia la sangre de un niño, la sal de un ciego en sus días sin sol, el sabor de la mañana, o el sudor de las palabras, la ansiedad de los objetos, los ríos de la incomunicación, los ojos de las mujeres que no ven, el perfume de su madre, las manos rotas de su padre, el deseo latiendo en el horizonte, las pesadillas de la civilización, el sueño de otros hombres, el sueño de una vida con otro hombre.
Eso fue el inicio. El resto fue mi futuro. Fueron dosis diarias. Inyecciones para mantenerme dormido, Julio. Y mala alimentación. Y maltrato.

Nada cambió: se ríen de mis palabras. No les importan mis argumentos. No les importa que les diga que sos un ser especial y que me necesitas a tu lado mas que nada en este mundo, que les asegure una y mil veces que no tengo los recursos como para pagar lo que piden por mi rescate. Vender el alma al diablo tampoco alcanzaría para que me devuelvan la libertad que me robaron. Parece que no me creen, que no me escuchan. Para ellos no existe la dignidad, ni mucho menos la piedad. ¿Qué hay en su cielo?
Me siento perseguido, atormentado, y me pregunto cuánto tiempo más podré soportar esta situación. ¿Y cuanto tiempo más lo podrás soportar vos? Me desgarra el alma el hecho de ponerme en tu situación. La impotencia que significa tener a la persona más querida privada de su libertad y no poder hacer nada para ayudarla, debe ser sin duda una de las experiencias más desesperantes por las que pueda atravesar un ser humano. Te imagino, Julio. Imagino tu lucha constante con las enfermeras para arrancarte el suero y salir, sin cambiarte, de ese hospital mugroso para rescatarme como sea, como hace el héroe de las telenovelas que miraba mamá.
Hay días en los que siento que mi cabeza va a explotar. Veo a las nubes, enormes, iguales al algodón, pasando junto a mi cuerpo. Pero no te preocupes Julio, que no me olvido de tu cielo. A mis secuestradores no les puedo hablar del tema, Julio. No lo entenderían.
Sólo me queda esperar a que se cansen, a que el miedo de que los descubra la policía los haga liberarme.
Cada tanto escucho las sirenas del móvil. Entonces grito, grito todo lo que puedo, hasta que el pasillo se llena de corridas, la puerta se abre y, entre dos, me cierran la boca como a un perro rabioso. Pero mi rabia no es la un perro, mi rabia es interna y contra ese tipo de rabia no resulta efectiva ninguna dosis de droga que mis captores me puedan suministrar.
A mamá le gustaba el arco iris, ¿sabés? Lo esperaba ansiosa las tardes de lluvia suave, mientras tomaba mate amargo con los tíos y comentaba las noticias del día. A mamá le hubiera gustado conocerte. En cambio, mamá estaría indignada con mi situación. Ayer se lo volví a pedir. Se lo dije a uno de los captores mientras me daba agua; le pedí por favor que me largaran, que no iban a conseguir nada teniéndome secuestrado, que si no lo hacían por vos, que fuera por mamá. Pero estos tipos son cínicos, Julio. Cínicos de profesión. Tendrías que verlos.

Y tendrías que haberme visto a mí, cuando uno se atrevió a decirme que me quede tranquilo, que vos no eras más que un invento mío, un invento para sobrellevar la situación que me toca vivir. Si Julio, escuchaste bien: vos un invento mío. Cínicos.
Me invadió una ira salvaje. Me tiré encima del secuestrador, lo rodee con los brazos para que no pudiera zafarse  y lo mordí. Lo mordí sin parar: la cara, los ojos, la boca, el cuello. Como en esa película que vimos juntos, Julio, la del psicópata que se comía a los pacientes y que después, una vez encarcelado, ayuda a la detective del FBI a encontrar a otro loco como él.  Daba miedo con solo mirarlo.
Te decía que lo mordí sin parar, como un lobo hambriento, hasta que dejó de oponer resistencia y la sangre comenzó a correr como un manantial por todo el piso de la habitación. Sus tejidos estaban a flor de piel.
Ahora somos dos en esta habitación Julio. Pero no lo quiero a él. Quiero que estés vos. Vos, que estás vivo y que tenés una vida hermosa por delante, y no él, que no tiene vida, que nunca la tuvo.
Esperame Julio, no te vayas, esperá que escucho ruidos en la puerta. Deben ser ellos, siempre ellos, siempre con su sonrisa asquerosa, con su inyección preparada, listos para ponerme a soñar con el cielo que no será azul. Esta vez, lo temo, no será azul.
Esperame Julio, no te vayas, esperame vos a mí, esperame en el cielo, que ahora voy.

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