Una delivery de incongruencias al servicio de la dama que cuelga del hombro de la cartera o de la billetera en la que duerme, junto a roca y belgrano prensados, el caballero suburbano.
martes, 30 de julio de 2013
FILÓSOFOS EN SU TORMENTA...(SEGUNDA ENTREGA DE BOLSILLO)
D.HUME: Las ideas son representaciones mentales, de modo que a partir de las impresiones se constituyen las ideas simples, y luego, con la asociación de ellas, tenemos las ideas compuestas o complejas. Todas las sensaciones o impresiones e ideas generan en nosotros la creencia de que realmente existe el objeto exterior que las provoca, pero, en realidad, de lo único que podemos estar seguros es de que tengo una sensación o impresión y que eso genera una creencia de que existe realmente una realidad exterior a mí, que me está provocando esta sensación. Sin embargo, el objeto que conozco no es exterior, sino que está en mi conciencia, porque consiste sólo en un entramado de impresiones e ideas. Si yo afirmo que mis impresiones e ideas corresponden a un objeto real es sólo por un acto de creencia.
¿Cómo se diferencia la percepción en acto del recuerdo o de la proyección imaginativa? Precisamente por el nivel de vivacidad y vigor.
Según Hume, todo lo recibimos del mundo que nos rodea, mediado por nuestra capacidad de ser impresionados por los sentidos, que son las ventanas que tenemos al mundo. Todo lo que no podemos comprobar ni verificar no podemos decir que exista.
I. KANT: Considera que los individuos tenemos ya una organización mental de nuestras capacidades de comprensión, que son alimentadas por lo que recibimos de los datos que nos ofrecen los sentidos, pero éstos tienen que configurarse de acuerdo con las condiciones de nuestra forma de conocer. Es verdad, que no conocemos nada sin que los sentidos nos proporcionen datos experimentales. Pero también es cierto que esa información experimental se recibe y se configura de acuerdo con la propia organización de nuestra forma de conocer.
El conocimiento es la mezcla entre lo que dan los sentidos y lo que da nuestra estructura cognoscitiva. Eso es lo que nosotros podemos saber.
La moral está hecha de imperativos, de órdenes . Hay que hacer esto, aquello, y no hay que hacer esto o lo otro. Lo que Kant busca encontrar, como base de la moral, es qué imperativos hay que no tengan condiciones sino que tenemos que hacerlos sí o sí, no porque vayamos a conseguir tal o cual cosa sino porque somos seres humanos racionales que debemos aspirar a vivir con dignidad y respeto. En ese sentido, la educación es el elemento fundamental para la formación de los hombres. Según Kant: "el hombre no llega a ser hombre más que por la educación". En efecto, las luces de una generación dependen de la educación y la educación depende de las luces.
Kant, además, se manifestó en términos de política internacional. Sostuvo la idea de que, para alcanzar un equilibrio entre los diferentes Estados, los países deberían generar una alianza, en la cual cada uno renunciara a una parte de su soberanía para poder vivir en paz y armonía.
HEGEL: El verdadero sueño de la filosofía era explicarnos más o menos todo. Recibimos en forma permanente conocimientos fragmentarios desde distintos ámbitos específicos. Pero, como pueden organizarse, instrumentarse dentro de un gran sistema en el que tendría lugar todo el saber sobre todo el mundo. Ese fue el propósito de Hegel: el de convertir a la filosofía en un saber sustancial, es decir, la base de todos los saberes restantes del mundo.
Desde la conciencia sensible , pasando por la autoconciencia, hasta llegar al saber absoluto, o sea, a la conciencia de que en el propio pensamiento el absoluto se piensa a sí mismo. Somos la instancia del universo donde éste se hace autoconsciente.
Todas las categorías están íntimamente relacionadas entre sí, y el modo dinámico de su relación es lo que Hegel llamó "movimiento dialéctico". Según él, una afirmación o tesis supone siempre su negación o antítesis, y la diferencia entre ambas resulta superada en una síntesis, que a su vez supone su negación y así sucesivamente.
En cada persona concreta, según Hegel, el pensamiento se despliega siguiendo casi los mismos pasos que ha seguido a lo largo de la historia de la humanidad. Estos pasos no configuran un diseño lineal y simplemente progresivo, acumulativo, sino que todo avance se produce mediante conflictos. El movimiento del pensamiento se genera por contradicciones.
A.SCHOPENHAUER: La originalidad de este filósofo radicaba en la demostración de que el principio de razón suficiente, que establece que no hay nada que no tenga una razón de ser, se manifiesta en cuatro formas distintas, irreductibles entre sí. Para ello, reducía todos los aspectos de la realidad a cuatro clases básicas: los objetos empíricos, los conceptos abstractos, los objetos matemáticos y el yo, que es el objeto del autoconocimiento.
El principio de razón suficiente no se aplica de igual manera a estos diferentes fenómenos. Entre los objetos empíricos aparece como explicación causal, entre los conceptos abstractos como deducción lógica, entre los objetos matemáticos como consistencia, y respecto de los hechos del yo como determinación del carácter y motivación.
La función práctica de la razón es la de liberarnos de los males del mundo. Quien se deja llevar por la pasión, por el deseo o por la voluntad está condenado, continuará el ciclo permanente que lleva de sufrir por no tener, o a tener y por lo tanto sufrir por hastiarse de tener. La razón es la que nos puede mostrar las cosas tal como son y al verlas hacernos renunciar a esa voluntad que nos constituye. La voluntad desea querer siempre más y prolongar esta especie de terrible circo de las pasiones y de los enfrentamientos. La razón nos puede revelar la voluntad tal como es y, al verla, hacernos sentir el lógico rechazo y renunciar a participar en ese juego del cual nadie puede salir bien parado.
Considera que sólo oponiéndonos a la voluntad, aboliendo su ímpetu, podríamos suspender el dolor y el mal. La sociedad no puede ser sino un intento de paliar los efectos atroces de la voluntad en marcha. Somos una corriente agitada de pasiones e impulsos. Para escapar de esta maldición hay tres vías. La primera es la contemplación estética. Las otras dos vías son el ascetismo y la compasión. En mayor o menor medida, todas las artes son liberadoras, al permitir el surgimiento de la contemplación desinteresada.
La segunda vía que plantea Schopenhauer consiste en desenamorase de la vida. Porque es la voluntad la que nos hace apegarnos a la vida. En este camino ascético me hago cargo de todo el sufrimiento del mundo, busco activamente el sufrimiento propio y el ajeno, de modo que mi interés por la vida va disminuyendo progresivamente. Se trata de cambiar la voluntad por la no-voluntad, dice Schopenhauer. Es decir, transformar el querer en el no-querer, aniquilando en nosotros todo deseo. Se trata, entonces, del acceso al nirvana. La extinción.
S. KIERKEGAARD: Habla desde su sufrimiento y desde su dolor. No pone por delante una reflexión sobre el universo, sino un testimonio de vida, que es lo que podemos aplicar cualquiera de nosotros, porque todos partimos de nuestra propia experiencia. De hecho, llega a afirmar que todos pasamos por una serie de etapas en nuestro desarrollo, y hay un momento estético en el cual algunos atienden en forma excesiva a la belleza, lo sublime y la representación de lo hermoso. Luego, hay una etapa ética, cuando vivimos preocupados por el deber, por las obligaciones. Finalmente, hay una etapa religiosa, que es donde se busca la salvación, ese rescate frente a la muerte, la perdición y el olvido.
Para él, la fe es una relación personal entre el individuo y el absoluto que lo interpela. Esa relación es resignación y confianza infinitas. Es un salto sobre el abismo de la incertidumbre. Esta interpretación de la fe puso en primer plano al individuo concreto, es decir, singular y sufriente, capaz de asumir su subjetividad como su única verdad, y su relación con Dios como un salto sobre el abismo de la nada. El individuo está siempre expuesto a la nada. Y esa exposición es la angustia misma, que revela su libertad, su responsabilidad y el riesgo ineludible de elegirse a sí mismo a cada paso.
Para Kierkegaard, la exigencia de vivir cristianamente es a la vez irrenunciable e imposible de cumplir. Se trata de un ideal que está demasiado elevado para nuestra naturaleza humana, porque vivir cristianamente significa hacerse como Cristo. Esa tensión entre la deseabilidad de ese ideal y la imposibilidad de conseguirlo va a regir toda la vida de Kierkegaard. Según él, como cristianos, estamos ante Dios, pero ese "ante Dios" desnuda nuestra imperfección. Ante él, todos somos pecadores. De hecho, el pecado no es más que la conciencia de estar ante Dios.
La filosofía existencialista, basada en la existencia del ser humano, en su angustia, en su perplejidad ante la vida, tiene su antecedente clarísimo en Kierkegaard.
domingo, 28 de julio de 2013
NAZIS EN ESCALADA...
LA
TIERRA SOBRE LOS PIES
Soy un hijo de la
democracia. Literalmente hablando, nací bajo tierra, pero rápidamente salí a la
superficie. La guerra nuclear –eso me dijo papá- había sido devastadora. Las
bombas alemanas caían del cielo como las gotas de lluvia lo hacen en la
tormenta, arrasando con todo lo que encontraban en su camino. Advertidos por la
radio zonal (que, en forma clandestina, recibía la señal de la radio oficial de Berlín) acerca de la
inminencia de los ataques, los años que vivieron en peligro, los sobrevivientes
de Lanús y Lomas de Zamora se refugiaron bajo la superficie. De allí la frase “se
fue a vivir a los caños”, que ahora es utilizada para referirse a las personas
que viven en la ruina material.
Si fuera sido por papá,
yo seguiría viviendo en las condiciones a las que lo obligó la guerra.
Los que resistieron en
las calles, junto con la gran diversidad de flora y fauna que ostentaba –orgullosa-
la plaza de Escalada, fueron exterminados.
Pero lo peor pasó. Los
monos se juntaron en Washington y tocaron el botón verde que decía “Democracy”.
Y acá estamos.
Me alegra poder decirlo
y que sea verdad. Me alegra poder ir a un bar, a una plaza, a la universidad, y
sentir que el piso no se fractura con mis pasos y sentir que no hay alemanes a
la vuelta de la esquina vigilándome. Pero papá sospecha. A mí me gustaría poder
convencerlo, pero él me quiere convencer a mí. Quiere que vuelva a vivir en el refugio,
bajo tierra, al lugar del que él nunca quiso salir.
Las comodidades del
mundo postnuclear le permiten mantener una vida relativamente tranquila, gozando
de muchos de los servicios que –en otra época- serían impensables viviendo bajo
tierra. El delivery por ejemplo. Los celulares funcionan bajo tierra, por lo que puede hacer un pedido por teléfono
a Coto, y el pedido llega sin ningún tipo de problema. Los chicos que hacen el
reparto van con la ilusión de recibir una propia extra por lo incómodo de la
entrega, ya que, en caso de no contar con Gps, deben consultar a los empleados
de Aysa sobe los puntos de la tierra en los que hay conexión con el interior
del mundo, para luego descorrer las tapas y descender unos diez metros por
escaleras polvorientas y llegar finalmente a destino.
Si se trataba de una
pizza, muchas locales exhibían un cartel contundente: “no hacemos repartos bajo
tierra”.
Abajo hay poca luz (lo
sé por los años en que bajé a visitar a papá). Cuesta ver o pensar con
claridad. Uno siente el sufrimiento de las cosas –los muebles, los libros, la
ropa-, su desesperación. También siente la perturbadora tranquilidad del que
sabe que todo está dicho, que la superficie es una condena segura a las
radiaciones de la infelicidad, y que –por lo tanto- sólo queda esperar lo que
todos queremos, el sueño que a todos nos iguala: morir mientras dormimos en la
profundidad del sueño, en la profundidad de la tierra.
Porque papá no cree en
la vida postnuclear. Sabe que los alemanes no van a volver, pero desconfía del
aire. Sospecha que las radiaciones de las bombas dejaron un veneno invisible
flotando entre las nubes. Que nuestros pulmones consumen oxígeno contaminado.
Que ningún vínculo es posible, que ningún proyecto gubernamental es posible,
cuando los cuerpos que pretenden llevarlos adelante están envueltos en toxinas.
Me cuesta pensar que
tiene razón. Es verdad que en invierno las guardias de los hospitales se llenan
de pacientes con afecciones respiratorias, pero supongo que tiene más que ver
con una deficiencia a la hora de protegerse del frío que con una toxina postnuclear
que anda dando vueltas por el éter. Me
pasa lo contrario: creo que las toxinas están acumulándose –lentamente- en el
refugio en el que decidió quedarse a vivir.
Ese aire, el verdadero
aire contaminado, fue el que comenzó a hacer que mis visitas sean menos
frecuentes. Papá nunca me dijo explícitamente nada sobre qué mundo tengo que
elegir para vivir, pero me da a entender que el mundo posible es uno sólo: que
el estado de guerra es permanente y que –ante la fatalidad que implica
semejantes condiciones de existencia- el
aislamiento es la mejor opción. Y no es tan grave ni tan excluyente el asunto.
La modernidad lo aggiorno todo; también las formas de aislamiento. No sólo
llega la señal del celular, también las facturas de los servicios, la
credencial de la prepaga. Tanto llegan las cosas (incluso algunas personas
también) que la ilusión de la vida en comunidad parece posible, como si no
fuera lo que verdaderamente es: una ilusión óptica.
Me desperté hace un
rato. No sé qué fue, pero desperté en plena noche como si me hubieran tirado un
balde de agua. Tuve la necesidad de
correr con desesperación a mirar por la ventana, a ver qué había del otro lado.
Los autos iban y venían
por la avenida a toda velocidad. Los árboles estaban allí, al borde del cordón de la vereda.
Nada fuera de lo común. Pero después miré alrededor, y vi mis cosas, las
cosas materiales que me rodean, y pensé que esta casa, que este lugar en el que
estoy viviendo, también es un refugio. Un refugio sobre la tierra, pero un
refugio al fin.
Me aterró la idea. No
puedo dormir desde entonces, pero creo darme cuenta qué es lo que debo hacer:
me voy a vestir, y voy a buscar la llave. Voy a caminar hasta ubicar el refugio
de papá con esa única llave. Se la saqué la última vez que lo vi y seguramente
jamás se enteró. Y voy a cerrar esa tapa con llave y tirarla en alguna
alcantarilla, como hacen los hermanos en el final del cuento de Cortázar.
No sea cosa que a papá
se le ocurra salir. Que salga para intentar convencerme de que estoy
equivocado, de que el aire envenenado me va a matar y que no hay nada mejor que
vivir con la tierra sobre los pies.
lunes, 22 de julio de 2013
FILÓSOFOS EN SU TORMENTA...(PRIMERA ENTREGA DE BOLSILLO)
DE "LA AVENTURA DEL PENSAMIENTO" DE FERNANDO SAVATER
El problema ya no es recibir información (hoy todo el mundo tiene más información de la que puede manejar), el problema es orientarse de tal manera que la información sirva para algo, y no sirva simplemente para ahogar a la persona con datos. Entonces, la filosofía es la pretensión de que hay que crear un marco dentro del cual entre lo relevante y que de alguna manera sirva de muralla contra lo irrelevante, contra lo trivial o engañoso.
PLATÓN: Supuso que la ideas, esas categorías arquetípicas a partir de las cuales se organiza la realidad, pertenecen a otro orden, que es el que da sentido al nuestro, pero que está más allá del orden o del mundo de lo que percibimos por los sentidos. Eso es lo que está en la base de la fábula metafórica, tan significativa, del mito de la caverna. Lo que sale a buscar ese huido de entre los hombres son las ideas, para mirarlas de frente. El resto de sus congéneres, en el fondo de la caverna, están sometidos a ver puras sombras, o incluso, sombras de sombras. Sólo pueden romper esa cadena si se ponen a pensar. La forma que tiene un ser humano de liberarse es entregarse al pensamiento y salir a mirar las ideas.
ARISTÓTELES: Para Aristóteles las ideas son entidades ficticias. Sólo existen los individuos, quienes son las sustancias que sostienen todos los atributos que predicamos de ellos. Las ideas universales, por su parte, no son más que abstracciones que el entendimiento realiza a partir de los individuos. Según este filósofo, nuestros conocimientos primeros parten de los sentidos, de la experiencia, y una vez que hemos captado en nuestro conocimiento sensible, desde esos datos, nuestra inteligencia puede realizar una tarea de abstracción.
No cree Aristóteles en otro mundo ideal, sino que afirma que los conceptos, las llamadas ideas, están realmente en nuestro mundo. Es decir que existen individuos, cosas, objetos, y a partir de éstos, nuestra mente es la que busca el concepto y la que lo crea. El concepto no está en otro lugar ideal sino en nuestra capacidad intelectual para pensar sobre la diversidad del mundo.
SANTO TOMÁS DE AQUINO: Naturalmente, para Santo Tomás de Aquino estaba fuera de toda duda la existencia de Dios, pero comprendía racionalmente que esa duda podía plantearse alguien que no tuviera la fe. Previamente a todo lo demás hace falta establecer la existencia de Dios. Según él, la teología debe moverse siempre dentro de la fe y explicar con razones la naturaleza de los dogmas. Y una de las piezas más conocidas de la inmensa obra de Santo Tomás son las cinco vías, las cinco pruebas de la existencia de Dios. La primera prueba de la existencia de Dios es la del movimiento -en el sentido de pasaje de la potencia al acto. Todo lo que se mueve es movido por otra cosa, y ésta, a su vez, por otra, como una serie infinita de motores. Es decir, hay que postular un primer motor inmóvil, que es Dios. La segunda vía procede análogamente, pero respecto de las causas eficientes. Todo lo que es tiene una causa, y ésta, a su vez, tiene una causa, y así podemos remontarnos a una primera causa eficiente incausada, que es Dios. La tercera vía es la de la contingencia. Algunas cosas, que nacen y perecen, podrían no ser. Son, entonces, contingentes, pero no todos los seres pueden ser contingentes, porque si todo el universo pudiera no ser, entonces no sería (porque el no-ser es más fácil), por lo tanto debe haber al menos un ser necesario, que es la razón de que los seres contingentes lleguen a ser. Ese ser necesario es Dios. La cuarta vía se apoya en los grados de perfección. Decimos que algo es mejor que otra cosa, que es más bello, o más justo. Pero toda jerarquía de este tipo supone un óptimo, es decir, un ser supremo, y a esto es a lo que llamamos Dios. La quinta vía es la prueba teleológica. Las cosas de la naturaleza actúan realizando un orden, como si obedecieran a un plan o a un fin, pero esto supone un arquitecto u ordenador, es decir una Causa Inteligente, el fin hacia el que todo tiende en última instancia y que rige todo el proceso del universo.
THOMAS HOBBES: Su preocupación era encontrar una fórmula que posibilitara a los hombres el vivir juntos sin enfrentarse unos a otros y sin causarse daño. Afirmó que el hombre es como un lobo para el hombre, y pese a esta visión no se detenía en el pesimismo. Creía que el hombre puede llegar a organizarse en sociedad de tal modo que esas fieras puedan convivir de una manera armónica. El miedo, entonces, es la base del pacto social. El Estado no debe quitar a los hombres precisamente más que aquello que los hace temibles: su fuerza propia, sus apetencias desenfrenadas, su tendencia a tomar decisiones discrepantes de la unanimidad mayoritaria. De allí que la convivencia de los hombres es posible sólo mediante un artificio, que consiste en establecer un pacto por el cual todos se obligan a transferir su derecho a gobernarse a sí mismos, eligiendo un hombre o asamblea que los representen. El temor es la pasión socializadora por excelencia, porque el miedo a la muerte nos hace renunciar a nuestros deseos de predominio y someternos a la autoridad estatal.
DESCARTES: Sabemos que existe la verdad, es decir, que habrá cosas, situaciones y opiniones que corresponden mejor a la realidad que otras. Pero, ¿cómo tener la certeza de que lo que nosotros creemos que es verdad lo es auténticamente? ¿Cómo sabemos que no nos engañamos? No empieza, como otros filósofos, preestableciendo verdades, ni definiendo qué es el mundo, qué es el ser humano, qué es el alma, sino intentando buscar una ruta para llegar a conclusiones fiables. Un sendero que nos lleve a ideas que nos resulten claras y distintas. De lo único que podemos estar seguros es de la duda misma, y -en consecuencia- de nuestra propia existencia: "pienso, luego existo." De esa certeza paradójica nace el pensamiento moderno.
JOHN LOCKE: Según este pensador, todas las ideas -simples y complejas- provienen de la experiencia. Para ello es necesario desechar la creencia de que hay ideas innatas que están impresas en nosotros cuando nacemos. Así, explica que no hay asentimiento universal a ninguna proposición, que aún las verdades de las matemáticas no las conocen los niños, ni los idiotas, ni los salvajes, ni los iletrados. Según su análisis, ideas como la de número o la de Dios no son innatas sino que, por el contrario, son aprendidas o construidas a partir de la experiencia y a través de los años. El innatismo está relacionado con la existencia de un orden natural del mundo, que se extendía al ámbito social y político. En cambio, los que negaban el innatismo (entre los que se encuentra Locke) no buscaban un orden fijo e inmutable sino que se inclinaban a pensar que todo orden era construido y consensuado.
Locke se opone a la teoría de Hobbes; sostiene que la finalidad por la cual los hombres arman una asociación política es la de garantizar ciertos derechos personales que ya existían en el estado de naturaleza, pero que no pueden ser suficientemente defendidos en ese estado. Locke dice que en el estado de naturaleza hay una ley natural por la cual el hombre está dotado de ciertos derechos fundamentales a la vida, a la libertad y a la propiedad, y que la finalidad del Estado es garantizar a las personas el goce de estos derechos, que son inalienables.
SPINOZA: Su despierta inteligencia lo llevó pronto a cuestionar abiertamente la interpretación ortodoxa de los textos sagrados. Afirmó que cada creyente debía interpretar libremente las Escrituras, sin que fuese necesario seguir las opiniones de los doctos. Dijo que la presunta sabiduría de los sacerdotes sólo era un medio para dominar a las masas. Spinoza encontraba que extensión y pensamiento eran sólo dos de los infinitos atributos de la única sustancia, que es Dios. De este modo, Dios se identificaba no sólo con lo espiritual sino también con lo espacial, es decir, con el Universo entero, con la propia naturaleza. Toda cosa finita es una manifestación de la sustancia infinita. Si no fuese así, la sustancia no sería, porque tendría lo infinito como lo otro de sí y, por lo tanto, como su límite. Lo finito no puede estar, por lo tanto, fuera de lo infinito. Idea que luego retomaría Hegel. Dicho de otro modo, todo es Dios.
Contra quienes, como Hobbes, creen que el hombre es el lobo del hombre, Spinoza descubre que, en el marco de una política racional, el hombre complementa al hombre. El otro me completa. La convivencia aumenta mi poder y mejora mi vida, si está adecuadamente regida por la razón, que es aquella que debe regular nuestros deseos.
domingo, 21 de julio de 2013
EL SEMINARIO LUMINOSO...
"Siempre consideré que los escritores, tanto los vivos como los muertos, estaban muertos. Y que -en cambio- lo único vivo son los libros".
La frase es de Alan Pauls, y es una de las tantas que rescaté del seminario que el escritor está dando en el Centro Cultural San Martín, bajo el más que sugestivo título "Dar la Cara".
La pesadilla de empezar a escribir y -para eso- emprender la dificilísima tarea de abolir la procrastinación en los tiempos de navegación a la deriva que supone internet, es la que debe enfrentar cualquiera que, a través de la palabra, busque generar algo en alguien.
Hay un acercamiento a la muerte, en el sentido de que el que escribe (así lo entendemos), es el que está un poco muerto, un poco fuera de la vida.
Paradoja singular en el tipo de neurosis que se establece y que es absolutamente necesario neutralizar: todo nos importa, por lo que todo nos es ajeno; de todo se toma distancia. Y cuando nos queremos acercar -al escribir- no nos estamos acercando a la vida.
Diferentes niveles de la procrastinación: o bien ya todo fue escrito, o bien los textos a escribir nunca estarán a la altura del proyecto que se diseña en silencio.
El ejemplo en el seminario es el de Mario Levrero y su "Novela luminosa". Todavía no leí el libro, pero será de compra obligada en mi próxima excursión librera.
Y, mientras tanto, a seguir luchando contra la procrastinación, de la que el mismo Pauls confiesa no estar vacunado.
Dar la cara, de eso se trata.
martes, 16 de julio de 2013
MEDITAR LOS FINES DE SEMANA SIN DINERO...
ROBERTO BOLAÑO (Chile, 1953-2003)
"Regreso a la Antártida"
No importa hacia donde te arrastre el viento
(Sí. Pero me gustaría ver a Séneca en este lugar)
La sabiduría consiste en mantener los ojos abiertos
durante la caída (¿Bloques sónicos
de desesperación?) Estudiar en las estaciones
de policía. Meditar durante los fines de semana
sin dinero (Tópicos que has de repetir, dijo
la voz en off, sin considerarte desdichado)
Ciudades supermercados fronteras
(¿Un Séneca pálido? ¿Un bistec sobre el mármol?)
De la angustia aún no hemos hablado
(Basta ya. Dialéctica obscena)
Ese vigor irreversible que abrasará tus derroteros
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En el Distrito V con los sudacas:
¿Aún lees a los juglares? Sí
Quiero decir: trato de soñar
castillos y mercados cosas de ese tipo
para después volver a mi piso y dormir
No hay nada malo en eso
Vida desaparecida hace mucho
En los bares del Distrito V
gente silenciosa con las manos en
los bolsillos. Y los relámpagos...
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Estos son los rostros romanos del infierno
Prefiero vivir lejos de todo, dije
No ser cómplice. Pero esos rostros contemplan
aquéllo más allá de tu cuerpo. Nobles
facciones fosilizadas en el aire
Como el fin de una película antigua
Rostros sobreimpresos en el azul del cielo
Como la muerte, dije...
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De sillas, de atardeceres extra,
de pistolas que acarician
nuestros mejores amigos
está hecha la muerte
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Ahora paseas solitario por los muelles
de Barcelona
Fumas un cigarrillo negro y por
un momento crees que sería bueno
que lloviese
Dinero no te conceden los dioses
mas sí caprichos extraños
Mira hacia arriba:
está lloviendo...
martes, 9 de julio de 2013
MAGIA Y BUROCRACIA...
POLVO MÁGICO
La secretaria del tribunal está cansada. La inteligencia, cuando no es acompañada,
cuando es apenas una luz titilante en la oscuridad, se vuelve un peso para su
portador. Agota, lastima, raspa. Y lo
que es peor: tampoco el que la tiene se la puede sacar de encima, del mismo
modo que el estúpido no puede abandonar
su propia condición. Tanto uno como el otro pueden simular lo contrario y –en
su simulación- podrán engañar a un estúpido o hacer pensar a un inteligente;
nunca al revés.
Imposibilidades de ser otra cosa, de eso hablamos.
Ella lo sabe, claro. Lo sabe porque lo siente. La pobre trabaja con
gente que (está completamente segura) le chupa la sangre al Estado: inútiles,
desinteresados, ignorantes. Ni más ni menos que lo que puede pensar cualquier
ciudadano promedio sobre los empleados públicos.
Porque, digamos la verdad, nadie puede tener vocación de empleado
público. Basta preguntarle a un chico qué quiere ser cuando sea grande para
darse cuenta.
Pero a la secretaria no le caben las generales de la ley. Ella sí sabe,
sí estudió mucho, sí es inteligente, sí busca participar activamente del
proceso de administración de justicia a través del cargo que desempeña.
Vocación por la tarea.
Y recibe su recompensa, desde ya. La recompensa es un sueldo que –si le
agregamos el sueldo del marido- le permite muchas cosas: vivir en una casa
confortable en un barrio adinerado con una garita de seguridad en la esquina,
mandar a las hijas al colegio privado más caro de ese barrio adinerado, estar afiliada a una prepaga que la mantenga
alejada de la deficiente obra social con la que cuentan como sistema de salud
resto de los empleados públicos, alquilar una casa todo el mes de enero en la
zona más cara de la costa atlántica. Cambiar el auto con regularidad. Tener una
doméstica con mayor regularidad aún. Y, siempre que los tiempos se lo permitan,
viajar.
Es decir, entendió –como entiende tanta gente- que eso es vivir muy
bien y trató de vivir muy bien para ser feliz, cuando hay tanta gente que vive
tan mal y que –en consecuencia- no debe ser nada feliz.
La secretaria, aunque ella crea que sí, no experimenta ningún tipo de
felicidad participando -con el sello que estampa en cada una de sus firmas- del
proceso de administración de justicia. Sí intenta ser feliz (no sabemos hasta
qué punto lo consigue) con el sistema de vida al que tiene acceso por ocupar
ese lugar en el escalafón judicial. Más aún, experimenta la felicidad de saber
que el techo está cerca de las manos, cosa que sólo pasa para los que trabajan
dentro de una estructura. Y esa estructura podrá tambalearse, pero nunca,
NUNCA, se va a caer.
La estructura es diseñada en otras esferas. Eso no es lo importante. Lo
importante es que ese lugar, el lugar que ella ocupa, debe ser protegido, como
debe ser protegida la felicidad que pretendemos construir en nuestra vida
cotidiana. La secretaria se pregunta, entonces,
cómo proteger ese lugar tan preciado. Ese lugar al que todos quieren
acceder porque es la puerta de entrada a ese paraíso terrenal, integrado por la
casa con la garita de seguridad en la esquina, las vacaciones con la carpa en
la playa paga todo el mes y el colegio para futuros autistas sociales al
que van los hijos.
Diseña una estrategia. Su estrategia consiste en una degradación total
y permanente de las personas que trabajan en su dependencia. De los inútiles,
los analfabetos, los desinteresados de siempre. Los que esperan vivir como
ella, sin tener su conocimiento y sin hacer su sacrificio. Si quieren sangre
del Estado, mucha y fresca, que renueve sus plaquetas y les devuelva la
vitalidad (si es que alguna vez la tuvieron),
deberían aprender dónde y cómo hay que succionar. Esa es la lección que
la secretaria, ni en el tono jocoso que suele utilizar, se animaría a decir.
Ella los va a tratar como lo que son: potenciales depredadores de su
cargo. Los jueces deben tomar nota, entonces, independientemente del desempeño
de la secretaria en sus funciones, que no hay –entre el personal- nadie apto para
ejercer tales funciones. Sembrar esa
idea (en ese sentido la secretaria funciona como una auténtica máquina
agrícola) le da más oxígeno para
trabajar, reduce la cantidad de fantasmas que dan vueltas por su cabeza cuando
se tiene que sentar a resolver un expediente y aparecen los agujeros en
legislación, doctrina y jurisprudencia.
Para eso se inventaron los desayunos de los viernes, donde todos
–jueces, funcionarios y empleados- están presentes: para desacreditar a todo el
mundo. La técnica empleada es inteligente: consiste en seleccionar
alternativamente a algún “otro” (y “el otro” son todos, del primero al último
de los empleados) para señalarle –en tono burlón- críticas de cualquier tipo.
Pueden ser en su calidad de persona (cómo se viste, cómo camina) o –las que
siente más redituables- en su calidad de empleado (ahí en general se señala lo
poco y lo mal que trabaja ese empleado). Lo que es fundamental en la técnica es
utilizar siempre el tono jocoso, que convierte al enunciado semánticamente
ambiguo. El resultado para ella es redondo: si el empleado se enoja y pasa ese
primer filtro que hay que pasar (acusar recibo de la agresión y responderle a
un superior) choca contra un segundo filtro: todo era una broma, por lo que el
empleado es (además de un incompetente) un malhumorado. Pero la secretaria
tiene suerte, rara vez los empleados atraviesan los filtros.
Parte central de su goce consiste en percibir la impotencia que genera;
cómo los empleados se tienen que guardar la bronca que generan sus dichos. El
secreto, tal vez, sea ponerse a un costado. Correrse de los términos en lo que
ella se siente cómoda cuando se vincula, ante la risa cómplice de sus “dos
manos” derechas y la indiferencia absoluta de los jueces. Darle la espalda. No es fácil, desde ya. Del
mismo modo que sus abusos fueron creciendo lentamente, el proceso de
descolonización (para evitar situaciones muy violentas) también debería operar
de la misma forma.
Chomsky dice que cuando no se puede romper la jaula, cuando no están
dadas las condiciones para hacerlo, lo más inteligente que podemos hacer es
ampliar de a poco el piso de la misma. Es una forma ir ganando libertad.
Lo que la secretaria debe internalizar (a ella que le gusta tanto poner
etiquetas en la cabeza de los demás) es que, cuando busca degradar a los demás,
la que se degrada como persona es ella. Transmitir tal cosa, es decir,
posicionarse como un espejo de la afrenta que nos quiere imponer el otro,
requiere de un trabajo tan sutil como indispensable.
¿Cuándo se dan cuenta los empleados de que, en realidad, tal ambigüedad
en el enunciado no existe, sino que se trata de una lisa y llana degradación
cobarde en un doble sentido (cobarde porque lo hace desde un cargo superior y
cobarde porque el tono jocoso la hace esconderse detrás de sus palabras)? Se
dan cuenta cuando advierten que nunca, o casi nunca, hay un interés sincero
puesto en el otro, o algún tipo de comentario alentador. Como eso no pasa, entonces no hay ambigüedad: la
intencionalidad en el discurso es una
sola.
Lo importante, para ella, es quitarle la voz al otro. Si esas mismas
críticas las hiciera como corresponde, es decir, llamando al empleado en
cuestión en forma privada y marcándole sus fallas (¿no se debería comportar así
un jefe?), le daría lugar al empleado a ejercer una “legítima defensa en
juicio”. Cuando tiene que hacerlo, no se siente cómoda. No le gusta sentirse
interpelada, si le da entidad al otro, si lo deja hablar, puede llegar a perder
en algún cruce argumentativo; mejor degradar todo el tiempo. Mejor que la otra
persona crea que no tiene nada para aportar. Eso le evita tener que hacer algún
esfuerzo intelectual frente a sus subordinados. Su razonamiento es: ¿desde
cuándo un superior tiene que pensar en base a lo que cree un inferior?
El otro no merece ningún tipo de
esfuerzo intelectual de su parte.
La idea, entonces, es que el empleado se vaya encogiendo a medida que
se acerca a su oficina. Y, cuando sale, que su tamaño sea tal que pueda ser
escondido en algún cajón del escritorio, junto con los útiles.
Su técnica es claramente
manipulativa: busca que el empleado internalice la crítica, que se sienta un
estúpido y –si es posible- que trabaje como tal. Porque si logra eso, si logra
que el empleado trabaje sintiéndose un estúpido, es mucho más probable que haga
mal su trabajo.
Y si los empleados hacen mal su trabajo el círculo perverso cierra
perfecto: los jueces pueden estar tranquilos que la decisión en su nombramiento
como secretaria fue la correcta. Y ella puede estar tranquila, porque podrá
seguir viviendo muy bien, cuando tanta gente vive tan mal. Y la justicia, la justicia entendida en la
acepción más amplia de la palabra, bien gracias.
Imposibilidades de ser otra cosa, de eso hablamos. Tal vez para la
secretaria sea imposible ser diferente, posicionarse diferente. No hace falta
ser psicoanalista para percibir que detrás del manejo perverso que ofrece día a
día, hay terrores inconfesables orbitando en su cerebro. Terrores que no le
permiten posicionarse de otra manera frente a sus empleados. Que no le permiten
valorarlos como personas. También hay terrores, seguramente, orbitando en las
cabezas de los empleados para no poder posicionarse de otra manera frente a
ella. Terror al “día después” de haber asomado la cabeza. Esos terrores, me parece,
son los que hay que tomarse el trabajo de lijar, lijar hasta que queden
reducidos a un polvo enorme, que podamos juntar con las manos para arrojar al
viento, y que el viento lo envuelva y lo lleve lejos de las oficinas en las que trabaja la gente del Tribunal.
LA MANO QUE PIENSA...
ENTREVISTA A MARIO BELLATIN PARA "EL COLOQUIO DE LOS PERROS"
—EL COLOQUIO DE LOS PERROS:
¿Hasta qué punto crees realmente que estás renovando la literatura? ¿Piensas
que estás aportando algo que hasta ahora no se había hecho? ¿En qué consistiría
esto?
—MARIO BELLATIN: Es difícil de
decir. Hay días que pienso que mis libros deberían ser vendidos en el apartado
de autoayuda, puesto que, según la persona y el estado de ánimo en que sean
leídos, estoy convencido de que pueden provocarle al lector cierta reacción de
tensión y de incomprensión que ignoro qué consecuencias puede tener, pero
apostaría que le hará vivir la vida con más intensidad.
—ECP: Esa sí es una
característica de tus libros: la intensidad. Sobre todo por el trabajo de
depuración del lenguaje.
—MB: ¿Piensas esto de verdad?
—ECP: Sin duda. Creo,
además, que esto es lo que les da un tono, por así decirlo, neutral.
—MB: Tal vez sea así. Yo, en
realidad, no sé bien qué es aquello sobre lo que escribo. Y no quiero
planteármelo. Pienso que hacerlo sería un gran error, como estructurar o pensar
en un argumento o un ritmo a priori para un libro.
—ECP: Sin embargo, todas
tus narraciones parecen muy pensadas hasta la extenuación.
—MB: No lo creo. Yo
simplemente me dejo llevar. ¿Has visto alguna vez un baile sufí?
—ECP: He llegado a
ensayarlo.
—MB: Entonces sabrás que se
trata de adquirir una técnica para luego fluir con ella y a través de
ella.
—ECP: Sí, pero en el baile
hay un componente directo que no tiene la literatura. Para provocar esta
sensación, es necesario trabajar, pulir el lenguaje con el fin de conseguir el
efecto que se quiera provocar.
—MB: Sí. Pero si te fijas, el
escritor pule y trabaja para conseguir el mismo efecto que el bailador sufí
—que también ha realizado todo tipo de ensayos— cuando danza en directo: la
instantaneidad. En cualquier caso, te diría que para mí la literatura no ha
sido nunca tan importante como para pararme a pensar demasiado respecto a
aquello que indicas.
—ECP: Estoy de acuerdo.
Pero hay que tener en cuenta que, si bien las palabras del libro ya se
encuentran fijas cuando se las lee, no así las piernas del danzador que se
moverán constantemente mientras realiza la interpretación. Por otro lado, me
sorprende lo que indicas sobre la literatura porque has dedicado tu vida a esta
actividad.
—MB: Si tú lo dices.
Realmente, no he dedicado más horas de mi vida a escribir que a meditar, pasear
a mis perros o a observar moverse los peces en mi acuario. Siento una sensación
de paz indescriptible cuando lo hago. La mayoría de los argumentos de mis
libros han nacido allí. Salón de belleza, en concreto, tras darles de
comer a mis peces. Me hallaba en un alterado estado de excitación observando
cómo devoraban todo aquello que les arrojaba y, por momentos, parecían estar a
punto de comenzar a pelearse. Para conseguir tranquilizarme, me decidí a
realizar mis habituales ejercicios y movimientos de karate frente al espejo que
tengo en mi salón de entrenamiento. Me encontraba en un estado de excitación y
concentración absoluto cuando, de repente, sonó el teléfono. Era un profesor de
una universidad mexicana que deseaba invitarme a dar una charla a sus alumnos.
En ese momento, me sentí invadido en mi intimidad y reaccioné indicándole que
se había equivocado, que en realidad había llamado a un salón de belleza y que
si requería mis servicios sexuales para hoy —me hice pasar por un peluquero
homosexual— había de saber que no podría ofertárselos pues me encontraba muy
ocupado.
—ECP: Increíble.
—MB: Sí, pero lo mejor fue que
el profesor siguió hablando como si no hubiera escuchado nada y consiguió que
aceptara dar esa charla en Tijuana.
—ECP: ¿Cómo pudo ser eso?
—MB: Porque le prometí que si
me pagaba el dinero suficiente para ir a su universidad sería el primero a
quien atendería en mi lista de clientes.
—ECP: Je.
—MB: En realidad, aunque esta
última anécdota no sea real, me parece muy adecuada para dar a entender las
muchas relaciones e imbricaciones que hay realmente entre la prostitución y lo
literario.
—ECP: Siempre ha sido así,
¿no?
—MB: Pero últimamente mucho
más.
—ECP: De esto tratan
también tus libros. De todas formas, esto me plantea una pregunta. ¿Dónde te
sitúas tú y tu literatura en el posible debate que se podría abrir a partir de
tu afirmación?
—MB: En todos los sitios y
ninguno al mismo tiempo. Así le dijo el profeta Zacarías a Zorababel cuando
éste le preguntó por el lugar en el que podría encontrar al Dios Jehová.
—MB: Pero es que nada se puede
indicar sobre un mundo que ya lo dice todo por mí. Diga lo que diga, exprese lo
que exprese, soy culpable. Porque tampoco importa que seamos inocentes. Importa
el dinero. Más que el libro. Y yo quiero y lo necesito. Pero aún más crear
buenos libros, aunque una vez terminados no tengan demasiada importancia para
mí y no ocupe más tiempo en ellos que el que dedico a decorar con un color u
otro las paredes de mi cuarto.
—ECP: Y a todo esto,
volviendo al principio de la charla, ¿por qué y para quién escribes? ¿Qué es
para ti la escritura? ¿Qué es, verdaderamente, lo que piensas que estás
renovando?
—MB: Si te soy sincero, no
tengo respuesta a ninguna de tus preguntas. Jamás me he planteado cuestión
alguna sobre estos temas. Probablemente, porque no considero a la literatura
—como lo han hecho tantos otros— como una actividad demasiado importante.
Renovarla debería ser como renovar el vestuario, ¿no? En esencia, la persona
seguiría siendo la misma. No importa el vestido. Supongo que para renovar la
literatura —aunque te vuelvo a repetir que no sé qué quieres indicar con esto—
haría falta cambiar el abecedario, que en vez de 24 letras, hubiera 30. O tal
vez ni esto sería suficiente. Yo lo único que he intentado es construir
personajes que no sientan, con los que no pueda identificarse el lector. Pero,
¿renovar la literatura? No sé bien a qué te refieres.
—ECP: Sin embargo, tus
libros y charlas están llenos de referencias a esto.
—MB: ¿Es eso cierto? Pienso
que no. ¿En cuál de ellos hago alusión a esto?
—ECP: Por ejemplo, en
cierto modo, en Underwood portátil modelo 1915.
—MB: Pero ese libro no lo
escribí yo.
—ECP: Entonces, ¿quién?
—MB: Lo ignoro. Tal vez tú
puedas indicármelo.
—ECP: Sí. Se encuentra
escrito por Mario Bellatin.
—MB: Ah.
—ECP: Y creo que tú eres
Mario Bellatin. O tal vez no porque no puedo verte la cara a causa de la
máscara.
—MB: Supongo, en realidad, que
todo es una cuestión de imaginación. Tú imaginas que yo soy Mario Bellatin y yo
debo responder como tú imaginas que debería hacerlo. O como se supone que
debería hacerlo un escritor. En ese sentido, puedo estar de acuerdo en que tal
vez yo sea Mario Bellatin, pero para ello tienes que imaginar que lo soy, no
creer que lo soy, lo que tal vez te explique mejor mi punto de vista sobre la
literatura o, como dicen algunos críticos pedantes, “lo literario”. Debe haber
alguien que imagine qué es la literatura, alguien que nos convenza a todos que
algo es literatura y que, de tal o cual forma, puede ser renovada, pero, en
esencia, si Mario Bellatin no sabe ni desea conocer —puesto esto sería
contraproducente ya que limitaría su capacidad creativa— qué es la literatura,
¿cómo la va a renovar? En cualquier caso, la considero una ciencia y una
diversión. También un arte y un entretenimiento. Un deporte y un mero
pasatiempo. La imagino y la concibo de muchas maneras. ¿Cómo voy a renovarla?
La puede renovar quien considere que la literatura se puede definir. Un
profesor puede renovarla. Algún escritor que cifra reglas de cómo se ha de
escribir, puede renovarla. ¿Pero alguien que se considera un creador puede
cifrar sus esperanzas o anhelos en renovar algo que no se sabe hacia dónde va
ni hacia dónde se dirige? […] Si Mario Bellatin ocupa tanto tiempo de su vida
en la literatura es porque no sabe qué es y no desea saberlo, pues se siente
fascinado cuando se pierde en sus confines como cuando cocina, repasa su
colección de sellos americanos o contempla un amanecer; actividades que,
por cierto, muchos de los escritores “puros” despreciarían al ver citadas al
lado de esa palabra y arte impoluto, mágico y sagrado que es para ellos, la
literatura.
—ECP: En realidad, supongo
que todo este problema es producto de una visión romántica de la literatura y
de cómo espera recibir el público el libro aquello que lee, cuáles son
sus expectativas.
—MB: Sí, todos creen que son
el escritor que aparentan ser, que son el libro o la persona que muestran a los
demás en su vida social. Pero yo no puedo serlo.
—ECP: Que es el gran tema
de tu literatura.
—MB: Como te dije, yo no
escribo libros, porque de hacerlo sería Mario Bellatin y todos sabrían lo que
podrían esperar de mí. Por ejemplo, todos creerían que soy imprevisible, porque
lo imaginan así, porque lo desean, no porque yo lo sea. ¿Qué voy a saber yo de
quién soy o de mis libros? Mis libros solo le sirven a una parte de mí, no a
una totalidad. Y esto no ha de invalidarlos, como pensarían tantos escritores románticos
o modernos y postmodernos todavía influenciados por esta visión y perspectiva
artística que unos cuantos hombres han considerado una verdad en mayúsculas. Se
escribe un libro como quien realiza una mesa, y nadie puede inmiscuirse en el
placer o en los porqués o para qué Mario Bellatin realiza esto. Lees sus textos
o no, pero no los evalúas o comparas con aquello que tú eres, sabes o esperas
porque entonces estás intentando —es lo habitual, por otra parte— que ellos
respondan o sean aquello que tú deseas o imaginas que deberían ser, que no es
necesario ni tan siquiera que sea auténtico y verdadero, pues estas nociones,
en términos literarios no tendrían que usarse, ya que, en este campo, son
similares a lo falso y ficticio […] De todas formas, soy consciente de que lo
que yo piense no tiene mucha importancia. Demasiados hombres a lo largo del
tiempo —entre los que hay demasiados críticos que en su día fueron muy
destructivos con auténticas obras maestras de la literatura— han considerado
que lo que decían era demasiado importante o tenía su trascendencia. Incluso
han llegado a cobrar por ello. O han creado una escuela que con el tiempo,
lógicamente, ha desaparecido. Si bien la intención de Mario Bellatin no es
acabar con este estado de cosas —aunque le gustaría— porque si no, se vería
obligado a pedir limosna, lo cierto es que se sentiría bien si se considerase
que todos sus libros y pensamientos son leves, no tienen más interés que el
goce o disfrute y no tienen atisbos de trascendencia.
—ECP: Desde luego, la
trascendencia es un tópico contra el que lucha tu literatura.
—MB: Mario Bellatin siempre
dijo que había que gozar en el presente, que había que disfrutar se fuera o no
trascendente, y que no hacía libros para ser recordados o estudiados en la
universidad, pues su mayor deseo es que pudieran ser disfrutados.
—ECP: Razón por la que, pienso, muchos contemporáneos no entienden tu obra.
—ECP: Razón por la que, pienso, muchos contemporáneos no entienden tu obra.
—MB: Pero esto no es problema
de Mario Bellatin.
—ECP: Pero sí te concierne.
—MB: En realidad, a Mario
Bellatin no le conciernen demasiados asuntos relacionados con sus libros. Nunca
se ha entristecido o enfadado por una crítica ni tampoco ha disfrutado cuando
lo han alabado porque Mario Bellatin no se considera el autor de sus libros. Los
ha escrito, pero no ha dejado su “ser”, como los escritores románticos
consideraban, en ellos, por lo que tampoco tiene una opinión formada sobre
estos. Son sus criaturas, pero hasta cierto punto. Como pueden serlo, por
ejemplo, los hamsters y peces que hay en su casa. O las películas de otros
directores. No le importa tanto haberlos escrito como que existan. Y en el
mundo romántico del que todavía no hemos salido importa tanto quién lo escribió
y el que llegara a escribirlo como lo escrito. Pero Mario Bellatin no piensa
así, porque él no se identifica con su personalidad, dado que considera que no
tiene ninguna, que es lo mismo que indicar que las tiene todas. Porque, en
realidad, es un bailarín sufí que se encuentra en un lugar y en otro al mismo
tiempo y no cesa de desplazarse y moverse sin que esto implique aceleración o
signifique que sea imposible el reposo o la pausa en la actividad a la que se
dedica, lo que, al fin y al cabo, es una demostración de que podemos serlo todo
y nada al mismo tiempo, que es lo que Bellatin desea conseguir más allá de las
habituales palabras altisonantes de aquellos quienes dictan las normas en
literatura: llegar a escribir sin escribir.
—ECP: En todo caso, tú
también has creado una Escuela de Escritura, ¿no es cierto?
—MB: Pero en ella se tiene prohibido enseñar escribir. Los alumnos aprenden a barajar cartas, bailar ballet o dibujar, pero nunca a escribir.
—MB: Pero en ella se tiene prohibido enseñar escribir. Los alumnos aprenden a barajar cartas, bailar ballet o dibujar, pero nunca a escribir.
—ECP: ¿Por qué?
—MB: Pienso que Mario Bellatin
desea que la mente del estudiante se abra, conecte con todos sus chakras y
puntos sensibles y emotivos para, ante todo, disfrutar creando. Ser capaz de
afrontar nuevas e imprevistas situaciones que tal vez, años más tarde, y cuando
se esté fuera de la escuela, provocarán que el futuro escritor opte por tomar
decisiones arriesgadas e inéditas o al menos se plantee la posibilidad de
efectuarlas. En cualquier caso, estoy convencido de que será una persona más
creativa y, probablemente, más preparada para tomar riesgos por sí mismo sin
depender de la opinión de los demás.
—ECP: Se ha llegado a
escuchar de todo sobre esta Escuela. Por ejemplo, que en una ocasión montaste
un ring de boxeo y obligaste a todos tus alumnos a luchar entre ellos para así
aprender lo que sería un combate y poder describirlo desde todos los puntos de
vista en un libro. O que durante una semana tuviste a varios de tus alumnos
barriendo y fregando las paredes de la residencia para mitigar algunos defectos
palpables en su concepción de la vida que, probablemente, le perjudicarían en su
futura carrera literaria.
—MB: No he oído hablar que
Mario Bellatin hiciera nada de esto en ella, pero podría ser cierto. De Mario
Bellatin se ha dicho de todo. Seguramente porque todos se imaginan quién es sin
distinguir, como dije anteriormente, entre aquello que desearían que fuera y lo
que es. Pero esto no le concierne a Mario Bellatin, cuya única misión en la
Escuela es romper el velo que impide a tantos jóvenes acceder a la revelación
de la experiencia artística y de la realidad y vivir una auténtica catarsis.
Por ello, Mario Bellatin organiza temazcalis en el patio de la residencia y
organiza partidos de voleibol, para que el aprendiz de escritor sienta que
forma parte de una comunidad a la que debe hacer, o bien pervivir o bien
destruir, transmitiéndole algo —el libro— que tiene esa potencialidad en su
interior. Mario Bellatin ayuda a la construcción de ciudadanos y artistas
libres. No de autómatas. Ni seres frustrados. Como tantas otras escuelas
—incluida aquella peruana— a la que fuera el escritor mexicano de chico.
—ECP: Pasando a otro tema,
pienso que, visto lo que propones, si es que he entendido aquello que
indicabas, no te complacerá demasiado hablar de ninguno de tus libros en
particular o los de otros escritores.
—MB: Depende. Mario Bellatin
piensa que hacer un recuento de sus libros según el sistema tradicional no
aporta nada ni a los libros ni a él ni, en el fondo, al lector. Acaso
únicamente información. Otro asunto son las sensaciones que nos transmiten. Hace
un tiempo, cuando escribió Flores,se encontraba en un estado melancólico
del que pensaba que nunca jamás saldría. Rememorar esos momentos le parece que
nos dice tanto o más de Flores que el libro en sí mismo, cuyo
significado ignora y, en definitiva, no importa. Porque lo que a él le interesa
de su literatura son más los estados de ánimo que transmite, los lugares
insólitos a los que te permite llegar que su contenido o finalidad. No hablemos
ya de su significado, que únicamente importa en cuanto puede provocar o
transmitir un sentimiento —generalmente de desesperanza o frialdad, pero no
importa del tipo que sea— u otro. Y en cuanto a los demás escritores, les
sucede algo parecido. Es capaz de citar líneas de memoria de ciertos libros de
Robert Walser o Mihail Bulgakov, pero olvidar su argumento. Le importan algunos
capítulos de muchos libros, así como investigar en las motivaciones que
conducen a un personaje a decidirse a realizar una u otra acción, pero le da
mucha pereza investigar otros asuntos relacionados con ellos, como el tipo de
narrador, desde qué lugar nos son contados o incluso qué es lo que cuentan. Le
interesa, en definitiva, la sensación que puede extraer de su lectura.
—ECP: ¿No crees que hay
algo borgeano en tu idea de la literatura?
—MB: Es probable. Aunque Mario
Bellatin desea aclarar que para él todos los libros no son el mismo
libro. Porque a Mario Bellatin le importan —repito— las sensaciones que le
provocan. Algunos le ponen rabioso, otros le transmiten frustración. Esto es lo
que le interesa de estos libros. Que pueden provocar un estado de ánimo
diferente en él, de la misma forma que saborear uno u otro alimento le evocará
diversas sensaciones que no tienen por qué ser siempre similares. Mientras
escribía Jacobo el mutante pasó una crisis de ansiedad de altas
consideraciones. Necesitaba estar solo, refugiarse en el silencio. Y, sin
embargo, cuando lo estaba terminando, comenzó a ir de fiesta en fiesta,
estallando en carcajadas y bailando sin cesar. Por ello, Mario Bellatin piensa
que para comprender este libro en su dimensión total hay que encontrarse en un
estado somático un tanto engañoso y ambiguo. Porque es solo así que se puede
disfrutar, pues —repito— para Mario Bellatin los libros no tienen significado
sino que son máquinas capaces de producir unas sensaciones u otras […] Todo
libro —como conocen los sufíes— tiene múltiples sentidos y significados.
Cualquiera de ellos, en ocasiones, puede ser válido y en otras, únicamente uno
de todos los posibles. Pero las lecturas de un libro pueden y han de ser tan
amplias que basar o, más bien, constreñir su sentido a un único significado, no
tiene razón de ser. Más interesante sería hacerlo teniendo en cuenta las
sensaciones que nos produce que multiplican aún más sus significados y le dan
un carácter personal al relato, cuyo sentido depende más del lector y de las
circunstancias que esté atravesando que de sí mismo. De todas formas, Mario
Bellatin no tiene reglas ni las ofrece para acercarse a los libros. Tal vez
mañana no piense como lo está haciendo ahora mismo. Lo que es seguro es que
ahora mismo no puede evitar acordarse de la sensación de debilidad y
desasosiego que sentía cuando escribía Perros héroes o de la carta
suicida que le escribió una anciana recluida en un asilo tras haber leído El
jardín de la señora Murakami.
—ECP: Por cierto, hablando
de El jardín de la señora Murakami, ¿qué hay de tu relación con Japón o
la literatura y arte japoneses?
—MB: Es nula. No existe. En
muy escasas ocasiones he podido terminar de leer un libro creado por un autor
japonés. Sin embargo, hay algo que me interesa de todos aquellos que he
comenzado a leer antes de abandonarlos: el sentimiento de angustia y agobio que
me provocaban. Esto me animó a intentar imitarlos. Me parecía una prueba de
resistencia así como un motivo sumamente interesante construir un libro para
provocar en el lector esa indescriptible sensación de vacío que me transmitían
muchos de los libros japoneses que leía. Y he de confesar que me divertí
bastante creándolos, lo que me sorprendió. Y me hizo redescubrir la literatura
japonesa, de la que quise formar parte de una u otra manera, por lo que El
jardín de la señora Murakami no se publicó con mi nombre en Japón, sino con
un pseudónimo nipón. Además, empecé a vestir con atuendos propios de este país
y a sentir una atracción morbosa por las sheikas que luego protagonizarían
varios libros míos —ya lo sabes— como El gran vidrio y Vigilia
Yazuka.
—ECP: Vaya, compruebo que
vuelves a hablar de ti mismo en primera persona.
—MB: Porque ha habido un
instante en que creías que yo era quien imaginabas que era.
—ECP: ¿Y quién imaginas tú
que eres?
—MB: A veces, siento que soy
un escritor, pero la mayoría de las veces Mario Bellatin se siente como un personaje
de un libro todavía por escribir, un libro que podría llamarse La risa
oscura, en el que el escritor mexicano terminara sus días dirigiendo un
monasterio situado alrededor de un frondoso bosque de abedules en el sur de
Japón.
—ECP: ¿Por algún motivo en
concreto?
—MB: Porque esto le hace
feliz. Como escribir. O, en ocasiones, fregar los platos o pasear. Y mirar el
techo tumbado en mi hamaca mientras acaricio a un loro que me traje de Jamaica.
El problema es cuando la escritura se hace un trabajo. Ese es el problema. El
estado burgués. Y no tanto el odio y la violencia. Por ejemplo, siento envidia
de Franz Kafka cuando confesaba que para él escribir era un tortura, porque
esto significa que toda su persona estaba implicada en esta acción y que aunque
deseaba dejar de realizarla no tenía más remedio —casi por imperativo divino—
que agacharse frente a los folios y pasar el lápiz por encima una y otra vez.
Para Franz Kafka, escribir era una tortura, y esto es admirable, porque no
había hecho de este ejercicio un trabajo, no se había aburguesado, que es lo
que me preocupa realmente. Por eso pienso que escribí El jardín de la señora
Murakami, para no aburguesarme. Porque sufrir y angustiarme son sensaciones
que me indican que estoy vivo o que Mario Bellatin no es uno de los muchos
robots que aparecen en sus libros. Me preocupa la pereza y la abulia —aunque
estas al menos son soportables— más que el odio, la fricción o la lucha, que
son motivaciones —sí, puede que tortuosas— para continuar escribiendo pese a
quien pese. A veces incluso a pesar del mismo Mario Bellatin, quien, cuanto más
odia narrar, más atrapado y fascinado se siente por los atributos de una
actividad que podría condenarlo al infierno.
—ECP: ¿Eres consciente de
lo que provocas en tu interlocutor o en el lector?
—MB: Hasta cierto punto. Mario
Bellatin es un invento creado por un mundo literario ávido de sorpresas,
estéril y que tiene como único condimento el vacío. Es por ello que tiene muy
en cuenta al lector y al público. Porque en un mundo tan gris, es necesario que
haya alguien que lo golpee, lo provoque y le irrite para hacerlo sentir vivo o
plantearse determinadas cuestiones que no pasan tanto por lo intelectual —ya lo
ha dicho— como por lo sensorial. Mario Bellatin es como esos poetas románticos
que morían por salvar la poesía y los libros míticos, mágicos de las culturas
legendarias. O una especie de Ali-Babá cuyo cometido fuera cortar uno de los
dedos a Scheerezade cada vez que ésta le contara una historia que no fuera de su
agrado al sultán de Arabia. Pero también puede ser Mario Bellatin un entrenador
de fútbol como Cicerón capaz de hacer discursos de mucho relieve. O un hombre
que se siente acobardado si le falta uno solo de sus perros o cuando en una
conferencia escucha que los asistentes allí presentes rasgan un folio en el que
puede haber grabada una frase de uno de sus muchos libros […] En cualquier
caso, he de dejar claro que Mario Bellatin no es un actor, pues siente en lo
más profundo de su ser que tiene una misión en la vida, escribir, y debe
cumplirla, y por ello está dispuesto a dar la vida o a pasar —como ha hecho en
tantas ocasiones— más de veinticuatro horas al día escribiendo para después
dormir y bostezar, que es lo que, en el fondo, desea que hagan todos sus
lectores cuando se enfrenten a sus libros, bostezar de aburrimiento, pues
considero que esto es sinónimo de inteligencia, ya que ni siquiera Mario
Bellatin sabe a qué se refieren unos libros como los suyos que pueden causar
tanto sopor como sorpresa y dolor y conseguir que, durante unos instantes,
podamos pasear sin resignación.
—ECP: Dicho esto, poco te
puedo decir. ¿Qué tienes que indicar a aquellos que te consideran un farsante?
—MB: Que tienen razón.
—ECP: ¿Por qué?
—MB: Eso no se puede explicar.
Se siente o no se siente.
—ECP: ¿Y cuáles son tus
sentimientos a este respecto?
—MB: Muy nobles, porque Mario
Bellatin respeta todas las opiniones, lo que también le permite decir su
opinión allí donde lo considere, aunque moleste, pues uno de mis objetivos es
vivir sin resignación.
—ECP: ¿Sabes que me
recuerdas mucho a un músico, Javier Corcobado, que respeto y admiro y tiene una
gran cantidad de fans en México? Tal vez te gustara escucharlo. Recuerdo los primeros
versos de una canción que no comprendo bien por qué me recordaron a ti: «No te
puedo entender, amor, / porque llegas a mi vida para quedarte». ¿Cuál es tu
relación con el amor, por cierto?
—MB: A Mario Bellatin no le
interesa el amor. Se sintió tan decepcionado tras su última relación con una
poeta checa que no desea que le mencionen este tema. En realidad, me extraña la
gente que cree en el amor. Yo quiero creer, pero no puedo. Si acaso, la única
manifestación que he encontrado a través de la que demostrar que tengo fe en el
amor es la literatura. Lo que sí le gusta a Mario Bellatin es experimentar con
todo aquello que puede provocar amor o a lo que la mayoría de las personas
llaman amor. Tal vez por sus desengaños, le gusta mirar al amor de reojo,
indirectamente, como si él no se sintiera implicado en el juego que
comprometerse con otra persona implica. De una u otra forma, esto queda bien
reflejado en mis libros. Mis últimas relaciones fueron tortuosas y tal vez por
miedo a volver a revivir los sentimientos que le causaron decidió que lo mejor
era prácticamente censurar este tema en sus libros. Sí. Hay muchos personajes
de los libros de Bellatin que tienen relaciones sexuales, pero en la mayoría de
los casos es pagando o en base a una relación contractual no explícita que no
implica compromiso entre las personas que participan de ella.
—ECP: Te preguntaba esto en
realidad porque tengo entendido que hace no mucho organizaste una especie de
exorcismo o performance pública durante una tarde en el parque Chapultepec y
debido a que únicamente se pudo visualizar ese día apenas hay información sobre
ella. Y se dice de todo. ¿Me podrías indicar en qué consistió?
—MB: Tras su último fracaso
amoroso, Mario Bellatin juró no entregarse a ninguna mujer y dedicarse por
entero a sus pasiones: la cocina, el automovilismo, la meditación, las artes
marciales y la literatura. La performance consistía en el juramento público que
realizaba Mario Bellatin de estar cinco años sin tener relaciones con nadie.
Una bruja veracruzana le había dicho que si conseguía este logro, encontraría a
la mujer de su vida pero debido a su dificultad, el escritor pensó que lo mejor
que podía hacer era un juramento público que entregó fotocopiado a todos los
presentes y firmó con su propia sangre. Luego varios brujos danzaron en
torno a un Mario que parecía estar sumergido en un trance del que nunca
despertaría […] Fue emocionante escucharlo leer con lágrimas en los ojos
aquellas palabras en las que afirmaba y aseguraba que no mancillaría su honor y
se comprometía a mantenerse casto durante los próximos cinco años. Cuando se
subió a su antigua motocicleta Harley Davidson escoltado por los muchachos con
los que solía viajar por todo México y partió, muchas de las personas que habían
estado presentes en el acto, derramaron muchas lágrimas. Alguna mujer —en
concreto, una anciana que había salido de un asilo únicamente para contemplar
este acto— lloraba en carne viva y clamaba a gritos por la salvación del alma
de Mario Bellatin. Luego le escribió una carta en que le comunicaba que se
suicidaría si no lo volvía a ver y que ella también se mantendría durante cinco
años casta esperando a unirse con el escritor a quien, en ocasiones, denominaba
mi delicioso lapán y, en otras, mi príncipe mágico.
—ECP: Impactante.
—MB: Pero algo muy natural en
el mundo de Bellatin.
—ECP: Entonces, realmente,
¿crees que a pesar de tu juventud has creado un universo propio?
—MB: La palabra joven es una
palabra bastante mal entendida, porque la edad no importa en cuestiones
artísticas. Importa la visión. Y Mario Bellatin la posee, como el resto de
personas. Lo que diferenció, sin embargo, al hechicero mexicano del resto de
sus contemporáneos es que él explotó esta visión, él se alimentó de la creencia
que los demás poseían de él y que les hacía deducir que tenía un universo
propio. En realidad, todos lo tenían, pero pocos estaban dispuestos a abusar de
él y desarrollar una personalidad y un mundo —solo en apariencia propio— a
partir de lo que se podría denominar —jugando a ser crítico serio— un consenso
“social” y “cultural” […] Lo que he hecho y continúo realizando, pero pocos son
conscientes de ello, es recabar varios de los conceptos de auto-promoción
artística establecidos anteriormente por Andy Warhol y desarrollarlos al límite
adaptándolos —obvio— a los parámetros de mi personalidad y esa absurda
actividad sin sentido, la literatura, a la que se suele dedicar el escritor
Mario Bellatin. Sucede que la mayoría de críticos que se dedican a la
literatura o bien no tienen la formación artística suficiente —puesto que
únicamente conocen los flecos del estrecho mundo literario— o si conocen a Andy
Warhol es de forma superficial. No han penetrado como lo hizo Mario Bellatin
hasta el fondo en sus enseñanzas para aprovecharse de ellas y ponerlas en
práctica. Mucha gente piensa en Warhol como un excéntrico profeta del arte
contemporáneo, pero si fue profeta es porque anunciaba realidades. Me sentiría
orgulloso de que alguien pensara que Mario Bellatin fue una de esas realidades
que auguraban el principio de una nueva época.
—ECP: Por esto supongo que
a Mario Bellatin le gusta jugar tanto con su imagen y no desprecia, sino que se
aprovecha, de los códigos consumistas y capitalistas por los que, aun
mínimamente si lo comparamos con otros espacios, también se rige la sociedad
literaria.
—MB: Exactamente. Buena
definición. El primero que lo intuyó fue Duchamp. Warhol dio un paso más allá.
Y yo pienso que Mario Bellatin se encontraría como algunos artistas del
pop-disco —véase el caso Lady Gaga y anteriormente Modern Talking o Milli
Vanilli— entre aquellos que han empezado a imponer este nuevo estado de cosas a
la realidad.
—ECP: Pero, ¿me puedes
explicar en qué consistiría exactamente este estado? Más que nada, para aclarar
al lector.
—MB: Aunque no es del agrado
de Mario Bellatin explicar ciertos aspectos o temas que deberían ser sabidos y
conocidos por una mayoría de personas, te diría que ese nuevo estado de cosas
se encuentra basado en tres aspectos fundamentales: 1) auto-promoción del
artista y su atractiva personalidad sin importar la obra realizada en sí misma,
2) el desarrollo de todo tipo de actos pseudo-artísticos que completan el
trabajo del artista y, en ocasiones, lo explican, lo redefinen o son más
importantes que éste y el tercero es un secreto. Lo ha de descubrir el aprendiz
de artista por el camino, pero es muy personal. Cada uno ha de encontrarse con
este último aspecto por sí mismo o volver a estudiar a Andy Warhol, pero te
diría que es dependiendo de cómo enfoques este último punto que conseguirás o
no el éxito. Si lo comprendes y lo sabes utilizar, ya es tuyo. Te lo puedo confirmar.
—ECP: Suena bien.
Centrándome en esta última parte de tu discurso, y ya terminando, ¿tú
consideras que has alcanzado el éxito?
—MB: Vivo de la literatura. No
es tan común como parece. Y lo más importante es que cuando me acerco a la
Escuela que dirijo en el Distrito Federal no tengo que tratar con escritores
sino con clowns, fotógrafos o corredores de medio fondo. Más que éxito, te
diría que siento alegría por haberme podido fabricar y construir una vida lejos
de los parámetros considerados como normales. Muy lejos.
—ECP: En cierto sentido,
toda tu personalidad, como tus libros, está demasiado lejos de estos
parámetros, por lo que es bastante normal lo que comentas. Lo que no es tan
usual es lo que te comenté antes: que hayas conseguido o al menos dado la
imagen de haber construido un mundo a tu alrededor a tu imagen y semejanza. Por
cierto, ¿y qué me puedes indicar de aquellos cursos que organizas de tanto en
tanto en que varias personas se reúnen para construir un libro?
—MB: Es otra más de las
dimensiones que ha desarrollado Mario Bellatin alrededor suyo. Y, en realidad,
otra de las facetas a través de las que está intentando atacar y acabar de una
vez con el concepto “romántico” de la literatura que todavía impera en general
en todos los ámbitos —universidad, librerías, lectores, críticos— relacionados
con este campo. Intento crear un texto entre personas anónimas que no se
conocían previamente y tal vez tengan escasos conocimientos literarios. Se
trata de demostrar que no existe la “musa” y que lo importante es el trabajo,
que con trabajo todos podemos crear textos literarios más o menos válidos que
luego, sí, habrá que pulir o desarrollar con fantasía e imaginación pero que,
en esencia, ya son legibles e incluso publicables. Todos los días se trabaja
durante horas y horas una idea. Cada uno de los discípulos que participa en el
ritual ha de trabajar durante varios días un texto cuya extensión no sea mayor
de dos páginas. Mario Bellatin intenta, en primer lugar, —y para ello da
consejos, ideas y realiza correcciones— que todos los participantes en la
celebración tomen conciencia de que si trabajan un texto durante horas y horas,
el resultado probablemente será bueno, porque la literatura depende más del
trabajo que de la inspiración […] En este sentido, no importa tanto el tema del
libro sino la visión desde la que se desarrolla. Como para la realización
final, es necesario que todos los participantes adapten sus escritos a los de
otros —como si fueran una orquesta musical— para dar armonía y relieve al
concierto. El director Mario Bellatin apenas es aquí una voz neutra que fustiga
la conciencia de los violinistas o golpea al contrabajo y las coristas para que
el espectáculo cinematográfico pueda ser disfrutado y asegure un mínimo de
calidad […] Para Mario Bellatin es una actividad bastante reconfortante porque
le permite tomar contacto con la realidad de la calle. Salir del castillo en el
que vive, medita y realiza sus entrenamientos en Viena y reencontrarse con el
pueblo y el público real que, de una u otra forma, siempre nos permiten la
regeneración. Es como una cura de desintoxicación del tabaco.
—ECP: Bueno. Finalmente,
decirte que ha sido un placer. Estoy muy satisfecho con los términos en que se
ha realizado esta entrevista. Tan sólo una cosa más. Últimamente estuve
introduciéndome en tu facebook y me reí mucho con tus entradas […] En muchas de
ellas apareces como un monstruo rabioso y feroz que odiase a la cultura
española. La acusas de poseer un lenguaje muy poco compacto y, por tanto,
difícil de utilizar para un escritor, a diferencia del inglés, de haberse
creído, como país, que formaba parte del primer mundo y, por ejemplo, celebras
la independencia de México no tanto por la liberación de muchos de tus
compatriotas sino más por lo que esto pudo suponer de afrenta y humillación
para el orgullo de los españoles. No creo que merezca la pena contestarte
porque es lo que buscas —además de, supongo, utilizando las premisas de Warhol,
volcar la atención en ti—, ni por supuesto enfadarse. Tú puedes considerarte
como quieras, pero no creo que puedas introducirte en el mercado anglosajón. Y,
sin embargo, en España estoy convencido de que tu público va a crecer y te será
fiel. ¿Qué consigues con todo esto?
—MB: Las palabras tienen una
carga emocional contra la que Mario Bellatin lucha. Él aspira a no transmitir,
a no dar significados. Prefiere lógicamente provocar interrogantes que
respuestas. Creo que mejor contestación no puedo darte. Siendo clemente.
—ECP: O justo. Como Carlos
V.
—MB: Únicamente puedo decirte
que las palabras despistan demasiado y yo intento que sean lo más certeras
posibles para inquietar. Depende del receptor su reacción, no de mí, porque yo
ignoro aquello que quiero decir. Mario Bellatin únicamente señala aquello que
consideraba que debía expresar, sobre todo porque nadie lo hace.
—ECP: Eso es muy
interesante.
—MB: Es como la atracción que
sienten muchas personas por mis libros o la personalidad de Mario Bellatin.
Parecen fascinados e interesados en conocerme, pero también se ofenden cuando
escuchan las palabras que el escritor dice. Esto puedo entenderlo, pero no lo comparto,
porque si se enfadan es que no han comprendido al escritor ni su obra, aunque
esto no significa que yo no sepa quiénes son ellos. Porque Mario Bellatin está
convencido de que todos los que se acercan a él lo hacen por determinados
motivos ocultos, latentes, que él refleja sin pudor. Por ello nunca diferenció
entre personas que lo admiraban o lo detestaban, porque todas ellas eran Mario
Bellatin y estaba convencido de que se interesaban por su literatura o la
repudiaban por un motivo oculto que nunca confesarían a nadie, ni siquiera a
sus hijos o esposos. Siempre pensé que mi literatura era una especie de
prostíbulo en el que todos podían introducirse y disfrutar, podían vivir sus
fantasías. No me parece justo que luego pretendas que estas no han existido. Yo
no las voy a decir, no es mi tarea, pero antes o después aparecerán en tu vida,
porque soy el espejo para que pongas a prueba tu salud mental y en qué consiste
tu enfermedad. Mario Bellatin no existe. Yo no soy nadie. Que quede esto claro
o confuso, nunca dependió de él. Es tarea tuya. Vuestra. Yo ya he entregado
demasiado amor.
—ECP: De eso no tengo
dudas.
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