miércoles, 26 de mayo de 2010

LA SANGRE BROTA...





Me gusta mucho el cine de Trapero. Junto con Lucrecia Martel, Daniel Burman y Adrián Caetano, es uno de los directores del cine nacional que más me atrae. "Carancho", sexto film, resulta contundente (aunque inferior a "El Bonaerense"). La sangre brota, y la sangre, lo percibimos con total nitidez durante la proyección, es sangre de verdad. No deja, sin embargo, de haber un dejo hollywoodense en algunos aspectos; a saber: a)- la elección de Darìn como personaje principal. b)- la construcción que hace Trapero del personaje.
A diferencia del personaje de Martina Gusman, el Sosa del actor fetiche del cine nacional me hace un poco de ruido. Debe ser cosa mía evidentemente: ni en Clarín, ni en los Inrockuptibles, ni en la revista de cine "El amante", los críticos hacen algún tipo de señalamiento sobre dicho personaje.
Trapero sigue llevando adelante un sistema de "denuncia contenida". La violencia -el mismo director lo reconoce- es algo presente en todas sus películas. Violencia entendida como el desacople entre lo que se quiere y lo que se puede. Y para ello, nada mejor que una forma precisa y feroz de construir las diferencias abismales entre aquello que se quiere (el yo movido por el ello) y aquello que se puede (el superyò fundante de la neurosis vital)
Trapero cuenta pero nunca se desboca. Ve y hace ver. Direcciona nuestra mirada sin pretender encorsetarla (hay acaso, algo mas difícil?). Y su película -sus películas-a diferencia de las de Martel (en donde brilla un intelectualismo puro), permite el disfrute a una audiencia más amplia, sin clausurar por ello la posibilidad de lecturas sofisticadas. Y es que, para no caer en snobismos, la buscada "profundidad" debe estar tanto en el objeto como en el sujeto, no?
A Sosa y a Luján no los une el amor, sino el espanto. Trabajan con el espanto desde puntos diametralmente opuestos. Ella desde el lado del bien: conteniéndolo, apaciguándolo; él desde el lado del mal: generándolo, lucrándolo, convirtiéndose en ese mismo espanto que genera, para luego pedir una sutura en la herida que le sangra sobre el asfalto de su ruta.
En la ruta también estamos nosotros, casuales espectadores de un accidente en la calle, de una sala de espera colmada y desangelada en un hospital, de pequeños campos de acción, con sus propias leyes. Un campo en donde, qué duda cabe, habrá más penas y olvidos.

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