miércoles, 23 de febrero de 2011

LA CONQUISTA DE LO INUTIL...




Si hay una cosa pude confirmarme a mí mismo durante mi estadía en Mar del Plata el pasado fin de semana, eso fue mi absoluta incapacidad para cumplir satisfactoriamente con aquellas tareas que, durante mucho tiempo, definieron el concepto de "hombre"; esto es solucionar problemas hogareños que involucren algunos conocimientos básicos de la electricidad, de la plomería y de sus derivados.
Sucedió así: estando en la casa de mi amigo (en el barrio Alfar), al querer enchufar el bombeador del agua, se produce un chispazo seguido de un humo: "se quemó el motor" es lo primero (y lo último) que se les ocurre a nuestras mentes analfabetas que, si de cargas energéticas se trata, podemos decir que está constituida por neutrones.
Concientes de nuestra inconsciencia en estos temas, vamos en ayuda de nuestro amigo capacitado: se trata de un ingeniero en electrónica, al que acudimos con fervor religioso de quien busca encontrar al santo padre.
Nuestro dios está por empezar a ver el partido de Rosario Central, por lo que, luego de escuchar nuestro relato de los hechos, decide cambiar el cable y probar de enchufar el aparato en su casa. Lo hace y salta la térmica. "Debe estar en corto el motor o el capacitor del bombeador", nos dice. Nos miramos con nuestro amigo. Comienzan nuestros problemas conceptuales. Resolvemos ir en búsqueda de una ferretería industrial, para ver si era viable la reparación y, caso contrario, averiguar de un nuevo bombeador.
Cargamos el muerto en el baúl del coche y partimos rumbo a Playa Serena. Llegamos a una ferretería. Mientras Nico entra en el local con el cuerpo, espero en el auto pensando en que, probablemente, por la noche tenga que ir a la casa de mi tío (el inefable Henry), a mendigar una ducha caliente para mi cuerpo.
Mi amigo sale y su frase es contundente: "hay que ir a ver al señor Olaf, que es especialista en bombeadores de agua". Encontrar al señor Olaf no es tarea sencilla, especialmente si no sabemos donde vive. Pero alguien sabe, y debemos dar con esa persona. La persona indicada que nos guíe, a través de un pueblo fantasma, a la casa de nuestro salvador verdadero.
En el mercadito del pueblo nos dan la estocada final para llegar a destino.
La casa de Olfar es la última de la cuadra, de la mano derecha. Al llegar al lugar no tenemos dudas: se ven muchos bombeadores por todos lados. Perros chicos y mal cuidados nos ladran mientras mi amigo se acerca a la puerta de la casa. Entonces aparece Olaf, que tiene nombre (y también aspecto) de personaje del señor de los anillos: es rengo, usa anteojos y tiene un pelo bien oscuro de dudosa autenticidad. Mi amigo, con el bombeador a cuestas, lo acompaña al interior del gallinero (la casa mejor dicho). Juntos proceden a la inspección del herido.
Al rato sale. Vuelve al auto con el cuerpo (el cadáver?). Al parecer Gandalf probó el motor y arrancó, por lo que quería quedarse con el aparato para examinarlo mas en profundidad, a lo que mi amigo se negó.
Volvemos entonces al Alfar, pasando por la casa de Henry, quien nos presta su bombeador y nos presenta nuevos vocablos de la familia de los eléctricos: "automático" y "bobinado" se suman a "capacitor". Le comento a Nico la angustia que me genera mi nula representación mental cuando suenan esas palabras. Nico se ríe: "yo tampoco me represento nada, para mi no sale del nivel conceptual".
Finalmente llegan nuestros salvadores reales: hermano y padre de mi amigo, quienes prueban el artefacto una vez más y, al quemarse un fusible (otra abstracción del mundo platónico para nosotros dos), comprueban que los cables del nuevo enchufe (empalmados por nuestro amigo ingeniero) estaban mal conectados!
No era el capacitor, ni el automático ni nada de eso; sólo era un simple cable quemado que había que cambiar por otro (por otro correctamente empalmado obvio)
Nuestro hombre fuerte de las ciencias duras -queremos creer que por una distracción del momento- se equivocó, lo cual, para dos bestias de la física y la electrónica como nosotros, puede resultar una lección alentadora. O no.
Lo importante es que no perdemos la fe en comenzar, aunque sea, a empatar la batalla contra nuestra fervorosa bestialidad.

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