jueves, 31 de enero de 2013

NOCHES BLANCAS...




Desde que volví (hace dos semanas) de mis vacaciones que no duermo de noche. Las primeras veces, apagaba la radio a las dos de la mañana al terminar el programa de Dolina y trataba de conciliar el sueño. Fue imposible. Me dormía recién al amanecer. Esas horas en el medio me resultaban de un enorme fastidio. Con el correr de los días dejé de preocuparme (por no poder dormir, no por las causas generan tal situación), así que decidí vivir (es decir, leer, pensar y escribir) de noche para luego dormir de día.
Hoy seguí de largo. Son las 2 de la tarde y sigo despierto, y -lo juro- no consumí nada (aunque si tuviera a mano no lo dudaría)
Escribí en mi cuaderno varias páginas de la novela que -tarde pero seguro- estoy lentamente dibujando a mano. Y es que en estos tiempos en que sólo se escribe a mano en los exámenes, la letra manuscrita -volcada sobre el papel- se vuelve un ser misterioso y endiablado como el de los dibujos de nuestra tierna infancia.
Después de leer, alternando los ensayos de Fogwill, uno de Sarlo, y los relatos del malogrado Bolaño, escribí hasta que -con las primeras luces del amanecer- sentí hambre.
Mientras comía algo, prendí la tv. Me encuentro con una película de terror. "La casa de cera". Algo había visto de esta película mientras hacía zapping alguna madrugada perdida.
El cine de terror apesta. Sin embargo, es interesante pensar los mecanismos culturales que se articulan en el género. Como por ejemplo, detenerse en los personajes. Está claro que el cine de terror (o por lo menos gran parte de su producción) es uno de los géneros en donde más claramente se ve "cuales son las vidas" por las que hay que asustarse, es decir, cuáles son las vidas que hay que proteger: la de hombres y mujeres jóvenes, lindos, blancos, heterosexuales. Y lo que es más importante: grandes consumidores. Es un género que no admite ningún tipo de densidad psicológica.  Un cine que sólo se propone testimoniar la sociedad que lo engendra, que -en clave de espanto- nos está indicando qué vidas hay que proteger y -cuando mueren- qué vidas son las que representan una pérdida social.
Termina la película y sigo despierto, Son las 7 de la mañana. La hora en que me estuve durmiendo desde hace una semana. Pero hoy no puedo. Me siento muy cansado, pero no duermo. Salgo a la calle, compro el diario (los jueves compro Clarín porque hace años que leo las críticas de cine de ese diario).Vuelvo. Pongo la radio y lo leo hasta las 9. Creo que ese debería ser el promedio de tiempo en una lectura necesaria de un diario: una hora. Salvo los días en que pasan cosas realmente importantes, si tardamos más de una hora en leer el diario -sobre todo Clarín- es que estamos perdiendo el tiempo.
Con página 12 o Perfil acepto un poco más de tiempo por el hecho de que salen muchas columnas de opinión, y algunas de son realmente buenas y hay que leerlas más de una vez para obtener con claridad las dos o tres ideas que se cifran en el texto.
Escucho en la radio una entrevista a un "especialista en marketing" dando consejos a las personas sobre como "venderse" en el mercado laboral.El tipo era una especie de manual de autoayuda, un perfecto estúpido que no paraba de dar "tips" (lugares comunes desde ya) sobre cómo mejorar nuestro "propio producto". Resulta interesante la idea de pensarse a uno mismo como "un producto". Si yo fuera guionista, me permitiría hacer una película de terror en la que el primer asesinado sea este imbécil...de no ser porque -de ponerlo en el lugar de víctima- tal vez no consiga suficientes fuentes de financiamiento para llevar a cabo el proyecto.
Así las cosas, me siento a escribir a las 2 de la tarde, todavía cansado, todavía sin sueño.
Sabiendo que mañana (y no el lunes) tengo que volver a la oficina a poner la misma cara de estúpido que -con toda seguridad- ponen los mismos especialistas en marketing o los héroes de las películas de terror para adolescentes. 



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