martes, 21 de enero de 2014

GRAVEDAD, CAER, FLOTAR...





Si la gente no puede valorar lo que hacemos, voy a llevar las cosas a un límite que haga que ya no lo olviden, y si para eso tengo que arriesgar la vida, voy a hacerlo.
Eso es Vedder. Yo, por el momento, no caigo desde columnas de 8 metros de altura; floto entre el papel, los ganchos, los membretes. Les asusta verme flotar. Los incomodo.  No caigo sobre los cargos; les mancho los papeles. ("hay un fantasma trabajando acá")
Y todo empezó por la ley. Por ir a buscar la Ley. Todo consiste en sentir la gravedad.
Pasaron muchos años; ahora me dedico a estudiar las inclinaciones de la balanza, su composición física y química (es decir, su historia), la ceremoniosa mediocridad de sus plazos morales.
Juego como un chico relacionando leyes y hombres y lloro como un chico cuando termino de jugar.
No gustan mucho mis juegos. Lo que no entienden es que si no me dejan jugar un poco, un rato cada día, podría llegar a perder mi carácter fantasmal y  morir atragantado con un hueso de pollo del tío Tony.
Para no morir ni atragantado ni aplastado por el peso del papel, entonces, me dedico a buscar algún conducto secreto detrás de los escritorios. Algún pasaje al cerebro de John Malkovich.
Claro que lo voy a encontrar.
Mientras busco, sigo viviendo bajo este cielo paradojal: queriendo recibir dinero por sentarme a leer, pensar y escribir, me terminan pagando por sentarme toda la mañana a hacer algo que -ellos creen- se asemeja mucho a leer, pensar y escribir, sin que esa actividad implique, en modo alguno, ni leer, ni pensar ni -mucho menos-escribir.





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