domingo, 10 de julio de 2011

PARIS ERA UNA FIESTA...








Medianoche en París es el tipo de película que me hace sumamente odioso el hecho de tener que abandonar la sala al término de la función. Y es que, finalizada la magia, nada del mundo real tendrá sentido por algún tiempo.
La historia de un viaje inesperado en el tiempo hacia el centro de la ilusión y el deseo de una persona (ilusión que, en este caso, muchos compartimos con el protagonista) es, en las manos de Woddy, una artesanía deliciosamente elaborada (no es eso, acaso, lo que hizo de la filmografía del neoyorkino un conjunto de elementos indispensables para entender las formas modernas de vida en la ciudad?)
Arte, historia, deseo y ciudad son los ejes que se articulan bajo el sello increíblemente amable que tienen sus películas.
Si hay una virtud, entre las tantas, que se le pueden atribuir a sus producciones es la de revestir la neurosis de sus personajes de un encanto arrebatador.
Para enamoranos de nuestra neurosis, entonces, están las películas de Allen.
Y es que... si no podemos con nuestro enemigo, qué mejor que aprender a quererlo, no?

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