lunes, 28 de noviembre de 2011

¡VIVAN LOS NOVIOS!





Según estadísticas recientes en nuestro país, en un mes hay más divorcios que casamientos.
Vale recordar los ingenios mentales de Fogwill al respecto, quien sostiene (sostiene y no sostuvo porque -para mí- no murió)que el divorcio esconde algo siniestro, ya que habilita a las personas a contraer nuevas nupcias, algo para lo que -claramente- no están habilitados.
Tuve este mes, sin embargo, dos casamientos el mismo día. Por un lado el de mi primo -psicoanalista y kirchnerista él- y por otro el de mi amigo marplatense -ingeniero y antikirchnerista él- radicado desde hace unos años -por cuestiones laborales- en nuestra ciudad de la furia.
Uno diurno, el otro nocturno. La inteligencia emocional y la inteligencia racional. Después de meditarlo (por encontrarse los dos en un pie de igualdad afectiva), decido asistir al casamiento en la ciudad feliz, por haber recibido formalmente su invitación con anterioridad al mismo evento con sede en San Telmo.
En la mesa confirmo algo brutal: el tiempo pasó. El promedio de edad en nuestro grupo de amigos ronda los treinta años. Tal vez, el hecho de vernos sólo en los veranos hace que mi incredulidad sea mayor ante la evidencia de que ya no somos adolescentes. El hecho mismo que nos convoca -un casamiento- es, en sí mismo, síntoma más que suficiente de la pérdida de la inocencia. No sólo eso: títulos universitarios, abandono del hogar familiar para emprender próximas convivencias, apuestas a nuevos trabajos para intentar consolidar una economía propia, y -lo más fuerte- experiencias propias de maternidad o paternidad.
Resulta interesante -entonces- ver cada caso particular. Pensar en los que -en principio- parecen haber llegado a las tres décadas de vida de una forma totalmente rupturista con la institución familiar que los cobijó hasta entonces (tanto desde lo material como desde lo simbólico y en este punto vale la pena aclarar algo evidente: si la ruptura no es también material, entonces no lo es completamente en términos simbólicos), así como también en aquellos en los que la ruptura es parcial (entre los que me incluyo).
Y si hablamos de rupturas, se me ocurre -en este preciso momento se me ocurre- que mas allá de la veracidad de lo expreso más arriba sobre la igualdad afectiva que me despiertan y el deseo de acompañar -de la forma que pueda- la felicidad de los novios, alguna lógica de ese orden -del orden de las rupturas- en el hecho de haber decidido finalmente asistir al casamiento de mi amigo y no al casamiento de mi primo en el que iba a estar presente mi familia (o la parte de la familia que todavía cree que corresponde inscribirse en esa catergoría).
En una salida anterior al casamiento, después del cine y durante la cena, mi primo -en referencia al lugar que cada uno va a ocupar en su fiesta- me dice: "es verdad, yo voy a estar sostenido en otro lado".
El sostén, entonces, lo encontré a 400 kilómetros, sentado en la mesa entre mis amigos de toda la vida, palpando lo que ya murió en ellos y lo que aún sigue vivo: aquello que fueron (que fuimos); esto que somos.
Y si hablamos de lo que somos, una perlita a nivel personal: antes del almuerzo, circuló entre los invitados una libreta en la que podíamos escribir nuestros deseos para con los novios; una vez escritas mis líneas, al momento de la firma de rigor, pude comprobar algo que venía dando vueltas por mi cabeza: la naturaleza indeterminada de mi firma. Nunca pude establecer una firma. Nunca pude firmar bien. Nunca supe cómo hacerlo. Y pienso en algo atroz; en la identidad de una persona que no sabe o no puede (lo cual es básicamente lo mismo) firmar aquello que escribe. En la intimidad de una persona cuya firma no fluye, que no es líquida, sino que choca y se incrusta como pieda sobre el papel. "Es algo que hay que practicar" me decía mi mamá desde su lógica ejecutiva del puro "hacer".
Pero sabemos que no es tan fácil. El "hacer", tal vez, duerma bajo otro techo. Sabemos, en realidad, que esa tarde -y las que vendrán- todo va a girar en torno a una palabra y su poderío demoledor: casamiento.

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