domingo, 10 de noviembre de 2013

CUESTIÓN DE (PURA) SANGRE...




En el día del "donante de sangre" voy al Hospital Británico para hacer honor a la fecha en cuestión. Es para un vecino que tiene que pasar por el quirófano para un trasplante de médula. Llego y lo primero que me preguntan es si desayuné. Le digo que no. La secretaria me dice que tengo que comer algo antes (¿cómo fue que se pasó de una exigencia rigurosa de 12 horas de ayuno o un desayuno previo obligatorio?). La mujer me dice "sacate un café y algo para comer de la máquina". Reviso la billetera y no tengo un sólo billete; sólo la tarjeta de débito. Se lo comento y le pregunto si tengo tiempo de ir al Mc Donalds. Me dice que no, que en menos de diez minutos me iban a llamar, y me da su llave de la máquina.
Desayuno entonces y, mientras termino al última galletita, sale una enfermera al pasillo y me llama por el apellido.
Revisa la planilla que había completado mientras esperaba. Me dice que me va a hacer una serie de preguntas de carácter confidencial a las que me pide que conteste con honestidad.
Pasan las preguntas, la mayoría repeticiones de las que ya había contestado por escrito. Me pregunta si me vacuné en forma reciente. Le digo que sí, que hace una semana me vacuné contra la Hepatitis B, pero que me dijeron que igual no era impedimento para donar sangre. La chica, muy joven. me dice que tiene que consultarlo. Se va y vuelve al minuto. Me dice que no es impedimento pero que hay que dejar constancia de ello en mi ficha, de manera que quede claro que el virus está en mi sangre por haberme dado la vacuna.
Hasta ahí todo perfecto. Pero después me pregunta si tengo pareja estable. Le digo que no. Entonces me pregunta si, en el último año, tuve encuentros sexuales con más de una persona. Le digo que sí. A lo que ella me contesta: "tengo que informarte que por ley, no se pueden aceptar donantes de sangre que contesten afirmativamente a esa pregunta".
Abrí los ojos con sorpresa. No esperaba eso. Esperaba que me preguntara si había usado preservativo en esos encuentros. Pero parece que da igual. No importa.
Me dice "gracias igual por venir". Me levanto, todavía inmerso en mi sorpresa, y me voy.
Camino confundido por el pasillo rumbo a la puerta. Estoy convencido de haber atravesado una situación totalmente vacía de sentido.
Mientras manejo de regreso a casa, el tránsito liviano del sábado por la mañana me permite ir armando ese vacío de sentido.
Me pregunto qué pregunta hubiera seguido si yo le decía que tengo una relación estable. ¿Me hubiera preguntado si además tengo relaciones con otras personas? ¿O eso lo evitan para no generar una situación incómoda? Y el caso que efectivamente esa fuera la pregunta y mi respuesta que soy 100 % fiel... ¿Cómo sé yo, y cómo saben ellos que son los que están preocupados por la "pureza" de la sangre a recibir, si mi pareja también lo es?
Pero le dije que no tengo una relación estable (lo cual, para la salud pública hospitalaria equivale, como para la iglesia católica, grandes chances de sangre sana y fiel), así que dejé la puerta abierta al mundo oscuro, al mundo de los sillones pegajosos de la promiscuidad.
No me preguntó si esos encuentros fueron con prostitutas (está claro que ahí hay un riesgo mayor), pero -lo que me parece más increíble- tampoco me preguntó si se usó preservativo.
La misma enfermera, al ver mi cara de asombro, se encargó de avisarme que era indistinto si había usado o no preservativo. Mi sangre es promiscua lo mismo.
Todo esto no hace sino poner de manifiesto contradicciones bastante importantes en lo que hace a la salud pública de una población.
¿O acaso no se machacó con la importancia del uso del preservativo como medio idóneo no sólo para prevenir embarazos no deseados, sino también el contagio de enfermedades de transmisión sexual?
Esta contradicción me parece mucho más grave que la del ayuno o no a la hora de donar. Mientras que le segunda es anecdótica y al común de los mortales seguramente nos importa muy poco el viraje que se produjo en ese sentido, la primera -en cambio- nos afecta a todos en tanto ciudadanos que -donantes de sangre o no- ejercemos nuestra sexualidad tanto como podemos.
Si el preservativo es menos confiable de lo que nos dijeron, entonces que el Ministerio de Salud salga a decirlo y a proponer otro método. Y sino que nos dejen donar sangre y ya. O que avisen que la donación de sangre sólo se permite en curas. Y no en todos. No en caso del padre Grassi por lo menos.
"Todos mienten cuando van a donar" me dice mi amigo médico cuando le consulto la situación. Si todos los donantes dijeran la verdad en cada una de las preguntas que les formulan en el hospital, los bancos de sangre tendrían una crisis que, a diferencia de la que sufrieron los grandes bancos que digitan el mundo, sería terminal: no habría Estado capaz de salvarlos. Mi amigo, finalizando la conversación vía mensaje de texto, me hace estallar en una carcajada: "además la mina una boluda, con los ojitos que tenés es obvio que la ponés seguido!"
Y si hablamos de frecuencia, resulta incómodo pensar que las políticas de salud pública que se instrumentan en una población van frecuentemente a contramano de la salud sexual de las personas individuales que la componen.
Pequeñas incongruencias de la vida cotidiana.



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