sábado, 16 de noviembre de 2013

EL PESO DEL PAPEL




Siguen los diarios del agente judicial. Mientras que papá me hace llegar un segundo "comunicado", en el que desarma (¡en tan sólo una semana!) su teoría de la naturalidad irrompible del vínculo padre-hijo para intimarme a abandonar mi tesitura en un plazo perentorio de 5 días y bajo apercibimiento de cambiarme la cerradura de la casa, yo -por mi parte- sigo mi trabajo en la trinchera que estoy armando en la oficina.
"Acá la jefa soy yo, no vos. La que da las órdenes soy yo." Me dice, con un ligero estado de desesperación, la secretaria. Continúa: "todo lo que hacés es para llevarme la contra". Sólo le respondo que esa es su forma de apreciar las cosas. Claro, al decirle esto le sigo llevando la contra. Trato de reforzar mis palabras con algunos ejemplos prácticos de cómo encaro mis actividades cotidianas. Trato de ejemplificar en mi favor, pero la mujer no parece convencida. Después de un rato, se termina calmando un poco y la escena termina con una frase que sonó más como una súplica que como una orden: "reconoceme como autoridad"(¿No fue ese, acaso, el pedido implícito de papá en su último comunicado, con la diferencia que él no apeló a la súplica, sino a la coerción más burda?)
Las palabras se empiezan a fusionar en mi cabeza, como una suerte de puzle mental: papá-secretaria-autoridad-subordinación-justica-LEY-identidad.
Empiezo a darme cuenta porqué siempre odié a la gente que -sin ser ellos hijos de puta- trabajan para verdaderas basuras humanas, sin la urgencia desesperada por romper ese vínculo a como dé lugar. Tal vez por que no todo el mundo tiene internalizada la figura de la subordinación con la figura del padre, por eso pueden distinguir entre un padre y un jefe hijo de puta.
Advertir esto no me hace querer reconciliarme con la estructura judicial ( es falaz reconciliarse con un amor que nunca existió), pero sí intentar no exigir por demás a las personas cuyas ordenes debo acatar.
No se trata de abandonar la batalla, sino de cambiar los objetivos y las expectativas. Durante años, la fusión que comenté entre esas dos figuras, me llevó a confundir en el ámbito laboral la exigencia de respeto -indispensable en todo vínculo humano sostenido en el tiempo- con la exigencia de cariño.
La batalla por el cariño es -justamente- la que resulta imprescindible escindir en los vínculos laborales. No me puedo enojar porque la secretaria cree que me tomé el día de estudio para cualquier otra cosa que no sea ir a rendir y me persiga por todo el tribunal para que le entregue el certificado. Durante mucho tiempo me afectó. Me angustiaba la idea de que no confiaran en mí.
En la oficina la batalla sigue, pero exclusivamente por aquello por lo que hay que pelear: el respeto. Desde mi casa -que no es mi casa- la batalla también sigue: ahora que provoqué el sinceramiento, lo que queda es hacerse cargo de la propia libertad. Sin patalear.
Pienso en la casa...y la casa es todo. La casa es el lugar físico que nos vincula con el mundo. De allí partimos y allí volvemos. Nada puede estar bien del todo bien si la relación con nuestra casa no funciona con la fluidez con la que funciona el ritmo circulatorio de la sangre (tomen nota de esto los agentes financieros que (no) nos otorgan los préstamos hipotecarios que les requerimos)
Y si hablamos de libertad, ya sabemos que es tramposa. Nos lo dijo la media verónica: "la vida es una cárcel con las puertas abiertas".
Y si hablamos de sangre, mi última figuración de la libertad me encontró -imaginariamente- pidiendo en el trabajo la semana de vacaciones que me deben para ir al festival de cine en mar del plata, a ver todas las películas que pueda y a tener sexo en la playa (y seguir haciendo de mi sangre un derivado del petróleo nacional y popular que me aleje de la sangre pura de mamis y papis, no cogiendo, sino haciendo el amor sobre la cama educada burguesa).
Pero esa figuración de playa y cine se vio detenida frente a los barrotes de la realidad: faltan dos compañeras en la oficina, y pedirme una semana en estas condiciones sería cargar sobre la espalda de mis compañeros con todo el peso de la burocracia de fin de año. Y el papel pesa. Hay edificios judiciales que fueron declarados en emergencia edilicia por que, según los expertos, comienzan a hundirse por el peso del papel.
"El peso del papel". Me gusta para el grupo de palabras. La puedo agregar a mi puzle.




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