sábado, 30 de noviembre de 2013

HUMOR VENGADOR...



“La gente no tiene proyectos. La gente es hoy”. Malena Pichot, esa cheta que siempre habló desde las coordenadas de cheta, dice que nunca supo lo que iba a hacer de su vida cuando a los 18 se anotó en Letras. Cuenta la leyenda que Campanella vio sus videos de mina dejada, en bata, flores de Bach, y la llamó para El hombre de tu vida. Ahí  ella cuela unos cuantos hilos de acidez en la piel de una maestra ploma. Aquel novio que involuntariamente la transformó en la Loca de Mierda, cuando ella le moqueaba por teléfono, ya fue.  Además de participar en la segunda temporada del ciclo del cineasta, como guionista y figura que sigue rompiéndole el corazón a Francella, se la pudo ver en el debut de El donante, también en la noche de Telefé. Y acompaña a Gillespie dos veces por semana en la Rock & Pop. El horario de la primera mañana le parece casi una maldad, pero lo aguanta estoica porque trabajar con el trompetista es un placer, dice: imposible pasarla mal. Y se afianza –¿algo más?– en el Velma Café con Campa-Pichot, en donde baja línea. Eso es, cuenta orgullosa, lo que mejor le sale con el humor. Allí les pega a las mujeres pero también a los hombres. En rigor, posa su mirada cítrica –¿cínica?– sobre las relaciones, que pocas veces gozan de buena salud.
 
–¿Cómo estás viviendo este presente?
 
–Es un poco raro cómo se dieron las cosas. Parece una frase estúpida pero la verdad es que lo vivo día a día. Me da un poco de impresión ver cómo te puede cambiar la vida, hacer finalmente lo que querés.
 
–¿Qué sentís ante la repercusión de “Cualca”, el segmento de Duro de Domar?
–Me da mucha satisfacción. Creo que funciona a nivel contenido, pero además es de mucha calidad estética. No es “ponete una peluca y hacé chistes”. Para hacer cada capítulo, estamos ocho horas. El equipo, que son actores del under, funciona muy bien, y en el intercambio nos enriquecemos. La verdad es que nadie se enfureció hasta ahora. Son todos elogios.
 
–¿Cuál es tu límite, Malena?
 
–Es el que tengo con mis amigos, hablando barbaridades y tomando birra. La muerte cercana es mi único límite. Si alguien murió ayer, hoy no voy a hacer humor con eso, pero mañana sí.
 
–¿Y cómo manejás las restricciones que todo medio impone? Porque dedicarte al humor no es estar entre amigos…
 
–En realidad, el límite siempre es externo. Pero, ¿qué pasa? Si no transás, no podés hacer nada. No te podés dejar llevar por pelotudeces. Como todo es machismo, no podría laburar. En Duro de Domar, por ejemplo, me siento muy cómoda.
 
–¿Creés que a veces te pasás un poquito?
 
–No, al contrario. Me parece que cada vez menos.
 
–¿Tenés miedo de dejar de ser graciosa?
 
–Sí, es un miedo que está siempre, que un día no te salgan más las cosas. Ponele: cuando me di cuenta que con la Loca de Mierda no tenía más para decir, se terminó.
 
–¿El humor sirve, como muchos dicen, para desdramatizar?
 
–Sí, totalmente. Si en el día me peleé con alguien y a la noche pude hacer un chiste sobre eso, ya está. Una amiga vivió una situación de violencia obstétrica con su parto y en “Cualca” tomamos  eso para hacer humor. Cuando vio el skecht en donde se ridiculizaba al médico, sintió que la tragedia personal había aflojado. A mí el humor me sirve para vengarme de las injusticias.
 
–Mucha gente que se dedica al humor en teatro afirma que es impagable el cara a cara con el público, pero que a veces se le hace cuesta arriba el costado rutinario que conlleva.
 
–El que dice eso es un hijo de puta. Además, muchas veces lo que es gracioso en la vida real, en el teatro no lo es. Con la gente te conectás, te das cuenta qué cosas funcionan. Obviamente que cada vez que tengo que salir de mi casa para ir al teatro me da mucha paja, pero cuando estoy ahí, es un goce total. El teatro ni en pedo es un trabajo.
 
¿Cómo reaccionás ante el reconocimiento en la calle?
 
–Yo me doy cuenta quién sabe lo que hago y quién no. Y me da bronca que me pidan fotos o autógrafos minas que después me preguntan cómo me llamo. Lo mismo me pasa con una mamá que me pide una foto con su nene de seis años. A ver: no soy Flavia Palmiero. Y no tengo problema en decírselo en la cara.
 
–¿Y cómo te parás frente a la política?
 
–Me cuesta ponerme la camiseta. Esa cosa que tiene acá la política, partidaria, tan futbolera y pasional, me genera desconfianza. No hay un partido al que le pueda dar bola, y eso que vengo de donde hay mucho militante, de Puán (N.deR.: al 600 de esa calle, se encuentra la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA). Prefiero ver la política desde la conciencia de género, trabajando sobre la violencia…
 
–¿Y qué pensás de la agenda, en ese sentido?
 
–Te puedo decir, por ejemplo, que Macri me da asco y que ciertas decisiones del gobierno nacional están buenas: la asignación universal por hijo, el matrimonio igualitario, la ley de identidad de género. Pero soy pesimista respecto al tema del aborto.
 
–¿Por qué?
 
–Porque el hombre sigue teniendo mucho poder, tanto, que se puede transformar en mujer pero la mujer no puede decidir sobre su cuerpo. Y las feministas a veces no ayudan mucho. El feminismo está mal marketinado, como los partidos de izquierda. Se suele perder en muchas especificidades, en pajas intelectuales. A veces, algunas feministas, no le hablan al pueblo.
Sobre su nominación como Revelación en los Martín Fierro se explaya y nos dice: “El Martín Fierro es algo muy argento. No lo viví como algo trascendental, de gano o no gano, sino como algo divertido. Hay gente que se muere por ganarlo. Es raro, porque es el resultado de la decisión de un grupo de personas”, explica.
 
–¿Pero te esperabas la nominación como Revelación?
 
–Era previsible, porque el rubro generalmente toma las figuras que de alguna manera resaltaron. Me dijeron “Seguro que quedás nominada” y me fui haciendo la cabeza.
Finalmente, Paula Kohan se quedó con la estatuilla y Malena mostró una sonrisa políticamente correcta ante la siempre oportuna cámara cazaperdedores. Labios rojos y traje de Evangelina Bomparola. Quizás sea para otra ocasión el muñeco raro, “el Star Wars inconseguible” y el discurso bardero pero edulcorado. Eso sí: nada de un saludo a mi mamá que me apoyó siempre. Esa noche en que perdió Malena no paró de tuitear.

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