jueves, 28 de octubre de 2010

Y UN SENSUAL ABANDONO VENDRA...




"Murió Kirchner" fueron las primeras palabras con las que mama se dirigió a este blogger ayer al mediodía, cuando, recién levantado, me sentaba a la mesa a comer con ella, mi hermano y su mujer. Había pasado toda la noche en la casa de una amiga, por lo que mis sentidos se encontraban totalmente nulos de perceptibilidad.
Me quede en silencio. No hablé ni pensé sobre el asunto. Alguien más lo hizo: "ahora sin este tipo el país va a mejorar mucho" sostiene Regina(si es que la palabra sostener se puede aplicar a alguno de los enunciados que parten, despavoridas, de su boca), para luego continuar con un archiconocido como detestable latiguillo: "esta es una falsa democracia, yo prefiero a los militares". Para cerrar el certamen ( o mejor dicho,para cerrar mi participación en esa mesa, porque, ya estando este cuerpito a salvo de tanta putrefacción ideológica, la muy guarra siguió adelante con su ebrio derrotero mental), dejó de lado sus apreciaciones políticas (nada inoculadas sobre un fondo blanco, no?), para lanzar el frutillón del postre sobre la mesa; sin dudas una aguda observación sobre las problemáticas -individuales y sociales- en las que nos encontramos inmersos: "el problema que tenemos nosotros -aseveró mientras revoleaba los ojitos- es que vivimos en Lanús. Acá la gente tiene mucha maldad. En cambio, un amigo, que vive en Belgrano, me contó que allá se vive diferente. Allá podés sacar a pasear a tu perro de madrugada con total tranquilidad. Y si va un chico lindo a bailar las chicas no se le tiran encima como en los boliches de zona sur". Terminadas estas palabras me retiré de la mesa, pensando en que tan lindo no debo ser, teniendo en cuenta que las chicas del sur no se me tiran encima cuando voy a los boliches cargados de hormonas afiebradas que abundan por estos pagos.
Me acuesto a seguir leyendo "Ebano" de Kapuscinski. La tarde transcurre con tranquilidad mientras paseo por África. En Argentina, en Belgrano pero también en Lanús, Kirchner está muerto. No puedo, no sé cómo elaborar algo con respecto al tema. Pero alguien más murió: mi tío Roberto. La noticia me llega a través del llamado de mi prima uruguaya. Llamo a mi primo y arreglamos para encontrarnos. Mientras me ducho, algunas lágrimas se fusionan con el agua que cae a mis pies. "Voy al velatorio de un tío que no conozco" pensé. Pero la muerte, lo sabe Clarín pero no lo sabe mi viejo, redime. Dignifica.
Mi tía me pide que hable con mi papá y no puedo hacer otra cosa más que apenarme por ver, en sus ojos, la tristeza ante la imagen rota de la hermandad en el momento en que las sombras cubren las caras del viejo álbum familiar que caerá, irreversiblemente, en los agujeros del tiempo.
Los velatorios no dejan de ser un lugar de lo más extraño. El dolor siempre está, pero nunca, nunca, lo cubre todo. La vida, incluso allí, incluso rodeando al féretro y las lágrimas que lo mantienen siempre húmedo, se abre pasado entre los que están, todavía, de este lado: se conversa, se hacen bromas, se intercambian anécdotas banales e incluso se generan fantasías (sexuales o conspirativas) con los presentes que nuclean al muerto que nos convoca.
Me voy. Nos vamos. Comemos un pancho en la estación y nos tomamos el tren.
Llego a casa y me acuesto a medianoche. Y pienso en Martita, en su abrazo emocionado al verme, y pienso en Kirchner. Murió como un padre, tal vez, de la única forma en la que uno está obligado a irse de este mundo.

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