miércoles, 12 de enero de 2011

DIARIO DE VIAJES...





Primer semana de vacaciones en la ciudad feliz. Mis primeros días transcurren en la casa del centro de mis amigos de toda la vida: Nicolás y Agustín. Nico sigue igual: un ingeniero en informática devenido estudiante de filosofía y profesor universitario; un hombre de 30 años conformado por tres chicos de 10. Agus también sigue igual: esquivo a los libros universitarios, invierte su sangre joven en impulsar el negocio familiar de toda la vida (casa de repuestos de autos wolkswagen). Es por invitación de Agustín que acepto continuar mi estadía en su casa del barrio Alfar (ese pequeño barrio de sal del que nunca debimos habernos ido).
Nada cambió ni cambiará en este refugio veraniego. Las calles eternamente de piedra, los chalets bajos -muchos también de piedra- con techos de tejas, el verde de los terrenos, la ausencia de Internet (esta ausencia es definitiva para entender la relación del barrio con el tiempo y el espacio y el porque de mi enamoramiento permanente), "Gobi" (el mercado del barrio) y "Géminis" (el único espacio "nocturno", destino obligado para sentarse bajo el cielo silencioso a tomar una cerveza mientras vemos como los sapos saltan lentamente a través del pasto).
Nada de boliches. Nada de centro. Ni casino, ni Alem, ni Peatonal, ni Montecatini, ni Manolo. Volví a mi adolescencia, cuando no salía del barrio por que la minoridad me lo impedía. En la playa alterno; un poco pública, (donde me esperan Vivi y Hugo para jugar al voley, personajes ilustres del barrio si los hay) un poco playa privada (en donde me espera mi tío henry y mis primos de inevitable orientación macrista).
Mis tardes en la arena me abruman un poco. No tanto por la exposición al sol (del que me cuido con abundantes cremas)sino por compartir la cohabitación con infinidad de seres moldeados en exterioridad. De lo que se trata, siempre, es de mostrar el trabajo realizado en el gimnasio durante todo el año. Esos mismos cuerpos, moldeados según las reglas de la estética, son los que concurren (desesperados) a los lugares -tanto diurnos como nocturnos- que la modernidad dominante les indica como propicios para satisfacer sus deseos tanto sociales como sexuales. Gente que busca gente. Mucha -muchísima- gente que busca fundirse con mucha -muchísima- gente.
Mi alfar querido (mi barrio y mi hotel) funciona, hoy más que nunca, como vía de escape de las formas modernas de felicidad joven que se presentan como inevitables.
Lo único insoslayable para mi sigue sigue siendo un libro (o dos), un barrio despejado con sueños de piedra, un cielo abierto lleno de estrellas que iluminan el andar moroso de los sapos, compartir el silencio con algunos pocos buenos amigos mientras ponemos la mesa y... la llegada de una sola flor.

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