lunes, 15 de octubre de 2012

30 SON MEJORES...


Hoy cumplo treinta años; no estaba en mis planes (¿pero qué había en mis planes?) Durante muchos años creí tener un pacto secreto con el tiempo, alguna especie de contrato con cláusulas exclusivas que evitaran este tipo de incordio, simplemente que corrieran el calendario de mi camino. Que los años sean para los otros, para los que ya los tienen.

Ahora, que cumplo treinta años, a diferencia del Indio Solari, sí se que lo soné: con los ojos ciegos bien abiertos. Y me siento a escribir, tal vez menos ciego que antes, algunas cosas que descubrí.

Descubrí, tarde, algo más insospechado aún que el paso del tiempo; que las mujeres (mujeres concretas, con nombre y apellido) se podían enamorar de mí y que yo nunca pude sentir lo mismo, esa vulnerabilidad ante el otro, ese estado de perdición.Entonces, a las mujeres con nombre y apellido, sólo las quería. Al principio las quería a ellas, luego, una vez que el tiempo se encargaba de limar en mi cabeza su imagen, la relación sólo se sostenía por mi goce ante el  deseo por mí. Enamorarse no de lo que el otro es, sino de su deseo. De su deseo por uno. Puro narcisisimo.
Visualizar esta situación me hace tener en claro que no puedo sostener una relación por frases como "con vos me siento completa" o "creo que sos único para mi".
Cuando estamos solos y no lo deseamos, y lo sufrimos, la pauta para ver si el otro (el que ya no está) debería estar ahí con nosotros es pensar cómo nos sentiríamos con esa persona, con su presencia no sólo en ese momento de urgencia, sino en nuestra vida. La diferencia está en que si el deseo del otro aparece sólo en su ausencia, entonces, no hay un deseo de ese otro que ya no está, sino un deseo de un otro que no conocemos y que -tal vez- nunca conoceremos.

Durante algún tiempo clasifiqué a las mujeres en putas, locas o boludas,  sin que una categoría excluya a la otra pero sin la posibilidad de aceptar nuevos modelos. Descubrí, también tarde, que esa etiqueta que tenía preparada me servía para cubrirme de tener que entenderlas y entenderlas a ellas (hacer ese intento) implicaba -también- un intento por ver qué había dentro mio: en mi sexualidad, en mi afectividad, en mi desnudez frente al otro.

El elogio típico que recibí de una mujer -desde muy chico- fue por el color  claro de mis ojos o por el largo de mis pestañas; sin embargo, fue una compañera de facultad la que -hace algunos años- me dijo algo que me pareció la cosa más linda que me podían decir:  que me imaginaba siendo un buen padre de una nena. Nunca lo olvidé.

Cumplo 30 años, y tengo algunas cosas: algunas mínimas comodidades obtenidas gracias a  un título universitario al que respeto pero que no me representa, también la mitad de otro título al que -quizá- nunca le agregue su media naranja (y tal vez no haga falta), un cuento publicado y algunos viejos escritos en vías de reparación, una pila de libros y películas que -de los 20 a esta parte-atravesaron mis sentidos para volverme otra persona, una segunda casa (el Alfar en Mar del Plata), un puñado de amigos que me protegen de mi propio dogmatismo, de mi propia gravedad.
Tengo también una familia particular, tramada por pocas voces y muchos pactos de silencio: "una familia a novelar".

Aprendí que no puedo conectar realmente con los otros, con el mundo, si no es a através de la palabra escrita: de esa necesidad (histórica por otro lado) surgió este blog. Nunca tuve buena oratoria, cuando hablo y quiero explicar lo que pienso de algún tema,  me atropellan los pensamientos que circulan por mi cerebro, me cuesta mucho ordenar las palabras que se acumulan en mi boca y se terminan produciendo -por congestión- silencios abruptos. Como si alguien me hubiera apuntado con el control remoto y apretado el "mute".

Y tengo, finalmente, un puñado de experiencias sensibles: varios recitales y obras de teatro que me marcaron íntimamente,  una terapia de varios años cuyos fragmentos conocidos erizan la piel de mis amigos "psi" pero que yo -en mi fuero íntimo- rescato de la hoguera; no rescato al tratamiento, o por lo menos, no a la totalidad del mismo, sino a la persona. Sólo puedo decir que ojalá todo el mundo tuviera una experiencia como la mía; no a nivel profesional, sino a nivel humano. Ese tipo de experiencias -ahora lo sé- justifican nuestra existencia.

Cumplo 30 años y cuando le pregunto a alguien: "¿tenés algún referente?", ¿admirás alguna persona?, una cara de sorpresa acompañada por un "no" como respuesta puede ser determinante para mí.

Cumplo 30 años, y -me doy cuenta- sigo en la tarea que (tal vez) nos concierne a todos: la de pensar en un "nosotros" sin soslayar el espacio que se debe ocupar como sujeto y que sólo se aprenderá a ocupar mediante el proceso que implica vencer los obstáculos que no nos permiten querernos a nosotros mismos.

Cumplo 30 años, y creo no haber leído la letra chica en el contrato que alguna vez -en sueños- firmé con el tiempo.











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