miércoles, 31 de octubre de 2012

11-N


 
 
Un amigo -más internatura que yo, desde ya- me cuenta que, a través de facebook, se está organizando una reunión (la primera en doce años) de ex-alumnos.
Parece ser que, luego de un intento fallido hace algunos años, alguien no pudo soportar con su sólo cuerpo la nostalgia de los años felices compartidos allá en el tiempo, por lo que encendió la mecha y tiró el explosivo en la red de redes.

Mi amigo me comenta que ya hubo varias adhesiones a la propuesta y pregunta si estoy interesado. Lo pienso…y sí, estoy interesado. Ahora sí tengo la curiosidad que no tuve durante todos estos años. Y es que, por una cuestión de la edad que me acaba de saltar encima como un gato (los treinta), me resulta interesante registrar qué es lo que permanece y qué es lo que ha cambiado en mis compañeros. Es una edad en la que uno está en viaje; en tránsito hacia algún lugar: para algunos más, para otros menos desconocido.
Me miro en el espejo y miro a la gente de mi edad y me doy cuenta que –prestando atención a los rasgos, y con un poco de imaginación- se puede ver –en una misma cara- tanto al adolescente que se esfuma como al hombre que asoma. Y eso sucede porque el rostro –como los deseos y temores que circulan por nuestras cabezas- se encuentra en pleno tránsito, en pleno movimiento. Hay algo de ese viaje inicial que se conserva y hay –también- algo que se perdió en el camino y que aparece –entonces- como ausencia irremediable.

Y esto –creo-  nos pasa ahora: a los 30; no a los 40 o 50. En 10 años tal vez no resulte tan rica la experiencia; no por lo menos en los términos en los que planteo su atractivo: alrededor de la idea de “viaje”, en el cual uno –por haber sido un incipiente compañero de ruta en algún momento- puede detectar lo que permanece y lo que aparece en el otro.
Sin marcas de reconocimiento (que en un principio se localizan en las caras y los cuerpos, desde ya), vendríamos a ser –por lo menos durante la primera reunión- señores y señoras: perfectos desconocidos que jamás hicieron las locuras que tantos dolores de cabeza causaron  a muchos durante el secundario. Que jamás fueron inmortales por un puñado de años.

Para volver –por una noche- a mi inmortalidad, es que me interesa participar del evento.
Participar del 11N de la 46 A.

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