Una delivery de incongruencias al servicio de la dama que cuelga del hombro de la cartera o de la billetera en la que duerme, junto a roca y belgrano prensados, el caballero suburbano.
jueves, 10 de junio de 2010
EL OTRO CIELO...
Perdí la noción del tiempo. No recuerdo cuando me trajeron. Tampoco sé si algún día me dejarán ir. Me mantienen en una pequeña habitación en cautiverio. Estoy aislado, solo. Mis horas se pierden en el laberinto de los días, y mis días son una nube gris que se desploma sobre el horizonte.
Hace mucho que no veo el cielo. De chico era capaz de pasar toda una tarde tirado sobre el pasto, con los ojos vidriosos, llenos de un azul profundo. Me dejaron sin cielo, y sin esposa, y sin hijo. Y no les importa.
El cuarto no tiene ventana. El contacto con la realidad está sólo en mi cabeza. Estando encerrado, la realidad me rodea pero no me toca. Yo tampoco puedo tocarla, ni sentirla, solo proyectarla a través de los muros que delimitan nuestra existencia. Los latidos de mi corazón son débiles, como pequeñas gotas de lluvia que me acarician el pecho. ¿Qué habrá pasado bajo el cielo de mi mujer, bajo el cielo de mi hijo?
Me dan inyecciones para mantenerme dormido. Me alimentan cuando quieren y como quieren. Me maltratan, me golpean, me humillan. Se ríen de mis palabras. No les importan mis argumentos. No les importa que les diga que mi familia me necesita a mi lado, que mi hijo es un ser especial, que les asegure una y mil veces que no tengo los recursos como para pagar lo que piden por mi rescate. Vender el alma al diablo tampoco alcanzaría para que me devuelvan la libertad que me robaron. Parece que no me creen, que no me escuchan. Para ellos no existe la dignidad, ni mucho menos la piedad. ¿Qué hay en su cielo?
Me siento perseguido, atormentado, y me pregunto cuánto tiempo más podré soportar esta situación. ¿Y cuanto tiempo más lo podrá soportar mi esposa? ¡Y mi hijo! Me desgarra el alma el hecho de ponerme en su situación. La impotencia que significa tener a la persona más querida privada de su libertad y no poder hacer nada para ayudarla, debe ser sin duda una de las experiencias más desesperantes por las que pueda atravesar un ser humano.
Hay días en los que siento que mi cabeza va a explotar. Veo a las nubes, enormes, iguales al algodón, pasando junto a mi cuerpo. Me acerco a una nube y le hablo de mi hijo, y le pregunto si sabe algo sobre él, si lo aceptaron en el colegio a pesar de su diferencia, y si la Sra. Elvira lo llevó al zoológico a ver a los monos, como le había prometido antes de que enfermara su hija Mabel.
Lo quiero mucho a mi hijo. Cuando salga lo voy a ir a visitar. Le voy a comprar los chupetines que la madre no le deja comer, y lo voy a llevar a la plaza, y le voy a enseñar a ser un hombre de bien.
A pesar de su cabeza, juro que va a ser tan buena persona como el padre. Un gran hombre con una gran cabeza de mono. Va a estudiar, y va a trabajar en un oficio provechoso para la comunidad, y nunca lo van a perseguir. Va a vivir tranquilo, como debe vivir la gente decente, y va a tener la suficiente inteligencia como para adaptarse a las personas a pesar de su diferencia, y su cabeza de mono no será obstáculo alguno para que se enamore y se case y tenga hijos y sea feliz. Entonces su cielo será casi tan hermoso, casi tan intenso, como el que está en este momento junto a mí. Lleno de estrellas y de nubes que parecen bailar al compás de mis pensamientos. Y cuando le digan que se saque la máscara se reirá con ganas.
¿Te acordàs de papá Julio? ¿Te acordàs de la última mañana que lo viste? Yo sí me acuerdo, me acuerdo como si fuera hoy; estabas ahí, si, acostado en la cama del hospital, con tu enorme cabeza agitándose para todos lados. Y después, al salir del hospital, el ruido del frenazo de un coche, dos hombres que se bajan de golpe, y antes de que te dieras cuenta, vos estabas acariciando el cielo, y tu papá simplemente desaparecía.
Pero no te preocupes Julio, que no me olvido de tu cielo. A mis secuestradores no les puedo hablar de tu cielo, Julio. No lo entenderían.
Sólo me queda esperar.
¿Cómo está mamá Julio? ¿Sigue usando esos perfumes caros que le regalé para nuestro aniversario? ¿Sigue sonriendo cada vez que Rubén le dice, con aire pícaro, lo bien que le queda la blusa azul que se compró en oferta?
Te extraño julio. Extraño tu cabeza también. En mi cielo no hay cabezas de mono tan lindas y peludas como la tuya. En un rato pasarán las zebras, Julio. Y la luna se llenará de yeguas que patinan y de sueños que se inventan y se pierden en la inmensidad del mundo.
A mamá le gustaba el arco iris. Le gustaban las tardes de lluvia suave, los mates con los tíos los domingos, despertar con el diario en la cama. Y verte crecer. Pero un dìa te caíste Julio, ¿te acordàs? Te pegaste la cabeza muy fuerte contra el piso mientras jugabas a la pelota. No me hiciste caso. Te había dicho de los peligros de jugar con chicos más grandes que vos, y no me hiciste caso. Mientras te subían a la camilla en la ambulancia un médico se horrorizó por tu cabeza. Vos, al borde de perder el conocimiento, le dijiste que tu cabeza no te importaba, porque en tu cabeza había otro cielo, y ese cielo estaba cerca.
Vos no lo viste Julio, pero mamá y yo lo vimos mientras ella me cebaba un mate: el hombre que manejaba la ambulancia también tenía cuerpo de hombre pero cabeza de mono. Igual que vos Julio. Igual que vos.
Y ahí empezó todo. Tu sufrimiento y el mío, y el de mamá, que seguro ya no ceba los mates tan rico como antes.
Esperame Julio, no te vayas, esperà que escucho ruidos en la puerta. Deben ser ellos, siempre ellos, siempre con su sonrisa malvada, vistiendo de blanco,con su inyección preparada, listos para ponerme a soñar con el cielo azul.
Esperame Julio, no te vayas, esperame vos a mí, esperame en el cielo, que ahora voy.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
tengo que decir que este escrito me gustó bastante. medio reiterativo en algunos pasajes, pero la verdad es que logra muy bien poner el ambiente necesario para que el lector sienta lo que el personaje.
ResponderEliminarabrazos.