sábado, 26 de octubre de 2013

EL TRABAJO DE TODOS LOS DÍAS...





Siguen los diarios del agente judicial: "Sé feliz con las letras" fue la frase con la que intentó descalificarme un comentario "jurídico" la psicópata en funciones.
Su comentario pretende ser condescendiente, pero no hace más que evidenciar la espina clavada.
Si le pareciera algo menor, como quien hace un curso de pastelería o de salvavidas, ¿por qué nunca, JAMÁS, me preguntó en qué parte de la carrera estoy, ni qué materias estoy cursando, ni nada que tenga que ver con lo que estoy haciendo?
Cuando me tomo día por examen, a la mañana siguiente, cuando  entra a mi despacho a saludar, me pregunta cómo me fue mientras se da vuelta y enfila hacia la puerta. Le termino contestando "bien" al aire.
¿Por qué? Si son sólo letras...palabras. Ni siquiera palabras "jurídicas"; ni siquiera palabras que puedan ponerme en situación de destronarla del cargo. Pero aún así no quiere saber nada del asunto.
Pero volviendo al hecho puntual; la locura aparece ante la evidencia de que lo mío era apenas un comentario, no una impugnación de un señalamiento.
A esa descalificación inicial siguió una forma muy hábil de callar al otro: escandalizarse. No lo hizo a los gritos, pero sí haciendo hincapié en la siguiente frase: "vos sos inteligente, cómo vas a hacer un planteo así!". Ese tipo de construcciones evita, justamente, cualquier tipo de dialéctica. Y además, ¿si a una persona la consideran inteligente, no sería más lógico tomarse unos minutos y hacer el trabajo de pensar que tan acertado o no resulta el planteo que se está sugiriendo?  Si alguien viene y nos dice "para mí tendría que estar permitido que un tipo se acueste con una nena de cinco años", ahí sólo queda lugar para escandalizarse. No se puede debatir sobre eso. El tema es cuando uno plantea cosas que no impliquen el abuso de criaturas, sino una forma distinta de mirar una ley o un procedimiento judicial. ¿Cómo es que la reacción en el otro es idéntica?
Escandalizarse es una forma más (entre las tantas) de sacarle la voz al otro. De que no hable.
Yo la escuché, largamente la escuché. Argumentó con razón en defensa de su teoría (que de "su" no tiene nada, porque no hizo más que defender lo que la ley vigente sostiene con sus propios argumentos).
Cuando terminó su exposición, visiblemente ofuscada por tener que estar explicando cosas "básicas" de "segundo año" de facultad a un "profesional del derecho", es decir, cuando pensaba que yo me iba a ir de su despacho avergonzado de mi propia estupidez y midiendo 20 cm de altura, cerré la situación con un breve comentario: "me parece válido lo que decís. Creo que es una forma posible de pensar las cosas. Pero no creo que sea la única forma posible de hacerlo."
Me miró agotada. Me entregó un expediente y bajó la cabeza con un gesto de indignación.
Yo la entiendo: con gente así, que se le ocurre que con las palabras se pueden armar frases, y que con las frases se pueden armar pensamientos que no estén escritos en una ley, que no impliquen decir que "el derecho es lo que el derecho dice que es", con esa gente se hace difícil trabajar.
"Así no" le dice, desesperada, su cabeza. "Si no te desayunás su voz todas las mañanas, no sirve"
Nadie puede negarle lo sacrificado que fue - y es- su trabajo. Un trabajo cotidiano, de todos los días, por la conquista del otro. Todo un mérito a la persistencia.
La entiendo: a nadie le gusta ver que los resultados no son los esperados después de tanto trabajo.
Deberá reagrupar las tropas y tomar distancia. Y pensar si esa distancia es definitiva o si se trata -simplemente- de tomar carrera para que el impacto contra el otro sea mucho más potente.
De cualquier forma voy  estar preparado. Sé que -por una cuestión obvia de escalafón- estoy en inferioridad de condiciones, pero eso me entusiasma porque me obliga a hacer más rica mi estrategia de defensa.
De esa forma nos vamos conociendo. ¿Cómo reaccionamos cuando sentimos que el otro existe y que aún en condiciones desiguales de poder, es  capaz de marcarnos el territorio?
Pensé en hacer algo más que marcarle el territorio a nivel personal. Pensé en empezar a agitar una movida grupal para moverle el piso del territorio en el que ella se mueve.
Pero me doy cuenta que, por un lado, sería a mero título de venganza personal, porque la estructura judicial no es una estructura por la que me importe mucho luchar; es justamente del lugar del que algún día me gustaría emigrar. Por otro lado, no están -ni por asomo- las condiciones para crear un foco guerrillero oficinista. Tendría que ponerme a hacer un trabajo político que incluye acuerdos sostenidos con personas con las que no tengo ninguna simpatía y poca confianza (y que tampoco la tienen por mí). Tendría que hacer un gran esfuerzo por una causa que ni siquiera me interesa demasiado, por lo que dije anteriormente.
En ese punto, el trabajo psicológico del personaje en cuestión claramente resultó exitoso. Instaló -siempre jocosamente, claro- la desconfianza y el menosprecio entre los compañeros. Y cuando algunas divisiones generaron conflictos que se convirtieron en pequeños incendios burocráticos (con gritos e insultos en muchos caso, y que alguna vez me tuvieron como protagonista); ella los apantalló con su fueguito verbal.
Pero por suerte tenemos tres jueces. No uno; tres. Casi no se hablan entre ellos, y cuando miran lo que pasa a su alrededor, pareciera que piensan: "uh, menos mal que yo no estoy en el lugar de esta gente, parece que no la pasan del todo bien".
Divisiones de este mundo: entre la gente que la pasa bien y la gente que no la pasa tan bien.
Otra vez será.
Cosas que pasan y a las que hay que acostumbrarse;  como a la lluvia, o al calor intenso del verano.
Habrá más diarios de este agente judicial.








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