martes, 22 de octubre de 2013

FUNNY GAMES...


La salida con mis amigos de siempre con motivo del festejo de mi cumpleaños sirvió, al mismo tiempo, para mostrarme algo que no sabía de mi presente (lo que soy), con algo que había olvidado de mi pasado (lo que fui).
Lo que no sabía de mi presente -tal vez apenas lo sospechaba- es que la noche entera me está empezando a quedar grande para estar despierto. Y no tiene que ver con "cómo la estás pasando"; tiene que ver con una energía que -en pequeñas dosis- comienza a migrar. Prefiero esa palabra, prefiero migrar y no desaparecer; prefiero pensar que toda esa energía, esa vitalidad que me permitía levantarme a las 6 de la mañana, trabajar, ir a la facultad y después salir toda la noche para volver a mi casa 24 horas después de haberme ido, está redistribuida entre otras esferas de lo posible. En leer y pensar bastante; en escribir, mucho menos.
Alrededor de las 2 de la mañana (pasó el viernes con un grupo y pasó el sábado con otro) el velador que llevo entre los hombros empezó a titilar, por lo que la despedida era un hecho.
Si descubrir estas "variaciones" de energía no me incomodó en lo más mínimo, puedo decir que el hecho de que alguno de mis amigos ( ahora no puedo precisar quién) haya sacado el tema de la joda a un ex-compañero de colegio, sí me generó una leve incomodidad.
Pasó mucho tiempo: la mitad de nuestras vidas. Teníamos 16 años, y estar una semana solos en la casa de campo en Brandsen fue -sin dudas- lo más parecido al paraíso. Ahí sí que la felicidad fue algo cerrado a cualquier cosa, a cualquier elemento de la realidad que pudiera dañarla. Las fotos que guardamos lo confirman. Los recuerdos también.
Salvo el recuerdo de la joda. Y recordar esa situación -ahora de grande, incluso con varias cervezas encima, estando en un bar con dos de los protagonistas de aquél hecho presentes- no dejó de provocarme una interrogación que hacía las veces de mosquito en el campo.
¿Cómo hicimos algo así? ¿Cómo fue que armamos una situación en la que varias personas le hacían creer a una sola que el amigo que había desaparecido estaba muerto y que a nosotros también nos iban a matar?
Escuché muchas historias de bromas. A esta edad, las más frecuentes son las que pasan en las despedidas de solteros; sigo sin escuchar alguna que me parezca de la gravedad que tiene la joda en la que participe.
Al sacar el tema, pude recordar algunas cuestiones puntuales. Recordé que, cuando la joda estaba empezando, me angustié y fui al baño para estar sólo. Pensé "por favor Dios, que esto salga bien". Un pensamiento increíblemente estúpido. ¿Qué significaba que "saliera bien"? Por mi preocupación, "salir bien" era que nuestro compañero no muriera de un paro cardíaco.
No murió, claro, y en ese sentido "la joda salió bien",  es decir, no salió de forma tal para que le diera un paro; pero sí para traumarlo largamente.
Recordé también, antes de despedirnos en la puerta del bar, una discusión que yo tuve esa noche en el campo -una vez que la función había terminado y la música de los redondos sonaba de fondo- con el principal ideólogo del evento. Me alivió un poco recordar que fui uno de los primeros en increparle al grupo lo aberrante que habíamos hecho, a lo que este compañero respondió con un "no es para tanto, ahora está oscuro, pero mañana cuando sea de día va a estar tranquilo".
El ideólogo, hoy en día, no forma parte de mis amigos; aquel grupo del campo se redujo.
Hay muchas cosas por las que uno, seguramente, debería pedir perdón.
No debe haber otra cosa en mi vida por la que sienta, tan claramente, ese deber.
No debe haber otro acto por el que sienta, en forma tan clara, tan cristalina, que cometí un daño en forma totalmente gratuita, totalmente deliberada.
No puedo dejar de sorprenderme. Miro a mis amigos y no lo entiendo.
No me alcanza con que me cuenten que esta persona está bien, que  -según "Facebook"- tiene una vida perfectamente normal, que no está encerrado en un hospital psiquiátrico ni nada por el estilo.
Recuerdo una foto; la foto que le tomó el compañero "desaparecido". Todos salen riéndose mientras saludan a la cámara. Este chico no; él sale cubriéndose del flash.
Nos dijo, varios días después, que en ese momento pensó que el flash era el fogonazo de un arma que se dispara.
Existe esa foto. Existe una foto en que un grupo de amigos se ríe mientras uno -inmerso en su propio terror- piensa que lo están por fusilar.
¿Cómo fue que hicimos algo así?







 

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