Una delivery de incongruencias al servicio de la dama que cuelga del hombro de la cartera o de la billetera en la que duerme, junto a roca y belgrano prensados, el caballero suburbano.
martes, 10 de diciembre de 2013
SEGUNDA MADRE...
Ahora me arrepiento. Me arrepiento de mi arrepentimiento. Porque había pensado en ir a la plaza hoy. Nunca estuve en un acto político; pero la de hoy era una convocatoria diferente: los 30 años de democracia son mi vida entera y la de mis amigos. Somos hijos de la democracia y debemos estar agradecidos por eso.
Pero todos sabemos lo que está pasando. Y lo que está pasando tiene que ver -justamente- con los nubarrones enormes que podemos ver después de tres décadas de cielo para todos.
Que se trate de un hecho extorsivo montado por la policía y sus punteros políticos aliados que provocan el agite (¿acaso hay institución que nos genere más temor?), con efecto dominó de provincia en provincia, no le quita densidad dramática a los hechos; todo lo contrario: muestra a las claras que -después de una década de innegables mejoras sociales- aún queda mucha, muchísima gente que, si les suspenden el estado de derecho y les dan un empujoncito en la espalda, salen a llevarse puesto lo que venga.
Resulta increíble comparar esta situación con la de 2001. Si ahora, habiendo muchos menos pobres que en ese momento, en un abrir y cerrar de ojos nos encontramos con un tendal de muertos y heridos en todo el país; entonces, si pensamos en el 2001 (con la mitad de la población por debajo de la línea de la pobreza) seguramente no estaban equivocados los que marcaron ese año como el que puso en peligro la continuidad de nuestro país tal como lo conocíamos en el curso de su historia.
Será que tiendo a ahogarme en la mitad del vaso lleno y no a flotar y respirar el aire que me deja la mitad del vaso vacío. Será por eso que no fui a la plaza hoy. Y, ahora pienso, tal vez era el mejor argumento para ir. Porque la democracia, aún con los militares en vías e extinción, sigue siendo una película delgada que recubre nuestros cuerpos: sigue siendo un tipo frágil como lo soy yo.
Nos avisó Fogwill hace treinta años, cuando nos pidió que tengamos cuidado con festejar excesivamente el whisky final de Galtieri; lo entendimos ahora.
Y a las cosas que son frágiles no se las protege aislándolas del resto; así se las hace más frágiles. Se las protege -y así se las fortalece- pasándolas de mano en mano, como si fueran un mate, o un cigarro.
No sé qué vendrá, qué pasará con esa fragilidad; sólo sé que no me encontrará sólo.
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