Una delivery de incongruencias al servicio de la dama que cuelga del hombro de la cartera o de la billetera en la que duerme, junto a roca y belgrano prensados, el caballero suburbano.
martes, 17 de diciembre de 2013
VIRULENTO Y MALICIOSO...
Mi última pelea discursiva del año fue una que no quise provocar. Sucedió así: una compañera de la facultad, habiendo terminado la cursada, mandó un mail -de tono informal- para avisar que una teórica india estaba en el país para dar una conferencia en el M.A.L.B.A. Yo contesté a todos sin saber que ese "todos" incluía a la profesora de prácticos. En mi respuesta decía que necesitaba descansar un poco de la dicotomía entre discurso hegemónico y discurso periférico. Y, además, preguntaba si no se suspendía el evento por la muerte de Ricky Fort, dado que muerto el centro... ¿Qué lugar ocupa el margen?
A la noche vuelvo a abrir la casilla de correo y me encuentro con la respuesta de la docente de prácticos del curso. Por sus palabras, estaba consternada por mi actitud. Respondió a todos, lo que vale decir que me retó delante de la clase , tratándome de virulento y malicioso...para cerrar su diatriba "invitándome" a que le aclarara por correo privado lo que considerara necesario.
Curiosa la forma de manejarse de la profesora. Primero saca sentencia pública en la que no duda que soy una porquería que escupe desde lejos y después me pide aclaraciones en privado, cuando un mínimo razonamiento lógico indica que es al revés cómo hay que proceder.
Y si había que proceder al revés fue, justamente, porque un chiste es un enunciado ambiguo. Claro que detrás de un chiste puede haber temeridad y malicia (lo vivo a diario en el trabajo), pero para llegar a esa conclusión necesitamos más información acerca de la persona que lo pronuncia. ¿Qué sabe esta profesora de mí? Sólo que fui alumno de su cursada durante un cuatrimestre. Un alumno que participó en todas las clases, que recibió gestos de aprobación por esas participaciones, y que regularizó la materia. Aún con esos antecedentes, no tuvo dudas sobre el fondo de mi chiste.
Es algo absolutamente básico que vemos cotidianamente en nuestras vidas: no tomamos igual el mismo chiste si viene de una persona que si viene de otra. ¿Qué pasa cuando viene de una persona a la que prácticamente no conocemos? Podemos hacer lo que hizo la profesora conmigo: no tener dudas de mi malicia; o podemos dejarlo pasar (algo que hubiera sido más inteligente), o tomar nota del hecho pero diferir la sentencia para tratar de ver qué es lo que hay realmente detrás del chiste (pedirme que aclare sin tratarme de malintencionado en forma previa). Claro que para darme esta opción debería ser más proclive a pensar en el tono simplemente humorístico de mis palabras; caso contrario, es decir en el caso de que le de más crédito a mi maldad oculta, quedaría como una estúpida, a la que primero le mojo la oreja y después le hablo seriamente sobre mi "posición real". De todas formas, lo mejor que pudo haber hecho era dejarlo pasar. Pero no se lo bancó.
Por mi parte, regulé los términos de la respuesta. En sus palabras no había ningún chiste a develar; era un ataque directo. Al principio tuve unas ganas locas de pisar el acelerador a fondo y llevarme puesta la humanidad entera de la fulana (se me ocurrió preguntarle: ¿en el test de orientación vocacional... te dijeron profesora de letras o recepcionista en una casa de velatorios?) Después bajé varios cambios por cuestiones obvias. Me costó encontrar la velocidad apropiada para llevar las cosas a buen puerto porque me parecía increíble tener que estar dando aclaraciones sobre un chiste formulado entre compañeros (le tuve que aclarar que pensé que iba a circular exclusivamente entre pares) fuera del contexto de la cursada.
A la profesora no le importó si yo pensaba que el chiste le iba a llegar o no. Tampoco que haya sido formulado por mail, una vez terminado el cuatrimestre. La coyuntura, para ella, es secundaria. Lo que importaba era que le llegó mi intención de dañar. Y claramente le generé un daño. Sorprendentemente, pero aún así lo generé. De allí su respuesta encendida. Y, también sorprendentemente, tuve que explicarle - y me sentí escribiendo para una adolescente al hacerlo- que donde hay un chiste no necesariamente hay un menosprecio o un soslayo sobre el objeto de la broma.
Todos tenemos como referente a Martín Kohan en la facultad, y es un tipo que vive haciendo chistes que relaciona el contenido de su materia con cualquier otra cosa. Si un chiste es bien recibido o no según el currículum de una persona, entonces -de esa interpretación- participa un esnobismo estúpido. No es por los méritos previos del bromista que debe ser bien recibido un chiste, sino por su intencionalidad. Y la intencionalidad de una persona no tiene nada que ver con haber ganado o no el premio Herralde.
A riesgo de pasar por machista asqueroso, digo ahora lo que -obvio- no le dije a ella: noto con frecuencia que las mujeres puestas en rol de autoridad se ponen nerviosas ante gestos de humor de un subordinado. Sienten que les empantanan el escritorio, que socavan su jerarquía. Y, en mi caso, el chiste atacó a dos mujeres: a la profesora y a la teórica india. No me metí con una, sino con dos: grave error el mío.
Pienso en el cuerpo docente de la cátedra: todas mujeres. Pienso en la bibliografía de la cátedra: mayoría del textos escritos por mujeres. Ahora sí.
Y hay una lógica en eso, porque la jerarquía de las mujeres no es, justamente, algo milenario en la historia de la humanidad. No hace mucho tiempo que ellas también pueden bajar línea. Es probable que todavía no se sientan tan arraigadas a ese suelo como para permitirse ciertas cosas.
A la memoria de Ricky Fort, entonces, debo esta idea. La voy a tener bien presente a la hora de futuros chascarrillos cibernéticos.
Y es que, como el calor y los cortes de luz, la violencia de género está a la vuelta de la esquina.
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