Una delivery de incongruencias al servicio de la dama que cuelga del hombro de la cartera o de la billetera en la que duerme, junto a roca y belgrano prensados, el caballero suburbano.
sábado, 14 de diciembre de 2013
REYES Y REINAS...
Cuando me preguntaron en la fiesta, mi respuesta -automática- fue la de siempre: "a mar del plata".
Me acosté tarde, un poco tomado y muy cansado, pero con la certeza de que había algo que debía revisar por la mañana.
Independientemente del tema, necesito escribir para pensar. Escribir es la única forma de romper el círculo vicioso, de encontrar una grieta (ahora que es tan fácil encontrarla) y permitir la filtración de una luz extraña.
Encuentro una analogía con el ajedrez en ese punto, con la diferencia que en el ajedrez se piensa sobre lo pensado por el otro, pero con la similitud de que, si no se ponen en movimiento las piezas, el cálculo previo resulta limitado.
Poner en movimiento mis piezas es esto. Necesito escribir para enterarme qué pienso. En mi cabeza primero aparecen los titulares (y sabemos por Clarín lo imposible que resulta pensar a partir de los titulares). Con los títulos frescos, después tengo que sentarme a ver si puedo justificar ese enunciado o no. Los títulos generalmente implican algún tipo de imperativo categórico. Sin llegar a ser necesariamente epifanías, son especies de sentencias que se me presentan con cierto vigor. Luego se trata de ver si soportan una revisión, o si tengo que hacer el intento por formular el procedimiento al revés; partir no de un título sino de una imagen liviana pero llamativa, y -una vez posicionado en ese lugar- elaborar la nota, después leerla, y después titular. El titular de anoche, entonces, fue "A Mar del Plata no vas" Un poco más gaudiana, en realidad: "a mar del plata no vas, pelotudo".
Con ese titular me fui a dormir. Ahora amplío: ir a mar del plata es no escribir. No escribir es no pensar; es decir, pensar en círculo, no permitir que entre luz.
Me quedo acá. Empezar el año como siempre es un riesgo grande de continuarlo como siempre. A empezar el año por primera vez acá, entonces. Y bancarme el calor de la ciudad y el calor del consultorio. A jugar al ajedrez con las piezas sobre el tablero; no a esconderlas en la arena.
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