martes, 31 de diciembre de 2013

FIN DE AÑO: BICICLETAS, LAGARTOS Y CIRCUITOS ELÉCTRICOS...





Con mi amigo pensamos en usurpar la casa de su amiga. Un pequeño saqueo de su confianza. Mientras íbamos y veníamos como ligeros submarinos humanos, una sonrisa cómplice al salir a la superficie nos dio la pauta de que estábamos pensando lo mismo. Como nenes caprichosos, no queríamos salir del agua. La idea secreta era dejar avanzar la caída del día, para que la oscuridad de la noche cubra la pileta y -de esa forma-hacer la gran Jurassic Park: "si no me muevo, no me ve".
Pero a todos nos enseñaron a no morder de la mano que nos da de comer (salvo a mí con papá; ahí sí que nadie me enseñó a ser agradecido), por lo que abandonamos el agua para compartir las últimas horas de sol (que parecen no irse más) junto a la dueña de casa, que no podía meterse al agua por haber sido operada de la rodilla recientemente.
Había otros amigos. Amigos de mi amigo en realidad; simplemente conocidos para mí, pero esa clase de conocidos a los que uno ve muy de vez en cuando y, al despedirse, la sensación que genera el encuentro se manifiesta en una pregunta sin respuesta: "¿porque, después de tanto tiempo, seguimos siendo sólo conocidos?" ¿Porqué nunca dimos el paso siguiente a la sensación placentera que surge, en forma repetida, entre conocidos que se encuentran ocasionalmente por un tercero que los convoca?
Uno de estos conocidos (ex-compañero de facultad de mi amigo), también psicoanalista de la corriente lagartiana (me tienen rodeado), me genera una confianza absoluta cada vez que lo veo.
Debo reconocer que me burlo de los lagartianos pero, en el fondo, confío en ellos. Es verdad que suelo imaginarlos  como personas respondiendo con un "me parece que tu actitud no fue la más adecuada para vivir en comunidad" frente a alguien que les apaga un cigarrillo en la palma de la mano, pero aún así marqué varios de una lista generosa para volver a análisis. Será cuestión de volver a probar la temperatura de sus aguas, y ver en cuál puedo nadar mas profundo (¿acaso hay algo más acuoso que el inconsciente?)
Volviendo al conocido en cuestión,  al rato de conversación le cuento el dilema que estoy teniendo últimamente a raíz de una mujer que tengo atravesada entre los párpados. Él me escucha y me dice: "mi experiencia me dice que tenés que coger todo lo que puedas. Yo me reprimí mucho, sufrí mucho hasta que empecé a experimentar más, con hombres y con mujeres, y me quedé con los hombres (me señala a su pareja que se broncea al sol)...que se enamoran menos. Vos tenés algo muy dulce en la forma de hablar... el problema es que si a una mujer le gustás y te acostás con ella es difícil que no se termine enamorando de vos".  Me doy cuenta porqué nunca pasé de "conocidos" con este lagartiano: me quiere coger! Ninguna sangre fría de reptil ahí.
Me hace reír y pensar con su comentario (los tipos de comentarios por los que no podemos evitar volver, en forma cíclica, a escuchar a Dolina, a pesar del hartazgo que experimentamos en ocasiones al hacerlo). Creo que sólo un hombre gay podría decir esas palabras a otro hombre tan abiertamente. En mi caso, tengo claro que no quiero ningún tipo de enamoramiento ni nada por el estilo. El riesgo de que la situación se concrete y que -eventualmente- llegue a conocimiento público (se trata de otra compañera de trabajo) funciona centrífugamente como el disparador del deseo por lo prohibido  y -al mismo tiempo- como su factor inhibidor. La neurosis trabajando en su engranaje más lubricado.
Lo que quiero, por el momento, es zambullirme en el agua fría y permanecer por un buen rato. Hasta que la dueña de casa se canse y nos tire una bolsa de palometas. Sentir la cabeza liviana, vaciándose lentamente, refrescando sus paredes interiores, preparándose para volver a poner los pies sobre la tierra caliente y abandonada del mes de enero.
El año termina y me encontrará, esta noche, por primera vez lejos de mi familia. Cerca de una familia ajena; la de mi amigo.
Tengo mucho trabajo por delante. Y no hablo del trabajo en la oficina (que también lo tengo) ni en la facultad (tengo que empezar a estudiar para el final).
Termina el año y no me encuentro debajo de la puerta con ninguna citación del INADI por violencia de género contra profesoras universitarias, pero sí me encuentro con un nuevo comunicado del dueño del departamento que habito con insólito desparpajo y abrumadora avaricia.
Esta noche brindo por mis bases. Por lo que puedo -y debo- construir a partir de ellas. Desde mi base actual no podría despegar el tango 01, pero sí una bicicleta que no sea amarilla y que, a puro pedaleo, me permita  tomar velocidad y, con la ayuda del viento, ir dispersando aquí y allá más relatos, más experiencias; esa novela que empecé y que perdió estabilidad hasta caer redonda al piso.
¿Mi base económica?: Algunos billetes en la caja de ahorro que necesitarán, claro, auxilio financiero externo para hacer de mi modesta economía una masa compacta que me permita rodar hacia otro domicilio en un futuro inmediatísimo (ya me contacté con inmobiliarias de la zona).
¿Mi base interpersonal? Un puñado de amigos, aquí y allá, que aparecen y desaparecen (como lo hacemos todos) pero que, siempre, siempre, me aportan algo de la dulzura que algunos elogian en mis palabras. O que buscan fortalecerme cuando notan que pierdo la nitidez: "si hubiera un debate al que vos vas a ir, y es sobre algún tema  en el que vos pensás lo contrario de lo que pienso yo, entonces  a ese debate yo no voy", me dice un amigo a la distancia, haciendo que la distancia se acorte y que la posibilidad de un debate se transforme en la certeza de un abrazo invisible pero, aún si, reconfortante.
¿Me pregunto porque brindará papá esta noche? Ya sé. Brindará por las investigaciones de Massachussets, esas formas novedosas de lavado de dinero por el que una universidad prestigiosa saca a la luz informes "científicos" en los que se descubre el "gen" de tal o cual cosa. Así nos informaron a través de las tapas de los diarios del "gen de la felicidad", el "gen de la infidelidad", o "el gen de la vagancia", entre tantos otros.
Papá brindará por haber escuchado hablar del "gen del mal hijo". Mas específicamente, del "gen del mal hijo para con su padre". Habrá dicho: "ahí está, yo sabía que existía eso!  Y bueno, esta noche tendrá un motivo para brindar, para estrechar su copa completamente vacía, cubierta de pura espuma y, después, cuando la cabeza le empiece a informar que "ya está" , que no hay ninguna base para ir a ningún lado, que la gente es estúpida y se pone más estúpida al comenzar cada año,  se irá, como todas las noches, a dormir al subsuelo de la vida.
Ahora que la crisis energética es algo que marca a fuego a muchos, los que somos ignorantes en electricidad podemos contentarnos con tener presente algo elemental: no se puede conectar un aparato eléctrico a una toma que no tolere la intensidad de su voltaje.
Problemas de intensidad eléctrica entre algo o alguien que da y algo o alguien que recibe, entonces, son los que queman los circuitos; tanto los circuitos por los que corren la energía artificial como los circuitos por los que corre la energía humana; es decir, los cuerpos.
Me llevó años, muchos años de mi vida (la década kirchnerista entera), entender esa máxima y corroborar microscópicamente que, en efecto, tal razonamiento se aplica a mi propio circuito.
Y, si hablamos de ciencia, me resulta increíblemente satisfactorio haber llegado a una verdad interpersonal con la misma fuerza, con la misma convicción con la que Newton, después de ver caer la manzana del árbol, se aseguró de agarrar con ambas manos la taza de té caliente que tenía entre las piernas. 





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