Una delivery de incongruencias al servicio de la dama que cuelga del hombro de la cartera o de la billetera en la que duerme, junto a roca y belgrano prensados, el caballero suburbano.
domingo, 15 de diciembre de 2013
TE LO DIGO, TE LO CANTO...
Mis amigos me lo habían anticipado: un recital de Manu Chao es una fiesta. Anoche lo comprobé. En la cancha de Ferro, durante dos horas y media, pude verificar que mis amigos no exageraban. Si bien no soy un fanático de su música (los temas son demasiado parecidos entre sí), la energía que genera tocando en vivo, con su banda sobre el escenario, muy pocas veces la viví en otros shows.
Las canciones empiezan pegaditas, pegadizas, y -todas- terminan en un estallido sonoro de los instrumentos. La gente acompañada todo lo que puede bailando y cantando, hasta que se rinde al comprobar la energía inigualable de Manu.
Los únicos momentos de descanso fueron aquellos en los que el músico se corría del escenario para dar la palabra a organizaciones sociales, algo habitual en sus espectáculos.
De allí el hit de la noche: "te lo digo, te lo canto: FUERA MONSANTO". No se trata de una actitud que pretende emular un hipismo barato, sino de que la música sea un acompañamiento a las batallas que se pretenden librar. Al indio Solari -en caso de tener- los pelos se le pondrían de punta. Para él claramente su música y su posición política van por carriles separados. Cuestiones de estilo.
En el caso de Manu Chao, en este punto hay una coherencia histórica en su forma de relacionar vida/política/música.
El día que lo vea sentado en el living de Susana, pensaré diferente; pero por ahora no va al programa de la rubia, sino que va al Borda, va a la Colifata.
No fue la vitalidad, el estado permanente de celebración, lo único que me llamó la atención. Hay algo, que tal vez parezca un dato menor, pero que da la pauta -antes que nada- de lo que este tipo propone cuando ofrece un recital.
Fui a muchos recitales en estadios, tanto de grupos locales (Los Redondos, La Renga, Bersuit) como internacionales (Pearl Jam, U2, R.E.M); si algo tienen en común estos recitales son los cacheos previos al ingreso. Varias veces, antes de entrar, a uno lo palpan. Anoche no. No sólo eso, sino que no se nos hacía ingresar como ganado. La entrada fue sin apuro, ordenada y tranquila. El tipo que me cortó la entrada me sonrío con una cortesía que no esperaba.
No tengo dudas de que todo esto forma parte de una línea que baja directa del propio artista. Algo totalmente coherente con lo que plantea desde el escenario. Porque en una fiesta uno no anda revisando a los invitados. Confía en que son personas que vienen a pasarla bien y no a otra cosa.
Me pareció un gesto excelente. Es verdad, puede ser tachado de ingenuo e irresponsable, tratándose de un fiesta que involucra a miles de personas. Pero aún así no puedo dejar de señalarlo.
Que a uno lo revisen es algo violento. La costumbre de cómo se organizan ciertas cosas -y las cosas que igualmente pueden pasar a pesar de esa organización- hace que uno lo tome como algo menor, pero ayer -viendo el contraste- advertí la magnitud de la diferencia.
Ayer, apenas entré, me sentí absolutamente cómodo, liberado en medio de la multitud. Nunca me había sentido así estando entre tanta gente desconocida, y no tenía que ver con el hecho de haber ido con amigos (siempre fui con amigos a los recitales), sino con el gesto de confianza que acabo de describir.
Salimos agotados. Pensaba en cómo debía estar Manu, si estaba recibiendo una transfusión detrás del escenario. "Olvídate, este tipo nos lleva veinte años pero tiene mucha más energía que todos nosotros juntos" me dice mi amigo, mientras emprendemos la vuelta a casa.
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