domingo, 8 de diciembre de 2013

AMIGO INVISIBLE...




Tal vez no fue una buena idea ir al teatro el domingo pasado. O tal vez sí. Lo cierto es que ahí, en Devoto, cerca de la cárcel, un amigo me invita a ver una obra de Casona en la que él estaba a cargo de la filmación del espectáculo. Yo iba, entonces, en calidad de "asistente de dirección". Debo decir que en la boletería rápidamente miraron con desconfianza al asistente de dirección que, a los cinco minutos de haber ingresado, ya estaba instalado en el bar.
Mi amigo se encargó de todo, desde ya, por lo que pasé a la sala (un galpón sofocante) pocos minutos antes de que se habilitara el ingreso al público. Pude ver "la entrada en calor" de los actores. Todos se juntaron sobre el escenario y -en círculo- comenzaron a saltar, cantar y bailar al compás de una música festiva que sonaba a todo volumen. Disfruté enormemente de ser la única persona en ver esa previa. Me causó mucha gracia y pensé que era algo absolutamente necesario: del mismo modo que los deportistas entran en calor o los músicos afinan sus instrumentos, los actores también deben afinar su instrumento. Y su instrumento son ellos mismos. Y no sólo funciona a nivel corporal, sino como descarga de las tensiones que seguramente deben acumular el día de la función.
Entre cantos y saltos, entonces, el alivio para los actores llega, como llega la hora en que las luces se apagan y la función comienza. Sin embargo, el  calor y las sillas de plástico hacen que la tensión se traslade al público presente.  Lidiando con estos factores, al promediar la obra, la mente se me puso en blanco por unos minutos y, cuando quise volver a enfocar,  lo vi aparecer (¿había forma de que no pasara?) a Urdapilleta en el escenario. Lo vi salir de la nada, vestido de la misma forma en que encarnó al rey Lear en el San Martín, empuñando la espada, apuntando hacia mí. Los ojos se me hicieron dos fuentes de agua, como se me hicieron al día siguiente (estando en la oficina) cuando escuchando la rock & pop, me entero que Tortonese estaba de vacaciones en Estados Unidos y que -desesperado- tuvo que conseguir un vuelo de urgencia para venir a despedir a su amigo. Tuve que ir de urgencia al baño para que no me descubrieran en ese estado. Me miré en el espejo y me encontré ridículo, femenino.
Una vez repuesto, de vuelta en mi escritorio, escucho a la secretaria comentar en el pasillo (con su habitual tonito estúpido) que "se viene el amigo invisible".
"Amigo invisible las pelotas" pensé. Y, con la misma urgencia con la que minutos antes tuve que ir al baño, fui hasta los despachos de mis compañeros para agrupar gente y voltearle a nuestra jefa su último gesto cínico de fin de año.
No lo esperaba: la adhesión  a mi propuesta de rechazo al jueguito perverso de la jefa fue unánime entre los oficiales.
Sólo resta que llame "al sorteo" para comunicarle nuestra decisión. Que no será gratuita, desde ya. Pero que, tal vez, sea la mejor forma de empezar a evidenciar el conflicto, porque -justamente- nos permite plantear una oposición sin tener que dar mayores explicaciones de nuestra conducta. No tenemos ganas de hacerlo y punto (allí reside justamente su goce perverso en querer hacerlo).
Si no podemos sostener esa simple oposición, estamos perdidos.
Pero quiero creer que sí podemos. Que lo vamos a hacer (y me alegra decirlo en plural y no en singular). Y que la vamos a joder.
Si relaciono estos temas -la experiencia teatral, la experiencia laboral y la experiencia sensible (Urdapilleta) - es porque están ligadas por el mismo término: amigo invisible.

No hay comentarios:

Publicar un comentario