domingo, 1 de diciembre de 2013

ADIÓS QUERIDA LUNA...




Escribo esto al calor del dolor. Murió Alejandro Urdapilleta.
Cuando a Julio Chávez le preguntaron quién era el mejor actor argentino, no lo dudó: "Alejandro Urdapilleta" dijo.
Lo descubrí a Urdapilleta hace diez años, viendo tumberos. Ahí dije ¿"quién es este tipo"? ¿de dónde salió? ¿Es real lo que acabo de ver?
La escena en la que sacude la cabeza, levanta la mirada y le dice a los compañeros del pabellón:  "así no!...¿porque no podemos tener pensamientos mejores, que suban, que se eleven, que se abra, que se abra algo?" me hizo incorporar de la cama y acercarme hasta quedar muy cerca del televisor. Como si esa arenga estuviera dirigida también hacia mí. Nunca en la vida había reaccionado así ante algo que pasaba del otro lado de la pantalla.
Después lo seguí en sus escasas -pero abrumadoras- apariciones en series de tv, cine y teatro.
Hace dos semanas, justamente, se estrenó una película ("Un paraíso para los malditos") que contaba con su presencia.
"No me importa una mierda que se me considere el gran actor argentino. No me importa que se diga que soy el sucesor de Alfredo Alcón ni me interesa actuar con Norma Alejandro en los teatros oficiales para gente que sólo busca un divertimento de sábado por la noche." dijo en una de las poquísimas entrevistas que concedió en los últimos años.
Norma Aleandro no muy contenta con su comentario; yo, en cambio, acabada de poner en mi vitrina al tercer (y último) integrante de mi trío tutelar.
Porque hay mucha gente que no somete el goce al cálculo (lo que nos resulta fascinante a los que nos ponemos nerviosos si nos atrasamos un día en pagar la cuota del seguro), pero muchos son sólo estúpidos que pretenden reducir la realidad a un capricho personal y sólo unos pocos tienen semejante potencia en su talento como para romper las estructuras, tomarnos por asalto y reducirnos por completo.
Muerto Fogwill, sólo me queda el Indio. Y, desde el fondo de la noche, en la complicidad que da la radio, la venganza de Dolina.
Adiós querida luna, entonces. Tal vez  fuiste devorado por tu propia intensidad.
La tuya, no tengo dudas, es una pérdida irreparable.



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