jueves, 1 de noviembre de 2012

LEYENDO EL ESPEJO...




Entro al blog y observo por arriba las entradas del último mes. En un intento de autoanálisis (¿acaso escribir no es, siempre, un intento -deliberado o no pero siempre fallido- por llegar al fondo de uno mismo?). Pensando, en busca de la conquista de lo inútil,  relaciono algunos pasajes.
Me detengo en la entrada de los 30, cuando hablo de mi experiencia terapéutica poniendo el acento en mi deseo por arrojar la potencialidad de ese vínculo al resto de los mortales. ¿Qué vínculo es el que estoy catalogando como imprescindible y -en consecuencia- "pidiendo" a todos que se permitan tener? Cuando lo escribí pasó desapercibido para mí. Ya no.
Luego repaso mi última entrada, la del 11-N. Pienso en los amigos que conservo del colegio: un contador, un médico, un abogado, un psicólogo. Todos elegimos las carreras que "había" que elegir. Elegir "entre lo que hay que elegir", se me ocurre,  puede ser pensado como la actitud de un marginal que se refugia en la multitud. Todos (por nuestras historias familiares), creo, nos hicimos cargo de un déficit de deseo: la dosis recomendable sólo fue inyectada por la mitad...
Hoy, adultos jóvenes, somos universitarios que trabajamos en relación a lo que estudiamos, pero con baja intensidad. No somos "profesionales exitosos" y, seguramente, nos importe muy poco serlo. Tal vez, convivimos muchos años con una depresión controlada (¿lo que se llama "nostalgia, tal vez?) No somos padres y...
Luego de vivir "en la clandestinidad" durante años, actualmente alterno estados de "centro" con estados de   "marginalidad" (que hoy mismo me trajo como consecuencia la negación de un ascenso en el tribunal que trabajo) . La detecto en los espacios sociales que ocupo: sólo ocupo el centro en los lugares en donde el "centro" está en otro lado: un cine o un teatro. En un bar, en el aula de la facultad o en una reunión familiar o de amigos, tiendo a ubicarme a un costado; en papel de observador "del centro": jamás en el centro mismo. Ese lugar, con el tiempo, hace que los deseos (esos estados febriles de la imaginación) comiencen a secarse. Pero los deseos nos reclaman un desplazamiento (es decir, un viaje o una muerte) y que esa resistencia al desplazamiento no lo contamine todo.
El marginal es un refugiado sin harapos; no marginado de la sociedad, sino de los núcleos que la organizan y dirigen. No busca "construir" en los lugares que ocupa; busca protegerse.
Si el marginal busca refugio, la forma de encarar este viaje ( cuya primer parada es el 11N que nos convoca) es la del tipo que sale a la intemperie; no sólo a respirar, sino a permanecer y a medir qué es lo que quiere y lo que puede sobre esta tierra desierta.
Y si hablamos de viajes, ahora que manejo, creo que puedo sentir que la vida y el manejo esconden un paralelismo perfecto: nada asegura la llegada al destino feliz -de hecho muchas veces nos perdemos en el camino  pesar de tener gps- aunque hay más chances si se maneja mirando fijo hacia adelante, pero sin descuidar nunca lo que viene detrás y lo que pasa a los costados. La armonía para combinar esos desplazamientos visuales (más el estado de la ruta y el compromiso de los que circulan a nuestro lado), define la suerte de un trayecto.

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