domingo, 18 de noviembre de 2012

8N Y 11N: SECUELAS...




Pasó el 8N, y -antes que nos demos cuenta- estaremos despidiendo el año. No se si es algo personal, pero ultimamente siento que el tiempo corre a la velocidad de un cohete que me lleva atado. Si tengo crisis, justamente, es por mi dificultad para desligarme de ese tiempo y ubicarme en un tiempo propio, separado, que -sin ser autónomo, para lo que tendría que consumir productos alucinógenos- pueda existir independientemente del tiempo real. Siempre me interesaron las dicotomías: cuerpo-alma, sueño-realidad, vida-muerte, individual-colectivo, conciente-inconsciente. La realidad no es unidimensional, y -seguramente- en la percepción de que esa frontera (que delimita el pasaje de un estadío a otro) no es  -en absoluto- algo claramente identificable, reside la riqueza de nuestras posibilidades creativas.
Probablemente nada de todo esto tenga sentido, pero siguiendo este razonamiento (no del todo razonado), tal vez sí tenga sentido dar cuenta de las secuelas de dos días claves. Uno corresponde al tiempo "real", y el otro al tiempo subjetivo, al tiempo propio.
Seguí la manifestación por tv. Ya escribí en este blog mi repudio en relación a la cobertura de las movilizaciones que hacen los medios oficialistas. Saben que van a ser hostigados y saben -desde ya- que los insultos y las posibles trompadas son el costo que hay que pagar a cambio de mostrar exclusivamente "el salvajismo opositor". De las consignas de la multitud, de la pertenencia o no de las mismas a la actual situación de cosas, ni hablar. En este caso, lo increíble resultó ver  la cronista de 678 queriendo reeducar a las mentes cooptadas por la corpo para ir a la marcha.
Se llega a un punto de saturación del que es muy difícil salir. Resulta difícil tan sólo hablar con alguien que parte de la idea de que por que piensa distinto o bien esta cooptado (ya sea por la prensa oficialista o por la opositora), lo que lo pone en el lugar de débil mental,  o bien esta "comprado" (por un plan social o un cargo en el gobierno de un lado; por un puesto altamente rentado en la industria mediática en el otro). En este punto es interesante ver como lo que "pasa" en la calle es -pura y exclusivamente- efecto de una construcción mediática. Es decir, se aferran con uñas y dientes a una verdad relativa, aquella que dice que no existe absolutamente ningún tipo de realidad independiente del discurso que la enuncia. Vale decir, si todos los medios de comunicación dejaran de existir, en la calle no pasaría "absolutamente nada". De esta forma, todo lo que se diga no es
"real" en tanto "lo único real" es el discurso que predomina en la sociedad; es decir el de Clarín.
En ese sentido fue interesante la actitud de la cronista cuando le preguntó a un manifestante a través de qué medios se informa, y la persona respondió: "leo Clarín pero también página 12 y también veo tu programa." La periodista se quedó dura unos instantes y, enseguida, se dio vuelta para ir a buscar otro testimonio. Quedó claro que ese no le servía.
Si no se puede salir de esas posturas, entonces no se puede tener trato directo con el otro; no, por lo menos, en relación a la política. No se puede hablar de nada en forma respetuosa partiendo de la base de que el otro es un estúpido o un cínico. El móvil de 678 durante la marcha debió haber tenido en cuenta ese dato.
Vale decir: el librepensador es libre -y como ciudadano un progresista hecho y derecho- en la medida que piense como yo. Nosotros somos los que evaluamos y expedimos ese certificado indispensable para conciliar el sueño por la noche. Si no podemos corrernos de esas posturas (porque eso implicaría un paso atrás en la batalla cultural), entonces, al menos, evitemos las situaciones que puedan trasladar ese estado de violencia simbólica a un estado de violencia fáctica.
Tuve, en mi tiempo subjetivo, el 11N: el reencuentro, después de 12 años, con mis ex-compañeros de colegio.
Sólo puedo decir que fue un momento mágico y la magia -se sabe- fascina por el poder de disciplinamiento que tiene sobre lo posible. Pero la magia es efímera frente al poder de lo posible. Lo posible es rocoso, estable, impermeable.
Lo posible fue el encuentro, la alegría de estar otra vez en el colegio. Comer un asado y recorrer los pasillos y las aulas...y comprobar que todo sigue igual!
La magia -la ilusión tal vez- hace que la excitación de un día pueda hacer de vínculos hechos en el pasado lazos en el presente.
Que nos une un pasado en común y que ese pasado fue muy rico, no quedaron dudas.
La emoción por el día vivido fue tal que, antes de despedirnos, acordamos una nueva fecha antes de fin de año. Alguno sugirió -medio en broma medio en serio- que, después de doce años sin vernos, tal vez fuera mucho. Lo cierto es que, de hacerse próximamente, una nueva reunión desplazaría el pasado como eje de relación para darle más lugar al presente. Y allí, anclados en el presente, es dónde un grupo puede seguir sosteniendo encuentros colectivos de cara al futuro.
Curioso: nos volvimos a ver para desempolvar un pasado que -desde nuestra vida de adultos- nos pedía a gritos salir a la luz una vez más. Sin embargo, empezar a  vernos más seguido comenzaría un proceso de disolución de ese pasado maravilloso que nos unió y que ya no esta.
Tal vez, después de este primer encuentro, la mejor forma de preservar ese pasado sea no superponerlo con el presente. Tal vez a nadie le importe realmente qué es de la vida del otro, tal vez todo consista en mantener su recuerdo como una forma eficaz de fuga de nuestro presente hacia el bálsamo de lo que fue y no será. Que el presente, con sus intermitencias, no nos inunde el pasado. Y es que el pasado -a diferencia del futuro- es el único lugar en el que (aunque sea por una tarde), la ilusión de seguridad es tan grande que nadie nos puede tocar.
Si no nos podemos seguir viendo, sabemos -al menos- que no vamos a perdernos nunca.



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