martes, 6 de noviembre de 2012

DIARIO DE UN CUERPO...




Fragmentos "Diario de un cuerpo" de D. Pennac.

"Es inútil ocultármelo más tiempo: no deseo a Simone. Y es recíproco. Nuestros cuerpos no concuerdan. Antes o después, esta incompatibilidad física acabará con nuestra complicidad. Nos encontramos ya en la compensación. Este perfecto entendimiento que mostramos y que nos convierte en una pareja tan "pública" nos oculta nuestro fracaso sexual. Es preciso evitar que un niño sufra algún día por ese malentendido.
En la cama, cuanto más sé lo que estoy abrazando menos puedo acomodarme a ello: esta piel seca, esta clavícula aguda, este húmero que se puede sentir inmediatamente detrás del bíceps, ese seno demasiado musculoso, ese vientre duro, ese vello rasposo, esas nalgas nudosas, demasiado pequeñas para mis manos, en resumen, ese cuerpo de deportista que me hace soñar inevitablemente en su contrario. Peor aún, tengo que convocar las quimeras para consumirlo. De lo contrario, flacidez, excusas dudosas, noche taciturna, mal humor por la mañana. Y además, no me gusta su olor. La quiero, pero no puedo ni olerla. En amor, no hay mayor tragedia.

Montaigne dice: el más perfecto olor de una mujer es no tener olor alguno.

Simone y yo tenemos todo lo necesario para entendernos, sólo que nuestros cuerpos no se dicen nada. Concordamos, pero no encajamos. A decir verdad, lo que me atrajo fue menos su cuerpo que su modo de ser: su mirada, sus andares, el tono de su voz, la gracia algo brusca de sus gestos, su lenta elegancia, esa sonrisa carnosa en ese rostro dubitativo, todo eso (que yo consideré su cuerpo) concordando perfectamente con lo que decía, pensaba, leía, callaba...prometía una concordancia total."

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"Nuestros cuerpos...nos pasamos la vida comparando nuestros cuerpos. Pero una vez salidos de la infancia, lo hacemos de modo furtivo, casi vergonzoso. A los quince años, en la playa, evaluaba yo los bíceps y los abdominales de los muchachos de mi edad. A los dieciocho o veinte años, esa protuberancia en el traje de baño. A los treinta, a los cuarenta, los hombres comparan su pelo. A los cincuenta años, la panza. Y ahora, en esas asambleas de viejos cocodrilos que son nuestras autoridades de tutela, la espalda, el andar, el modo de enjuagarse la boca, de lavarse, de ponerse el abrigo, la edad, en suma, simplemente la edad."

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