lunes, 26 de noviembre de 2012

CINE MILITANTE...




Voy al cine a ver el documental de Kirchner. No fui a ver la película  ni al Gaumont por 8 pesos (que, dicho sea de paso, no la exhibe) ni a una universidad pública como podría ser la de Lomas de Zamora o la de Avellaneda (que, por el momento, tampoco lo hacen). Fui al Cinemark del shopping de Adrogué,  típico lugar al que asiste la clase media urbana tanto para ver películas como para comer y comprar ropa o electrodomésticos. Lo hice el mismo día del estreno y la entrada costó 38 pesos.
El documental no me sorprendió; esperaba, claramente, una visión sesgada de la vida del ex-presidente. Sí me sorprendió la cantidad de gente presente (el cine estaba en un 70 % de su capacidad) como también su diversidad: había familias enteras, jóvenes, parejas de novios, grupos de amigos y -también- jubilados. También me sorprendió el grado de emotividad que se generó durante varios pasajes del documental. Había una energía impresionante circulando en la sala, una atención puesta sobre los hechos que se exhibían en la pantalla que pocas veces viví en un cine y sí tuve el agrado de sentir en algunas funciones de teatro y -más que en ningún otro lado- durante muchos recitales de rock. Se aplaudieron determinados discursos (el de la Esma, el de la cumbre de las Américas) pero también se insultó a Cobos y a Lanata.
Lo que viví es lo que la gran mayoría de los los antikirchneristas rabiosos no pueden tolerar: la clase media no es sólo la que salió con las cacerolas; también es la que fue a ver el documental pagando una entrada de 38 pesos para salir genuinamente conmovida del cine.
El kirchnerista, incluso el que da un apoyo crítico al gobierno, es -siempre-  el comprado de clase baja a cambio de planes sociales. Si es de clase media, entonces -tal vez por estupidez, tal vez en el mejor de los casos- está cometiendo una "traición" de clase.
"La gente entra en el negocio y se pone a decir cualquier cosa en contra del gobierno dando por sentado que yo pienso lo mismo" me dice sorprendida mi mamá. Será que muchos ven que ella es de clase media y no pueden entender que alguien "de su clase", es decir alguien que pueda comprar un choripán (o una licuadora) con su propio sueldo, pueda pensar algo diferente.
Para algunos pareciera ser que hay una relación directa entre la capacidad para pensar ("pensar" como "buen ciudadano", desde ya) y la cantidad de electrodomésticos que se tengan en la casa. De ahí a pedir el voto calificado (como lo promueve indirectamente la Sra. Legrand) estamos a un paso. ¿Calificado por qué? ¿Por quién? ¿Calificado por ella?
Desde ya que las personas que se encuentran en la indigencia absoluta se encuentran mucho más vulnerables a aceptar determinados condicionamientos de la coyuntura política. Pero esa misma lógica se aplica desde parte de las clases medias y altas a los que, teniendo comida diaria y educación, aún siguen sin ser de clase media; es decir, siguen sin poder ir libremente al shopping, y -en consecuencia- también son un peligro por el alto coeficiente de "cooptación" que los envuelve -pobrecitos- como una feta de salame. Por suerte los que van habitualmente al shopping sí son libre pensadores que entienden la realidad y se mueven por la vida buscando el beneficio de todos.
"Seguro que a la salida había un puestito para afiliarte a la cámpora" es lo primero que me dice un amigo cuando le cuento que fui a ver el documental. Me causa gracia su comentario pero no me sorprende. Desde esa postura la película es, desde ya, otro intento de cooptación. Un golpe bajo, porque apunta a conmover. Desde ya que hubo gente conmovida (lo que -de movida- no los desacredita intelectualmente), pero no fue mi caso. Sí me interesó ver qué se mostraba y qué no para luego leer las críticas a favor y en contra.
Si se piensa y se habla en esos términos (en los términos de la "cooptación"), se pone un freno a la cuestión central; y eso es hablar de política: de lo que se hizo y de lo que no se hizo desde el Estado, y la relación que el gobierno generó con la sociedad a través de dos canales que se separan y se fusionan inevitablemente: los medios de comunicación y el día a día de cada uno de nosotros, nuestras familias y nuestros amigos.
No se debe perder de vista lo central del documental, algo que sí pierde de vista Lanata cuando hace su crítica en Clarín el sábado pasado. Lanata critica que no se aclara ni la fecha ni el nombre de muchas de las voces que se escuchan en off. También que se hace omisión al crecimiento patrimonial del matrimonio presidencial. Se burla de Máximo por su mala oratoria y del final del documental (con el que, francamente, se le escapó la tortuga a la directora).
Lanata -con razón- critica esas cosas, pero no dice nada sobre los discursos centrales que sostienen la película. No dice "el discurso de los derechos humanos fueron sólo palabras, porque no se condenó a nadie". Tampoco dice "el discurso contra Bush y el FMI fueron sólo palabras porque seguimos de rodillas ante los organismos de crédito". De los cortes de ruta durante el conflicto con campo, en el que las entidades agropecuarias -en nombre de la patria eso sí- generaron desabastecimiento e inflacción en los alimentos básicos, ni mu.
Pero especialmente Lanata no dice nada sobre su aparición en el documental explicando el mapa de medios que controla Clarín y el perjuicio que ello genera a una democracia: "estos tipos son los que controlan tus deseos, tus ganas de consumir, tus intenciones políticas...tu libertad." También se le escapó hacer un análisis al respecto. Nadie es perfecto, no?
Paula de Luque, la directora, dijo en una entrevista: "hice una película para todos". No es cierto; hizo una película bíblica (casi literalmente por su final empalagoso) que resultara altamente emotiva para los dogmáticos, pero también una herramienta de análisis interesante para los que -como yo- se dejan atraer sin dejarse enamorar. Ese "todos" de la directora, no creo que incluya a los miles que salieron el 8N a las calles, que encontrarán -en la película- un nuevo gesto de provocación oficial.









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