lunes, 24 de mayo de 2010

COSA DE NEGROS...





Llego a la facultad. La profesora de Estudios Culturales (esta sí una vieja horrorosa) nos avisa que la clase terminará una hora antes debido a la presencia de un escritor -gente rara si las hay- en nuestra casa de estudios. Se trata de Washington Cucurto; lo conozco pero no leí nada de el. La charla es en el aula 110, primer piso. Llego con unos compañeros y tomamos asiento por la mitad de la clase. De a poco se van ocupando todos los asientos. Entonces entra una mujer con un bebé en brazos y atrás entra él, Cucurto: negro, grandote, labios finitos, zapatillas y buzo deportivo; las profesoras lo miran y se miran entre sí. No saben si lo más atinado es preguntarle por Borges o darle una moneda. Cucurto no fue a la facultad. No tiene ni idea de los autores y las corrientes literarias que se enseñan en la carrera de letras. Tuvo, sí, trabajos, varios, en Once y Constitución: repositor de supermercado, delivery de pizzería.
Cucurto (Santiago Vega ) habla poco de literatura, de lo que "se debe" habar de literatura en el marco de una charla para alumnos universitarios ( la importancia de la crítica, el uso apropiado de la primera o tercera persona, el respeto por la gramática, Aira y Fogwill o Saer y Puig, literatura de mercado vs. literatura de verdad, etc) y habla mucho de su experiencia personal en cuanto a la publicación de libros. Habla del 2001, de sus ganas de difundir sus trabajos y los trabajos de aquellos que despertaban su interés y de la imposibilidad económica de hacerlo. Cuenta, entonces, la creación de una cooperativa de trabajo, destinada a editar libros hechos con...cartón. "Eloísa Cartonera", que trabaja a pulmón, con escasa difusión, pero con la satisfacción de impulsar un proyecto independiente de las grandes editoriales (planeta, sudamericana).
Cucurto habla tranquilo, sin gestos ampulosos. Frases cortas, casi sin mover los labios, levantando la cabeza cada tanto para mirar a sus interlocutores. "Me parece que los libros son el mejor instrumento de intercambio social, de circulación de las culturas, no podemos dejar que sólo puedan expresarse unos pocos afortunados".
Las profesoras se miran. Una finalmente rompe su silencio: "Ricardo Piglia y Beatriz Sarlo, dos instituciones de la crítica, hicieron buenas reseñas de tus libros. Beatriz Sarlo se refirió tu narrador como un "narrador sumergido". Me gustaría saber que opinión te merece tal señalamiento."
Cucurto la mira y abre un poco los ojos. Nos mira a nosotros. Se produce un silencio incómodo, seguido de algunas risas. Finalmente, el escritor sale del mutismo para decir: "sí, sí, me gusta". Silencio otra vez. Más risas. La profesora "sumergida" intenta individualizar a los alumnos que ríen. Soy uno de ellos. Desaprueba las risas con un gesto y, mirando fijamente al cartonero de las letras, vuelve a la carga con mayor vehemencia: "no me entendiste. La academia, y cuando digo la academia no me refiero a racing, empezó a fijarse particularmente en tus libros, a analizarlos en profundad, a criticarlos. ¿Te interesa mucho, poco, nada? ¿Qué marca te deja la crítica elogiosa de Beatriz Sarlo?
Otra vez silencio. Cucurto revolea los ojos. Otra vez risas. "si, me interesa, que me dediquen tiempo. Claro. ¡Cómo no me va a gustar!. Pero me parece que usted busca una respuesta medio psicoanalítica. Más risas, y, esta vez, la profesora sumergida reconoce en silencio su derrota.
Termina la charla. El escritor sale, sonriendo, moviendo lentamente su cuerpo de jugador de rugby por los pasillos de la facultad, hablando con alumnos, tomando un café.
Las profesoras también saben, tomando café, preguntándose, tal vez, cómo es que en pleno siglo XXI, la barbarie puede irrumpir en el centro mismo del lugar donde se cocina la tan añorada civilidad.

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