sábado, 28 de agosto de 2010

CIENCIAS MORALES...





Vuelvo, una vez más, al cinematógrafo con mi amigo. Vamos a ver "La mirada invisible", adaptación de la (excelente) novela "Ciencias Morales" de Martín Kohan. Salimos decepcionados. La película es discreta hasta desenlace. Una vez llegado ese momento, Diego Lerman se encarga, con el giro del guión, de tirar por la borda toda la riqueza que hay en la novela de Kohan, que se puede resumir en una sola palabra: ambigüedad. Una ambigüedad con olor a brutalidad. En la película no hay "olor a brutalidad", sino brutalidad lisa y llana.
Pienso en la necesidad de algunas escenas. La escena de la fiesta por ejemplo. ¿Qué papel cumple? Me doy cuenta: esa escena es necesaria para saber que María Teresa es virgen, algo que en la novela queda absolutamente en evidencia a través de la maestría narrativa de Kohan, y que en la película no había otra forma de poner en evidencia que a través de una pregunta directa que le hacen a la protagonista: "¿Sos, virgen no?". Y esta escena es necesaria dado que María Teresa, al espectador que llega al cine sin haber leído la novela, se le presenta como un ser inasible, por momentos parece una chica tímida descubriendo torpemente su sexualidad y por momentos una perversa a punto de abusar de los adolescentes que tiene a su cargo. Es necesario que nos aclaren esta situación, que sepamos que es virgen antes de su violación (la mayor falta de coherencia con el libro) para odiar más a Biasuto al momento de consumar la vejación.
Como apunta muy bien mi amigo, "la protagonista de la película es una persona que no tiene nada que ver con la protagonista del libro"
En la novela, las relaciones de poder que construyen la moralidad ("las ciencias morales"), entre el Estado represor y el Colegio emblema de Bs. As, entre el jefe de preceptores y la joven preceptora, y entre esta última y los alumnos adolescentes, se encuentran todo el tiempo atemperadas, mostradas pero al mismo tiempo invisibilizadas, confrontadas por deseos que no tienen nada que ver con normas, disciplina o instituciones. En este juego dual, se encuentra la riqueza de la novela de Kohan. En la película de Lerman, en cambio, las relaciones de poder se evidencian, no hay dualidad, no hay ambigüedad, el final es brutal, lo pone al espectador, una vez más, en la posición de aborrecer con toda su alma el accionar de los agentes represores. El problema es que estamos un poco cansados de ver lo malo que eran estos tipos. Kohan se corre de mostrar a Biasuto como, simplemente, la peor de las basuras. Nos hace sentir eso, pero no lo pone en evidencia. Nos hace sentir la presencia del poder, pero también nos hace sentir la presencia del deseo, y allí donde hay deseo, donde hay deseo compartido, no hay brutalidad.

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